PapeldeArbol:En 2013 se lanzó la Campaña internacional contra el muro de la ocupación marroquí en el Sáhara Occidental: juntos para derribar el muro, de la que Gaici forma parte. Sus tres ejes principales son el muro, las minas y las víctimas de las mismas. 

 “El muro no es más que una copia de unas tácticas que se han utilizado en otros países en los que se ha demostrado su fracaso y este muro no puede ser una excepción”. Para este investigador, el cerco es la constatación física del fracaso militar marroquí en el Sahara Occidental. 

“Si los marroquíes pensaran que el muro podría resolver el conflicto del Sahara Occidental no lo hubieran construido”. Aun así, Gaici se mantiene optimista: “El Sahara está ocupado, pero no está conquistado”. Para el DEIA, el cerco es la constatación física del fracaso militar marroquí en el Sahara Occidental. “Si los marroquíes pensaran que el muro podría resolver el conflicto del Sahara Occidental no lo hubieran construido”. Aun así, Gaici se mantiene optimista: “El Sahara está ocupado, pero no está conquistado”.

Por Rosa Valdeón. Estos días he visto en las redes sociales llamamientos que han realizado diversas Asociaciones de Amigos del pueblo Saharaui para solicitar y animar a familias para  acoger niños y niñas que vienen a pasar el verano en nuestra tierra con el programa ‘Vacaciones en paz’. Personalmente, conocí esta posibilidad de acogimiento a principios de los años 90. En aquellos momentos este programa supuso, además de la visibilización de la dramática situación de este colectivo, un éxito, ya que tuvo una excelente respuesta por parte de la sociedad española, por parte de las familias acogedoras. En general había más ofrecimientos de acogimiento que niños autorizados a venir. Esta situación de colaboración social siguió aumentado hasta los últimos años, en los que han aparecido dificultades entre quienes vienen y las personas dispuestas a acogerlos. Supongo que esto obedece a muchas razones.

La primera son las reticencias o el miedo que algunas personas tienen al compromiso emocional, al cariño que se genera en esa convivencia y al dolor de separase de alguien que, obligatoriamente, volverá con su familia.La segunda es la creencia de no beneficiar a los niños, dado que tras vivir con nuestras comodidades, regresan al inhóspito desierto.
Estos dos argumentos, absolutamente comprensibles, los pueden explicar y aclarar las propias asociaciones, familias que ya han sido acogedoras y todas las personas que, de una u otra forma, conocemos el programa. Podemos asegurar que el beneficio para estos niños es incuestionable, por muchas razones: para su estado de salud, para su derecho a disfrutar como niños que son, evitando la dureza de temperaturas de 50 grados y, además, por aprender castellano para mantener ese vínculo con un pueblo que fue su compatriota. 
Por supuesto, las familias acogedoras también reciben: se benefician de un sentimiento de vida que les reportará mucho más de lo que a priori suponen. A ellos y a todos sus cercanos, familiares, amigos, etc. También es cierto que la compleja situación económica que aún vive nuestra sociedad es un factor disuasorio que esperamos sea temporal.
Quizás, en mi opinión, lo que sería más preocupante es que el descenso de familias acogedoras se debiera a la disminución de la solidaridad y como estoy segura de que esa no es la razón, la otra cuestión que, desgraciadamente, creo que sí influye es el desgaste que supone una situación que, al mantenerse sin visos de solución y mantenida tanto tiempo, haya contribuido al desafecto. Salvo los saharauis, cuya paciencia es mítica, cualquier ser humano acusa, acusamos, un sentimiento de fracaso. Somos muchas las personas que nos comprometimos para impedir el olvido de su causa pero, como se ve, con escaso éxito.

Llevo más de 20 años viajando periódicamente a los campamentos de refugiados en Tindouf y he recordado algo que, aun siendo un hecho puntual, constituye un símbolo de este conflicto olvidado. Hace 18 años, en una de las estancias allí en el “hospital” de Rabouni, presencié la atención que prestaron a una parturienta unos médicos cubanos. 

El parto no evolucionaba y se decidió practicar una cesárea pero no había anestesista… ¡ni anestesia! Pero lo hicieron, ayudados de su buena voluntad, serenando a la mujer y con acupuntura. Bien es verdad que la fortaleza y resistencia de las mujeres saharauis contribuyeron de forma esencial. Ese niño nació bien, sano, y al cogerlo en brazos algo me recordó que en España también entonces acababa de nacer el primogénito de la Infanta Cristina y, como es habitual, en nuestro país con todas las garantías sanitarias.

Por eso escribí un artículo con el título “pequeño Juan, háblale a tu abuelo de ellos”, con la intención de denunciar la tremenda desigualdad y nuestra responsabilidad como país en un proceso de descolonización no concluida, aprovechando el vínculo de amistad que el Rey Juan Carlos mantenía con el Rey de Marruecos.Ahora, 18 años después, esos niños son ya adultos en situaciones dispares.

Sabemos que los padres de Juan ya no son Duques, que probablemente sufrirá por la complicada situación familiar pero, también, que vive en un país libre dentro de la Unión Europea y sin ninguna carencia material.El joven saharaui ni siquiera sé si habrá sobrevivido a las condiciones del desierto y, si lo ha hecho, sufrirá todo tipo de carencias materiales, vivirá sin libertad y sin esperanza de futuro.

Solo quiero pensar que, ojalá, haya tenido la ocasión de pasar algunos veranos en nuestro país y que, además de su familia, tenga a otra familia española que forma parte de su vida y que le recuerda con cariño.