Papel de Arbol

martes, 7 de agosto de 2018

MEXICO, REFLEXIONES DE RECTOR DE LA ALTA ESCUELA PARA LA JUSTICIA



 Profesor Paolo Pagliai / Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal – México
Fuente: Noticias Aliadas-El Mercurio Digital.
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Paolo Moiola.- Andrés Manuel López Obrador, conocido con el acrónimo de AMLO, fue elegido presidente el 1 de julio por el 53.2% de la ciudadanía mexicana que emitió su voto harta de la corrupción, la injusticia y una violencia que parece irrefrenable. López Obrador había sido derrotado en las elecciones presidenciales del 2006 y del 2012, estas últimas muy disputadas. 

En el tercer intento obtuvo más de 30 millones de votos, más del doble del candidato que quedó segundo, Ricardo Anaya, del Partido Acción Nacional (PAN). A AMLO, de 64 años, le espera una tarea muy difícil a partir del 1 de diciembre cuando asuma la presidencia, empezando por el combate contra los carteles del narcotráfico, que controlan amplias zonas del país, y la relación con el incómodo vecino del norte, el presidente estadounidense Donald Trump.

Paolo Moiola, colaborador de Noticias Aliadas, conversó con Paolo Pagliai, italiano de 50 años con más de 20 en México, rector de la Universidad Alta Escuela para la Justicia 

(www.altaescuela.org.mx) en Ciudad de México, sobre los desafíos que enfrentará AMLO. Pagliai, experto y apasionado por la memoria histórica, los derechos humanos y la paz, es doctor en Educación por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y ha sido decano de la Facultad de Letras y Filosofía de la Universidad del Claustro de Sor Juana.

¿Cómo calificaría en tres palabras el triunfo electoral del 1 de julio del 2018?
Tenso, emocionante, eufórico (en este orden). El 2 de julio, el día siguiente, alegre, esperanzado, maravilloso.

En su editorial del 2 de julio, el diario La Jornada habló de la victoria de AMLO como del triunfo de un proyecto transformador en la política, lo social, la economía y la ética. ¿No es exagerada una afirmación semejante?

No, aunque si se hace en La Jornada que, durante toda la campaña, ciertamente no apoyó con claridad a Andrés Manuel, puede parecer bastante sorprendente. MORENA [Movimiento de Regeneración Nacional, el partido de AMLO] puede representar eficazmente ese proyecto transformador de la política que México y todo el continente latinoamericano tanto necesitan; sus ideas en los campos económico, social, e incluso ético, son indudablemente innovadoras.

AMLO habla abiertamente del amor en un contexto político mundial cínico donde el egoísmo de clase y el neo-soberanismo son los amos: el amor como motor del cambio, como elemento decisivo para la solución y la transformación de los conflictos, como punto de partida para una nueva política de seguridad pública; el amor por los demás como instrumento para el diálogo político, incluso áspero, pero siempre respetuoso de los derechos de los demás, especialmente los derechos humanos.

Podría defraudarnos, es verdad. Podría hacer exactamente lo contrario de lo que dice; esa eventualidad existe. Pero, en principio, las expectativas de los mexicanos y las mexicanas que votaron por MORENA son muy altas. Estamos ante un momento histórico, no hay duda.

Muchos periódicos internacionales, en EEUU pero también en Europa, hablan de una nueva victoria del populismo. ¿AMLO es un político de izquierda, un populista, un populista de izquierda? ¿O nada de todo esto?

Depende de lo que queramos decir cuando hablamos de populismo; no creo que haya, hoy en día, una palabra más inflada y mal utilizada que esta.

Si la política que apela a los bajos instintos de la mayoría es populista, entonces yo excluiría que AMLO pertenezca a esta categoría muy en boga de políticos. En un mundo en que cerramos los puertos y dejamos en medio del mar naves cargadas de desafortunados con el apoyo incondicional de la mayoría de los electores, las palabras de Andrés Manuel aparecen como verdaderos tratados de política compleja, difícil y refinada. Aquí en México, durante la campaña, estaba “el Bronco” —uno de los candidatos, un independiente [Jaime Heliodoro Rodríguez Calderón, exintegrante del Partido Revolucionario Institucional (PRI)]— que proponía cortar las manos a los ladrones; estaba el Partido Verde que, a su vez, proponía el fusilamiento para los secuestradores.

