La última crónica para EL MERCURIO DIGITAL
* 1.5.13
OPINIÓN de Javier Diez Canseco.- Lima. Descansa en Paz, 5 de Mayo 2013
El dolor convive entre nosotros. Según la Organización
Mundial de la Salud (OMS) afecta al 20% de la población, con más incidencia en
el mundo civilizado, donde la esperanza de vida es mayor. Nos encontramos ante
una “auténtica marea” de necesidades de atención de enfermos avanzados,
crónicos evolutivos y términos. De acuerdo con algunos expertos, estamos
hablando de una epidemia invisible que solamente la aprecia el que la padece,
pues ni se ve ni se puede medir, y esos son sus grandes aliados.
El dolor tiene graves consecuencias, puede matar y, además,
aumentar exponencialmente la discapacidad y la pérdida de calidad de vida. No
obstante, según un estudio de la OMS, en el 2008 un 80% de la población mundial
tenía un acceso insuficiente o nulo a los recursos para tratar el dolor
moderado-grave. Para el 2020, según esta organización, habrá en el mundo 15
millones de personas con cáncer, millones de los cuales, en especial en países
pobres o en vías de desarrollo, sufrirán dolores crónicos por falta de acceso a
medicamentos contra el dolor.
Las consecuencias del dolor y el número de personas que se
ven afectadas han obligado a la OMS y la Organización Panamericana de la Salud
a reconocer que el dolor derivado del cáncer y de otras enfermedades debe ser
un asunto muy importante en los sistemas de salud de todos los países. Las
referidas organizaciones han recomendado que los Estados deben implementar
políticas gubernamentales que hagan del alivio del dolor por cáncer una
prioridad en el sistema de salud pública y garantizar la disponibilidad de
medicamentos eficaces para paliar el dolor, eliminando las barreras que lo
impiden y los controles legales que incrementen el deterioro del paciente.
Pese a ello, el dolor sigue sin ser reconocido como un
importante problema por muchos sistemas nacionales de salud, entre ellos:
nuestro sistema de salud.
En el Perú, un importante número de personas con cáncer en
enfermedad terminal no accede a tratamientos contra el dolor ni a programas de
cuidados paliativos. Más allá del servicio de medicina paliativa y tratamiento
del dolor del Inen no existe en nuestro país una institución pública
especializada que atienda a los pacientes terminales, ni un programa de
atención a estos pacientes y sus familias. Tampoco hay normas, con rango de
ley, de soporte técnico especializado que regulen a nivel nacional el
tratamiento del dolor. La disponibilidad de drogas que garanticen el no sufrir
es insuficiente.
El impacto de una enfermedad terminal trasciende al paciente.
Un paciente terminal implica para la familia estrés emocional, pérdida de
ingresos, incapacidad para trabajar y desestabilización económica. El Estado
peruano no puede ser ajeno a ello. La Constitución Política del Perú y diversos
convenios internacionales de los que el Perú es parte establecen la obligación
estatal de respetar, proteger y garantizar la dignidad y el derecho a la salud
de la persona humana.
Las herramientas necesarias para aliviar el dolor existen. El
sufrimiento que causa el dolor no aliviado que genera el cáncer y otras
enfermedades terminales se debe a que la mayoría de pacientes no tiene acceso a
la medicación básica de alivio, debido a falta de distribución de medicamentos,
elevado costo de los mismos (las subvenciones no existen o son muy bajas) y
restricciones legales que impiden el acceso a las drogas o limitan el número de
pacientes con derecho a ellas o la duración del tratamiento.
Hay que cambiar esta situación. Es inhumano e indigno que
miles de peruanos estén abandonados a su suerte frente al sufrimiento que
provoca el cáncer. El Estado peruano debe implementar una política pública para
garantizar el derecho de las personas que padecen una enfermedad crónica o de
alta complejidad, que ocasione grave pérdida de la calidad de vida a recibir
atención paliativa idónea, que implique el control del dolor y otros síntomas,
así como la atención en aspectos psicosociales y espirituales del paciente y su
familia indispensable para reducir el sufrimiento.
La ausencia del dolor debe ser considerada como un derecho de
todo enfermo con cáncer y de otras enfermedades de alta complejidad y el acceso
al tratamiento contra el dolor, una manifestación del respeto hacia ese
derecho.
*Javier Diez Canseco, militante de la izquierda peruana. La República Lima, 22 de abril de 2013
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