Por Jorge Zavaleta Alegre
El mercado mantiene un pacto infame contra la Salud Mental. En los últimos 23 años, se ha incrementado en un 50% el número de pacientes en el mundo con depresión o ansiedad, según la Organización Mundial de la Salud.
Son aproximadamente 615 millones de personas las que batallan contra estas enfermedades a diario y, probablemente, muchas más las que, sufriendo a su lado, se ven afectadas, escribe José Miguel Uribe, como parte de un compromiso para romper el pacto infame del silencio.
En el 2016 los trastornos depresivos mayores se encontraron entre las 10 primeras causas de enfermedad en todos los países del mundo, excepto en 4, según el más reciente estudio de la Carga Global de Enfermedad. En su conjunto, la depresión y la ansiedad representan un costo de $1 billón de dólares anuales sobre la economía mundial. Son dos de las manifestaciones más comunes de la enfermedad mental, remarca Uribe, en un documento de Salud del BID.
La sociedad espera más de la formación de los nuevos médicos para aliviar las consecuencias del acelerado quebrantamiento de la Salud Mental, principalmente.
La depresión mata, aunque no hables de ella, es el título de una publicación del Banco Interamericano de Desarrollo en una cruzada por promover la necesidad de dar mayor atención a la salud mental porque ¡la tristeza crónica mata!. Y si eres joven o adolescente aún más. Hasta ahora el tema de los cuidados no ha sido explícitamente objetivo de las políticas de protección social en la región latinoamericana.
El suicidio es la segunda causa de muerte juvenil mientras que la depresión es la primera causa de enfermedad y discapacidad entre los adolescentes según la Organización Mundial de la Salud.
En lugar de encontrar un relativo mayor apoyo como lo haría en caso de tener un cáncer o una lesión física, encuentra incomprensión y arrastra la vergüenza de una enfermedad aún estigmatizada, remarca el investigador Gádor Manzano.
La depresión juvenil es aún más difícil de prevenir, ya que el concepto de que la adolescencia y juventud son tiempos felices y libres de preocupación están encontrados con la realidad.
Según la Asociación Estadounidense del Corazón los adolescentes con depresión mayor o trastorno bipolar están expuestos a un aumento de riesgo de padecer ataques cardíacos.
Una investigación en jóvenes de Colombia encontró que el 25% de jóvenes con alto riesgo de padecer depresión tenían en común factores como el bajo nivel educativo, la pobreza y la exposición a la violencia. En El Salvador el BID está apoyando un programa “Sanando Heridas” que ofrece una atención integral para pacientes que han sufrido algún trauma como fruto de la violencia.
Patricia Jara Males, socióloga de salud del BID en Chile, al asociar al envejecimiento y la probabilidad de depender de la ayuda de otro, puede originarse por anomalías congénitas o por una enfermedad, accidente, lesión o patología que genere discapacidad, en cualquier momento de la vida.
En cualquier caso, es altamente probable que una buena parte de nosotros necesite de algún tipo de apoyo alguna vez, al menos por las condiciones propias que acompañan la vejez.
En Chile, uno de los pocos países de la región donde este tipo de preguntas se vuelve cada vez más relevante, encuetas recientes indican que uno de cada tres hogares tiene al menos una persona mayor y una de cada cuatro personas mayores está en situación de dependencia severa. Más del 90% de los cuidadores son familiares, informa el BID en Santiago.
Esta realidad abre un debate en torno a la necesidad de cuidar y el derecho a no cuidar a un adulto. Lo primero, porque implica encontrar fórmulas viables que hagan posible financiar ese derecho, más si se aspira a consagrarlo como universal; y sobre el derecho a no cuidar, por las implicancias que eso tiene para las estrategias de sustitución de los cuidados familiares.
Esta tensión obliga a replantearse la actual distribución de carga de cuidado entre el Estado, las familias, el mercado y la sociedad civil. Implica políticas en las que se provean y financien servicios centrados en las necesidades de apoyo y atención de las personas, se garantice cobertura y acceso a los dependientes más vulnerables, principalmente si son de hogares de bajos ingresos. Y, se requiere de medidas que den soporte a la tarea familiar del cuidado. Chile avanza en ese sentido con pasos importantes que vale la pena mirar de cerca.
Es un modelo interesante, considerando los escasos avances en América Latina, que de acuerdo al Ministerio de Salud de Chile, por una inversión menor a 900 mil dólares, en un año se pudo atender a más de 30.000 adultos mayores.
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