Aquí el populismo no escasea y, así como en Italia, apela a los instintos más bajos de la opinión pública, pero cuando AMLO habla de la reconciliación nacional, incluida la justicia social, de la reconstrucción cooperativa del país, ciertamente no es un discurso populista, es más bien una propuesta política innovadora y, en muchos sentidos, valiente. Ahora, si, en cambio, estar del lado de los últimos significa ser populista; si elegir la causa de los pobres como si fuese la causa de todos representa una elección que se refiere a un populismo no mejor precisado, bueno, entonces Andrés Manuel es un presidente populista. Qué tiene que ver entonces este populismo con el que deja que los niños se ahoguen en medio del mar, o se rehúsa a dar una ley contra la tortura o disminuye los impuestos a los más ricos porque la clase media vuelve a sentirse importante, lo dejo que lo aclaren quienes desde afuera observan con recelo lo que está pasando en México.

En una clasificación hipotética de los problemas mexicanos, ¿en qué orden de importancia pondría la violencia, la corrupción, la desigualdad? ¿Existe una correlación entre estas problemáticas?
Es cierto, existe una estrecha relación entre todos los problemas que padece México, pero no es la de causa y efecto que la gente podría pensar o que, más simplemente, confunde debido a un proceso inexorable de simplificación de la realidad cuyos principales responsables son los medios de comunicación de masas, completamente subordinados a los intereses de los partidos políticos y de los grandes grupos industriales y financieros.

Es la corrupción, la madre de todos nuestros males: niega los derechos fundamentales de las personas transformándolos en favores, genera dependencia de los poderes y relaciones peligrosas con los más fuertes, reduce significativamente los efectos positivos de las políticas públicas y anula cualquier tipo de participación genuinamente democrática de parte de los ciudadanos; en la lucha contra el crimen organizado, reduce la eficiencia y la fiabilidad de las fuerzas del orden, genera una judicatura absolutamente incapaz de hacer justicia, y fiscales tan contaminados por los intereses políticos que no pueden, de ninguna manera, garantizar investigaciones mínimamente independientes y dignas de fe.

La corrupción, por lo tanto, es la principal fuente de inseguridad, pero —no debemos olvidar— está también en la base de la gran pobreza que afecta a la que es, para todos los efectos, la décima potencia económica mundial y que, a pesar de esto, tiene, entre sus propios ciudadanos, 53 millones de pobres. En nuestro sistema corrupto, la riqueza se distribuye de manera inicua, de modo que, mientras nuestros ricos están entre los más ricos del mundo [el mexicano Carlos Slim ocupa el séptimo lugar en la lista Forbes del 2018], nuestros pobres pertenecen a la parte más pobre del planeta.

Ya de por sí, esta sería una forma de violencia inaceptable, pero si a ello le agregamos la sistemática negación de los derechos humanos —acceso a la salud, la educación, la justicia—, entonces es cuando la pobreza en México adquiere dimensiones verdaderamente angustiosas. Si, a toda esta angustia, añadimos 200,000 muertos y 40,000 desaparecidos en los últimos 12 años, un número desconocido de carteles del narcotráfico y de organizaciones criminales que arrebatan el control del territorio a las instituciones del Estado, el lento pero inexorable agotamiento de las reservas de petróleo, y los reflejos a escala nacional de la crisis del trabajo que se registra a nivel planetario, la relación entre los problemas que afligen a México, en este momento neurálgico de su historia, teje un panorama complejo que requiere soluciones creativas, originales, colaborativas, plurales y —sobre todo— no violentas.

En todos los países, el sistema económico favorece las finanzas y maltrata el trabajo. El desempleo y el subempleo son el problema socioeconómico por excelencia. ¿Cómo está México en esto? ¿Qué hará el gobierno de AMLO?

