Papel de Arbol

domingo, 7 de abril de 2019

Alimentos Nativos y la herejía del hambre


 Por Jorge Zavaleta Alegre



  
El pezón materno,  pronto será otra  mercancía llevada de los países andinos a las mesas más  sofisticadas del mundo. ¿Cuándo los productores serán los directos  beneficiarios?. El  tarwi, lupino, altramuz o chocho, proviene  de la lengua quichua de las antiguas tribus de América del Sur, que significa “pezón o pecho materno”.
Fueron los pobladores nativos que utilizaban este u otros granos para elaborar  una  leche  muy nutritiva, que en algunas circunstancias sustituía a la leche materna cuando las mujeres no podían alimentar a los  bebés.
Esta  crónica publique años atrás, recordando a mi madre y padre Elena Alegre e Isaías Zavaleta,  quienes entre las más importantes lecciones  que  recordamos  son sus visitas  constantes al mercado  de  abastos de ciudad de  Caraz, en el  Callejón  de Huaylas, en los Andes Centrales del  Perú  para  dialogar con los agricultores y comprar verduras y  frutas como parte esencial de la  dieta diaria. En Claridad, la  radio local, con sonoras en las principales esquinas de la urbe nativa, los pobladores tuvieron ocasión para reforzar su amor a las plantas nativas.
Esta conducta  se reforzó  con  el  inicio  de la construcción de la  Hidroeléctrica en el Cañón del Pato, cuyos  equipos  técnicos comenzaron a tomar  especial  interés  en incorporar  a su  dieta  diaria  una gama  de productos  nativos, que hasta entonces no   estaban en la mesa del poblador.
Los expertos subrayan la importancia de las políticas nacionales para el fomento de la disponibilidad de frutas y verduras, en especial en países con bajos ingresos donde los productos agrícolas frescos pueden ser más costosos que los alimentos procesados. Coinciden en  presionar a las grandes empresas de alimentos para que ofrezcan productos más saludables, y es necesario alentar a los médicos a hablar de la importancia de una buena alimentación con sus pacientes.
 Han pasado más de un siglo  de esas lecciones de la  alimentación,  y en abril del 2019, The Time de NY destaca “Cómete las verduras: un estudio descubre que una alimentación deficiente está relacionada con una de cada cinco muertes”, remarca  Andrew Jacobs,  revisando diversas  fuentes, como un estudio de salud global con datos desde 1990 hasta 2017 en 195 países-. Credit Jim Lo Scalzo/European Pressphoto Agency.

Tu madre tiene razón cuando te dice que te comas las arvejas. En uno de los estudios más extensos de datos sobre los hábitos alimentarios y la longevidad en el mundo, unos investigadores descubrieron que consumir verduras, frutas, pescado y granos enteros estaba sumamente relacionado con la longevidad, y que la gente que escatimaba en esos alimentos saludables tenía más probabilidades de fallecer de manera prematura, comenta la revista británica The Lancet, y concluye que una quinta parte de los fallecimientos en todo el mundo se relacionaba con una alimentación deficiente (es decir, dietas que no incluyen suficientes verduras frescas, semillas y nueces, pero que son abundantes en azúcar, sal y grasas transgénicos.
Los investigadores afirmaron que, en 2017, eso representó once millones de fallecimientos que pudieron evitarse. De acuerdo con los descubrimientos de los investigadores, la mayoría de ellos, aproximadamente diez millones, se debieron a enfermedades cardiovasculares. Las otras causas de muerte más habituales relacionadas con la dieta fueron el cáncer, con 913.000 fallecimientos, y la diabetes tipo 2, que cobró 339.000 vidas.
“Estas cifras son verdaderamente alarmantes”, escribe Francesco Branca, el principal nutricionista de la Organización Mundial de la Salud. El estudio,  financiado por la Fundación Bill & Melinda Gates, abarcó información acerca de los hábitos alimenticios entre 1990 y 2017 y rastreó el consumo de quince categorías de alimentos, incluyendo la leche, la carne procesada, los mariscos, el sodio y la fibra.
Los investigadores analizaron información de 195 países y descubrieron que Papúa Nueva Guinea, Afganistán y las Islas Marshall tuvieron la mayor proporción de fallecimientos relacionados con los hábitos alimentarios, mientras que Francia, España y Perú tuvieron algunos de los índices más bajos. Estados Unidos quedó en el lugar 43. China estuvo entre los peores países, pues quedó en el lugar 140.
El estudio reveló una diferencia de diez veces entre los países con los índices más altos y más bajos de fallecimientos relacionados con la alimentación. Por ejemplo, Uzbekistán presentó 892 muertes por cada cien mil habitantes, en comparación con las 89 en Israel.
Conclusión aleccionadora: en lugar de intimidar a las personas para que reduzcan su consumo de grasas y azúcares, que están correlacionadas con enfermedades y muerte prematura, los autores determinaron que añadir alimentos más saludables a la alimentación en todo el mundo era la manera más efectiva de reducir el índice de mortalidad.
Eso se debe a que la brecha entre la cantidad de alimentos nutritivos que las personas deben comer, pero no comen, es mayor que la que hay entre los niveles de cosas dañinas que por lo general se llevan a la boca, pero no deberían, según Ashkan Afshin, un epidemiólogo de la Universidad de Washington. El promedio global de ingesta de carne roja fue de 27 gramos diarios, ligeramente arriba de la ingesta diaria recomendada de 23 gramos. Pero cuando se trata de comer nueces y semillas saludables, la mayoría de la gente come 3 gramos en promedio, muchísimo menos que los 21 gramos que se consideran óptimos.

