Francisco Carranza Romero*
Durante
nuestra breve estancia (del 11 al 19 de agosto de 2016) en Las Palmas de Gran
Canaria) mi esposa y yo tuvimos la oportunidad de conocer a los descendientes
de los coreanos que son ciudadanos españoles por nacimiento (jus loci) o por el proceso de la
nacionalización. Las reuniones se realizaron en el Ilustrísimo Gabinete
Literario y en la residencia del Cónsul de Corea. Por esta razón, este escrito
contiene cuatro testimonios de hispano-coreanos.
1.
“Yo llegué aquí muy niña. Llegué con mis padres. No tuve muchos problemas
porque los españoles me trataron como a una niña española aun sabiendo que mis
padres eran extranjeros. Los centros educativos me aceptaron sin problemas. Los
centros de salud me atendieron bien. Los clubes me abrieron las puertas. Repito,
todo esto sucedió antes de tener un documento de residencia legal y un
documento de ciudadana española. ¡Me trataron como a un ser humano! No nos asustaron
con la deportación. Las autoridades nos ayudaron en todos los trámites hasta
logar la nacionalización. Después de muchos años de vida y estudio ahora soy profesional.
Expreso mi agradecimiento a España.
Cuando
llegué a la edad de casarme, mis padres me enviaron a Corea para encontrarme
con los jóvenes de allá. Querían que me casara con un coreano, pensamiento
tradicional de todos los padres coreanos. Yo, muy obediente, fui a Corea,
conocí a mis familiares coreanos quienes me presentaron a varios pretendientes.
Pasé más de un mes teniendo encuentros y entrevistas con los jóvenes coreanos
sin ningún resultado. Así que volví a España soltera como había salido. Aun contradiciendo
al deseo de mis padres me enamoré de un español y me casé con él. Nos casamos
por amor y no por conveniencias. -Mientras ella habla su esposo español, que la
acompaña, bate la cabeza afirmando y sonriendo. Está feliz y orgulloso de su esposa-.
Después de casarnos, mi esposo y yo fuimos a Corea. Él conoció a los familiares
coreanos y las costumbres. Para sorpresa de todos celebramos el matrimonio tradicional
coreano. Y mis familiares nos dijeron que los jóvenes coreanos ya no quieren celebrar
el matrimonio tradicional. Pero nosotros los extranjeros, lo hicimos.
A
mi esposo le gusta mucho la comida coreana; y a mí también me gusta la comida
española. Así compartimos los gustos. No me quejo de mi matrimonio. Ahora soy
madre de una hija de nombre coreano”. Una hermosa niña, sentada en medio de sus
padres, nos mira alegre mientras saborea el rico helado canario. Es el fruto
del amor.
2.
“Yo llegué aquí porque mis familiares me trajeron, tenía menos de diez años. Fuera
de mi problema de comunicación en los primeros días, no tuve más problemas. Yo
también recibí los servicios de salud y educación como una niña española aun
sin tener los papeles en regla. Con el paso del tiempo obtuve la nacionalidad
española, estudié Leyes en la universidad y soy abogada; y, en mi condición de
mujer, compito en las mismas condiciones con los colegas españoles varones y
mujeres. No me quejo, tengo mis clientes, y en los tribunales me tratan bien,
no me discriminan.
Todavía
soy soltera y, a pesar de mi edad, mis padres siguen controlando mis salidas y
llegadas. Me casaré cuando encuentre a un hombre que me ame y a quien yo
también lo ame. Para mí, el amor es más importante que la nacionalidad. Estoy
contenta de vivir aquí. De verdad, estoy feliz”.
3.
“Yo nací en Corea y estudié en Corea hasta graduarme en el Departamento de
Español de la Universidad Hankuk de Estudios Extranjeros. ¿Se acuerda profesor?,
yo fui su alumna. -Es verdad, aunque ahora ya no tiene aquella figura de
estudiante-.
Después
de graduarme trabajé de secretaria en la Embajada de México en Seúl. Vine aquí para
estudiar la Maestría en Comunicación en la Universidad Las Palmas de Gran
Canaria. Mientras estudiaba me enamoré de un español y me casé con él. -Su
esposo, periodista español, está cerca de ella, ríe y dice: Yo la quiero
mucho-. Ahora soy española y coreana, y madre de una niña encantadora, su
nombre es Suwa. -Nombre coreano, interviene el esposo-. Aquí está su foto. -Nos
muestra la foto archivada en su celular-. Para mi familia coreana soy una
rebelde con mucha suerte”.
4.
“Mis hermanos y yo nacimos aquí. Somos españoles y coreanos. He viajado a Corea
y, por lo que poco que conozco la sociedad coreana, debo decir con franqueza: No
me adaptaría a la vida de allá, pues tengo otra mentalidad. Por motivos de
trabajo también he estado en Grecia, Alemania y Marruecos. Y hablando de
Marruecos, allí me han tratado bien; por eso me indigna cuando algunos
prejuiciosos hablan mal de los marroquíes. Yo respeto y estimo mucho a los
marroquíes porque ellos me dieron hospedaje, me ayudaron y me protegieron.
Tengo buenos amigos marroquíes con quienes mantengo correspondencia.
Ahora,
tengo mi empresa que ofrece los servicios al Ayuntamiento. Bueno, debo decir, todo
me va bien, no me quejo.
Convivo
por varios años con mi novia española, una ingeniera y profesora de la
universidad. Mis padres la conocen y quieren; y ya nos han dicho que fijemos la
fecha del matrimonio. Fuera de algunas discusiones, como en toda relación, nos
entendemos y nos ayudamos. Claro que nos casaremos. ¡A ver si vienen a mi boda!”.
Terminamos riendo por su invitación a su boda aún no programada.
La
expresión coreana “uri kiri”: entre
nosotros (coreanos), lo dice todo; fuera de expresar el nacionalismo y la
solidaridad coreana es la exclusión de otros. “Los coreanos se casan entre
coreanos” (uriquirimo endogámico). Un principio que se repite en la casa, en la
escuela y en donde sea. Los matrimonios internacionales son expresiones de la
rebeldía de algunos coreanos. Y los hijos, resultados de este enlace, son
calificados -a sus espaldas- con el despectivo: champong (mescolanza). Por eso, merecen elogios quienes -a pesar del
estigma social- logran el respeto y éxito dentro de la sociedad de endogamia
demostrando que el matrimonio internacional no es ninguna degradación. Estos nuevos
ciudadanos son, de verdad, los precursores del cambio necesario en el
pensamiento coreano.
-Profesor de la Universidad de Corea del Sur