En México, el trabajo no cuesta nada. El salario mínimo no alcanza los 89 pesos [US$4.7] por día; muchas familias, muchísimas, deben sobrevivir con dos o tres salarios mínimos, eligiendo, día tras día, si la prioridad es comer, protegerse del frío, desplazarse en transporte público o comprar un medicamento que a veces puede ser vital: cada una de estas opciones excluye automáticamente a todas las otras. Somos el país de la economía informal, donde más de la mitad de los trabajos se realiza en negro, sin contribuciones y sin seguro; profesiones como la enseñanza en todos los niveles, o la investigación científica, son objeto de salarios bajos y siempre expuestas a la precariedad del mercado; no es poco probable encontrarse con una persona que sea ingeniero químico o arquitecto y que, a falta de otra cosa, haya elegido conducir un taxi más o menos autorizado.

En este contexto que, más que de pobreza, definiría de miseria, las grandes empresas, mexicanas y extranjeras, hacen negocios de oro. Para los gobiernos anteriores, crear puestos de trabajo era un asunto relativamente fácil: en el fondo, bastaba regular el mercado del trabajo informal y poner, en la bandeja de plata de las empresas extranjeras, miles de puestos de trabajo mal pagados o, como prefiero decir yo, ofrecer al mejor postor a cientos de esclavos. Con AMLO este escándalo debe terminar. La nueva secretaria de Trabajo, Luisa Alcalde (abogada de apenas 35 años) ya ha anunciado un incremento significativo del salario mínimo que, en poquísimo tiempo, debería incluso duplicarse, empujando así todos los demás salarios hacia arriba.

El bienestar de las personas también está relacionado con la salud y la educación. ¿En México hay salud y educación pública?

En México, hay tanto educación como salud pública. La calidad de los servicios ha decaído profundamente en los últimos 25 años, debido a una cultura neoliberal que ha relegado a los pobres al sector público desplazando a los ricos al sector privado. Dado que la educación pública se ha convertido, esencialmente, en la educación de los pobres, su calidad ha disminuido drásticamente. Lo mismo se aplica a la salud: los hospitales para pobres dan servicios de mala calidad. Nada de esto, sin embargo, es irreversible. Todavía estamos a tiempo de cambiar el sentido de las cosas.

En EEUU, Donald Trump hace y deshace, gobernando a través de tuits. Acusa a México de exportar a su país inmigrantes indocumentados, drogas y robar empleos a los estadounidenses con las industrias de su país trasladadas a territorio mexicano. Estos problemas indudablemente existen, ¿cómo es posible enfrentarlos y resolverlos?

Mejorando las condiciones de vida de millones de mexicanos en México. Devolviendo, de una vez por todas, su verdadero significado a la seguridad humana: acceso universal a la salud, la educación y la justicia; salarios y condiciones laborales respetuosos de la dignidad humana; un acuerdo de libre comercio que incluya también la libre circulación de personas. En realidad, estas son las medidas drásticas y valientes que necesitamos; las de Trump son sólo el reflejo basto de las pulsiones más bajas de la opinión pública estadounidense.

Uno tiene la impresión de que México está indeciso entre ser un país latinoamericano o un país más conectado a sus vecinos del Norte, EEUU y Canadá. ¿Es una impresión equivocada?
Casi se diría que cada Sur tiene su propio Norte y que, por obvias razones, cada Norte tiene su propio Sur. México es un país latinoamericano de América Septentrional. En esto no hay ninguna contradicción. Nuestra realidad es peculiar gracias a nuestra posición geográfica y nuestras características culturales: somos un país norteamericano de cultura y lengua latinas. 

En este contexto de diversidad, se forma nuestra riqueza cultural y, precisamente a partir de aquí, ha surgido una red de oportunidades para México y para todo el continente americano. Hoy tenemos la oportunidad de proponernos como un puente entre el Norte y el Sur, una especie de bisagra entre las dos Américas: un puente cultural, social, político, económico, sin muros y con igualdad de oportunidades para todos los habitantes de todos los países que componen este maravilloso y variado bi-continente. 

Siento que el proyecto de AMLO es portador de los principios necesarios para transformar esta nación en la tierra de encuentro entre todos los pueblos americanos: la suya es una propuesta de diálogo, no violento y cargado de mensajes positivos y humanísticos que tratan siempre de tener en cuenta el bien de la persona humana, independientemente de su pertenencia étnica, partidista y religiosa. —Paolo Moiola / Noticias Aliadas.

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Con permiso de El Mercurio Digital
Jorge Zavaleta Alegre,  Corresponsal en América
PapeldeArbol.
jorgez@telefonica.net.pe