Francisco Carranza Romero.
Una
vez en una oficina de salud pregunté: ¿Está el médico…? Y apenas dije “médico”
la secretaria me miró con sus ojazos centelleantes y resuelta a corregirme. Así
los hizo: “¡Doctor, querrá decir!”. Disculpe,
señorita. Traté de disculparme aun sabiendo que lingüísticamente no había
cometido un error. Pero, ni modo, como dicen los mexicanos, tuve que repetir la
pregunta según la corrección: ¿Está el doctor…?La dilecta secretaria recién
respondió a mi pregunta.
Este
hecho pudo haber sucedido también en un estudio jurídico porque el abogado,
apenas recibe el título, ipso facto es doctoreado.
He
visto rótulos y tarjetas con el título de doctor antecediendo al nombre.
Después, por alguna información he llegado a saber que el tal abogado, médico,
sicólogo, farmacéutico, sacerdote… no tienen el referido título. Ocurre que el
pueblo, por su ignorancia o servilismo, les da ese título en el trato diario. Y
los supuestos doctores, felices, no corrigen ni se incomodan; al contrario, se
acomodan en su alta jerarquía falsa.
El
doctoreo es tan común en nuestro medio que muchos profesionales ya no necesitan
estudiar el postgrado (Maestría y Doctorado) para sentirse doctores porque son
doctoreados en donde sea.
Los
títulos de Licenciatura, Maestría y Doctorado son resultados de más de un
cuarto de siglo de esfuerzos y estudios; aunque hay algunas universidades que
dan muchas facilidades. A mí me da igual si me dicen profesor o simplemente
profe, señor, don o algún calificativo de respeto como “jefe”. Lo importante es
el trato respetuoso.
He
conversado con gente que no tiene los estudios superiores pero que es docta en
muchas cosas de la vida porque sabe mucho. A esta persona la llamamos yachaq en quechua: Uno que sabe. Es que
la palabra docto procede de “doctus, docta, doctum”, participio pasivo del
verbo latino docere. Significa: instruido, hábil, diestro, formado, realizado…
Un calificativo que abarca no sólo lo cognoscitivo sino lo ético y espiritual.
También
conozco a algunos que tienen el título de doctor y que se pavonean del cartón,
pero que no son doctos. A estas personas las llamamos musyaqen quechua:Un especialista en algún campo del conocimiento. Y
estas personas hasta recurren a la sigla Ph D (Philosophiae doctor, título que
se usaba en la Edad Media y que ahora se usa en los países anglohablantes). Por
tanta petulancia y ruido merecen que se les altere la versión latina ph
equivalente a la letra griega (fi)
que muy bien loscalificaría, y escribirlos con mayúscula como loa al pavo real:
HDP.
Y
vuelvo al problema: ¿Por qué doctoreamos sólo a ciertos
profesionales? ¿Realmente saben mucho esos profesionales? El uso mal
fundamentado nos confunde y nos conduce al error. En este caso cabe citar la
expresión latina: Uti, non abuti. Que lo entiendan los doctores.