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Casi todos los grandes generadores de innovación y avances en la humanidad hacen énfasis en el equipo. Henry Ford, Steve Jobs, la Madre Teresa, Winston Churchill son solo algunos ejemplos que priorizan lo colectivo, frente al título honoris causa que ostentan. 

Pero incluso ya hace miles de años, inmortales en ideas han planteado la virtud del equipo. Libros como “El Arte de la Guerra” son de lectura obligatoria para cualquier persona que quiera conducir una desafío colectivo. Y es que, en definitiva, la experiencia humana nos ha demostrado que los mesías con una luz reveladora, fuente de todo saber, no existen.
La virtud del equipo se encuentra en la humildad de su líder; que tiene noción de las propias limitaciones inherentes al saber normal que una persona puede retener. En esa humildad, nace la especialización que augura un intercambio de ideas y detalles para poder trabajar con lo diferente, reforzando lo que es endeble a la vista de una sola mirada.
Pero a pesar de esto, existe todavía en el siglo XXI, un resabio de los antiguos privilegios de estamento, que buscan destacar por su título antes que por su legado. Alguien que obtiene el mandato de una persona, o peor aún, algunos incluso se autodenominan con ese título sin el aval real, son personas que transmiten ideas que van en detrimento de la idea de caminar juntos un trayecto.
¿Qué sentido tiene inflar el pecho si solo hay aire dentro? ¿Acaso el complejo de inferioridad es tan definitorio que ciega a la mente? No lo sé. Los motivos son infinitos, porque infinito es el Ser Humano. Pero quizás otra opción, que justifique el gastado término de “referente” en el mundillo de la política, puede ser la Tradición. Y es que, muchos todavía se apegan a un extinto rito de formalidades, que quedaron despasados por la inmensidad de los cambios culturales.
La forma de consumir las noticias, los gustos musicales, el concepto de Sexualidad y Amor, o las relaciones laborales han cambiado. Todo cambió, se transformó en algo distinto a lo que fue; pero algunos todavía insisten en utilizar distintos artilugios de épocas pasadas en el presente. Y el término “referente” o incluso señalar lo que se desconoce, fruto del propio anonimato de las acciones generadas, pertenece al pasado.
Un brillante presidente chileno dijo alguna vez que “existen viejos jóvenes y jóvenes viejos” y en esta lucha, entre lo que se resiste a morir y lo que crece día a día, podemos observar cómo se va dando la batalla en todos los arcos políticos. Los que están más enquistados en el pasado, reciben obviamente más muletillas del asunto; pero parece de no creer, que en un partido tan moderno como es Cambiemos, todavía existan personas que se autoproclaman “Referentes”. Ya sea de un barrio, una ciudad, de la Gobernadora, Presidente, Legisladores o Ministros; varios intentos de dirigentes, buscan legitimar su posición gracias a un mandato de otra jerarquía.
Estos “referentes” se olvidan que la legitimidad se la dan los vecinos y no un sello intangible.
Parece increíble, pero lamentablemente algunos realmente piensan en construir en base a un mandato. Pero siempre que llueve, tarde o temprano vuelve a salir el sol, y se manifiesta en las encuestas o los resultados de una elección. Las urnas no mienten, y siempre castigan a los que se aferran a lo viejo y premian a los que siguen en el mismo camino, con su equipo haciendo junto a los vecinos, posible a lo necesario.
Hacer las cosas en equipo requiere mucha humildad y la virtud de escuchar. Mauricio Macri o María Eugenia Vidal, como tantísimos otros, son claros ejemplos de este cambio conceptual. Ellos no necesitaron de un título para hacer. Lo único que hace falta para cambiar las realidades es trabajar día a día donde a uno le toque estar y gracias a esto, luego llegarán los votos. Hoy en esta Editorial vengo a homenajear a todos los que hicieron y hacen posible este cambio. Deseo que la vieja política, con sus títulos rimbombantes, sean parte del pasado para dar paso por fin, a una discusión seria y madura sobre todos los asuntos; haciendo eje en el conjunto por sobre el ostracismo de la individualidad mal entendida.