Papel de Arbol

sábado, 15 de diciembre de 2018

Huyendo de la crisis a la pesadilla del "Sueño Americano", por Róger Rumrrill



       Escribe Róger Rumrrill, desde Tijuana, México.

Camino por las playas de Tijuana, mirando y sintiendo el drama de miles de migrantes centroamericanos y sobre todo de los niños  que tiritan de frío, de fiebre y lloran de hambre y pienso con furia en el culpable de esta tragedia. 

En el sistema neoliberal capitalista que es una fábrica de pobres, de violencia y de corrupción. En  la globalización que desde los años setentas y ochentas del siglo XX, con los gobiernos de Ronald Reagan (1981-1989) y Margaret Thatcher (1979-1990) y el llamado Consenso de Washington, eliminaron las regulaciones, privatizaron al Estado, hicieron tabla rasa con los derechos de los trabajadores y abrieron las fronteras y convirtieron en dogma sagrado la ganancia y la  economía, al tráfico de armas y de drogas, a la corrupción, a la mercantilización de la naturaleza y a la concentración de la riqueza. Pero cerraron las fronteras a los seres humanos. Aquí en México, en Tijuana, en EEUU y en  Europa y otros lugares del mundo. Los ricos y poderosos aseguraron con siete llaves las fronteras y sus ganancias.

Mientras más de 7 mil migrantes han llegado aquí a Tijuana en busca del “sueño americano”, con la ilusión de cruzar la frontera de EEUU, los culpables de esta crisis que es global acaban de reunirse en Argentina, en la cumbre de los G-20, países que tienen el 85 por ciento del Producto Interno Bruto (PBI) global y controlan el 75 por ciento del comercio internacional.

El objetivo fundamental de esta cumbre-todo el mundo lo sabe- es seguir manejando con mano de hierro el sistema neoliberal y manteniendo este proceso de acumulación donde 8 ricos, según el informe de OXFAM, tienen más ingresos que 3,600 millones de personas en el mundo.

Mientras la lluvia y el frío arrecian y los miles de migrantes huyen de la corrupción, la pobreza y la violencia en sus países, los autores directos de esta crisis, los presidentes de Honduras, Guatemala y El Salvador, han llegado a México para celebrar la toma de posesión del gobierno de Andrés Manuel López Obrador como si nada estuviera pasando.

Tijuana, con cerca de 2 millones de habitantes, ha sido siempre una ciudad fronteriza en todo el sentido de la palabra. Al borde de todo: de la violencia, del delito, del crecimiento económico, del tráfico humano y de drogas. Cada día cruzan la línea fronteriza un  promedio de 300 mil personas. La ciudad acoge a decenas y centenares de grandes empresas multinacionales, empresas maquiladoras o ensambladoras que, bajo el paraguas protector del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLACAN), que en el marco de la cumbre de los G-20, Canadá, México y EEUU, lo acaban de renovar, se benefician de los bajos salarios y la cercanía  con la todavía primera potencia mundial.

Pero Tijuana, la ciudad que a lo largo de las últimas décadas  ha sido y sigue siendo la puerta de entrada, legal e ilegal, al “sueño americano”, es hoy, con la presencia de más de 7 mil migrantes centroamericanos y otros que seguirán llegando, la expresión dramática de una realidad  que ha tocado fondo: la pobreza, la desigualdad, la violencia y la corrupción en nuestros países, resultado de un sistema en crisis sistémica y de profundidad sísmica, que EEUU y su presidente Donald Trump, quieren enfrentar con muros, con el ejército más poderoso del planeta, con gases y balas y con absurdas mentiras, diciendo que toda esta parafernalia bélica está allí, en la frontera, para impedir la invasión de miles de centroamericanos pobres, enfermos, desarmados, a la primera potencia del mundo.

Migraciones y éxodos de dimensiones bíblicas
Los testimonios de los migrantes centroamericanos sobre las causas, motivos y razones del por qué dejaron sus países y emprendieron este vía crucis son dolorosos y también sublevantes.

Para  el obispo del Istmo de Tehuantepec, Arturo Lona Reyes, estas migraciones tienen dimensiones bíblicas. En una entrevista en la revista “Proceso”, edición del 4 de noviembre, el obispo expresó: “Es un salir de sus tierras porque su presidente (el presidente de Honduras, Juan Orlando Hernández) es un monstruo moral. Son como los judíos que huyeron de los tiranos. Están ilusionados con llegar al país del norte creyendo que es el paraíso. Es un  proyecto de esperanza y de vida”.

Hernández sacó partido y provecho de la fractura política que provocó el golpe de estado contra el presidente Manuel Zelaya en el año 2009 con la directa intervención de EEUU, de acuerdo al propio testimonio de la Secretaria de Estado de ese entonces Hillary Clinton. 

Centroamérica ha sido y sigue siendo el “patio trasero” donde EEUU ha intervenido con más frecuencia en América Latina creando las condiciones de inestabilidad, militarización, debilidad y fragilidad democráticas y su correlato de corrupción, violencia, pobreza y migración.

El testimonio del periodista salvadoreño sobre ese país es impactante: “Estos son países donde vos puedes contar cuántas familias son dueñas del país. En El Salvador son alrededor de 15, por ejemplo. Es un país brutalmente desigual. Hay una o dos personas que tienen un jet privado y decenas de miles que ganan un sueldo mínimo, que es inferior a la canasta básica oficial”.

De acuerdo a las estadísticas de entidades internacionales, el índice de homicidios en Guatemala es de 26 por ciento por cada 100 mil habitantes; en El Salvador es de 62  y en Honduras de 46 por cada 100 mil. 

En cuanto a la pobreza, tanto Guatemala como Honduras encabezan el ranking oprobioso: en ambos países la pobreza castiga y flagela al 60 por ciento de la población y en El Salvador al 34 por ciento.

Es decir, lo que empuja y expulsa de esos países a miles de personas son la violencia de la guerra y la delincuencia, la pobreza y la corrupción. Porque lo “único que queda por perder-afirma el periodista Oscar Martínez en la misma revista “Proceso”-es lo más valioso: tus hijos, tu pareja, ya no hablamos de cosas”.
                    “No vamos a dejarlos solos”

En medio de este gravísimo problema humanitario con un mar de fondo que requiere de soluciones estructurales, la primera y única voz de esperanza que ha resonado en el desierto de la indiferencia ha sido la pronunciada por Andrés Manuel López Obrador, al asumir el gobierno de México –no el poder que lo detentan las multinacionales, los grupos y élites del poder económico, el narcotráfico y la corrupción-el sábado 1 de este mes de diciembre.

Luego de firmar un Plan de Desarrollo Integral para atender el problema de la migración, con los presidentes Salvador Sánchez Cefrén (El Salvador), Juan Orlando Hernández (Honduras) y Jimmy Morales (Guatemala), Manuel Andrés López Obrador, ha prometido a los miles de migrantes centroamericanos  víctimas de la pesadilla del “sueño americano”: “No vamos a dejarlos solos”. Se espera que el presidente de izquierda que ha prometido una revolución en el segundo país más poblado de América Latina, castigado por una violencia y corrupción estructural y endémica, en  una nación como México, “tan lejos de Dios y tan cerca de EEUU”, cumpla su palabra.