 “No nos enfoquemos únicamente en las cosas que debemos eliminar de nuestra dieta porque, para ser sinceros, ya lo hemos intentado durante mucho tiempo”, afirmó Nita Gandhi Forouhi, una epidemióloga de la Facultad de Medicina Clínica de la Universidad de Cambridge que escribió un comentario que acompaña al estudio.

El estudio tiene ciertas limitantes. Hubo algunas brechas notables en la información relacionada con los regímenes alimentarios de los países más pobres y que algunos de los fallecimientos pudieron haberse atribuido a más de un factor alimentario, lo cual deriva en una sobreestimación de la carga de enfermedades atribuibles a la dieta. Pero, la clasificación nacional de la mortalidad relacionada con la alimentación debiera producir una  reaccionar por lo menos a algunos países para tomar medidas, en especial a aquellos que no cuentan con estudios nacionales sobre alimentación.
Volvemos a los  Andes. El tarwi (Lupinus mutabilis Sweet)– según registros investigados por el soviético N. I. Vavilov  (1951) – es originario de los andes (Bolivia, Ecuador y Perú), y describe  un vaso ceremonial de la cultura Wari, de 1400 años de antigüedad. También se cultiva, en menor cuantía, en Colombia, Chile y Argentina.
Una Guía del  Ambiente Mundial,  publicada por el Banco Interamericano de  Desarrollo-BID, señala que desde 1965, la producción de proteína concentrada en la forma de carne, leche y pescado, está triplicando en el XXI. Similar crecimiento y consumo corresponde a los cereales, leguminosas, vegetales,  frutas y otros  cultivos alimentarios.
En este marco, Ecuador y Bolivia tienen administraciones que han renovado su legislación y su acción, reconociendo a  la alimentación como un derecho independiente aplicable a todas las personas. Que todos tienen derecho al acceso seguro y permanente a alimentos sanos, suficientes y nutritivos; preferentemente producidos a nivel local y en correspondencia con sus diversas identidades y tradiciones culturales.
En los países  andinos existe una numerosa variedad  de productos  que podría resolver  o  detener la creciente anemia y desnutrición de sus pobladores nativos. Pero en el caso del Perú, “un país que vive enfrentado asimismo” *, el liberalismo a ultranza  convierte  los recursos alimentarios en propiedad y usufructo  de grupos de poder, que utilizan al Estado  para exportar aquello que  desde el pasado virreinal se veía con desprecio a los alimentos nativos  en tanto  las economías desarrolladas convierten estos productos en cotizadas mercancías. El “libre mercado” es cruel con los más  desposeídos.
El arte  culinario no debe caer, no ha caído aún en el dogma de los empresarios de la comida  fusión.
LA CENICIENTA DE LOS ANDES
En los últimos tiempos mucho de los alimentos andinos y amazónicos han adquirido reconocimiento internacional, brillando con luz propia, como la quinua, kiwicha, maca, sacha inchi, camu camu etc. Cuya importancia nutritiva y medicinal son más valorados y conocidos en el exterior que en el Perú.
Es así que se viene cultivando e industrializando la arracacha en Brasil, la quinua en EE.UU. y otros países europeos, la oca en Nueva Zelanda, el yacón en Japón, achira en Vietnam, entre otros.
Mientras que en el Perú todavía subsiste ese matiz peyorativo de estigmatizarlo como “comida de indios” o “comida de la sierra”, pese a que la mayoría de la población urbana es andina prefieren consumir alimentos citadinos como el arroz, trigo y fideos.
Las comunidades campesinas, según literatura publicada por organismos no  gubernamentales, los verdaderos guardianes de esta rica biodiversidad de alimentos, siguen aguardando ser visibles e incluidos y se lamentan de la falta de apoyo técnico y crediticio, la falta de mercado para sus productos, del agotamiento y erosión de sus tierras, de la falta de protección y valorización de sus semillas, y sobre todo la ausencia de visión gubernamental sobre la seguridad y soberanía alimentaria del país.