Jorge Arturo Figueroa.
La vida de los ciegos, durante siglos, ha sido tan menospreciada como la de los parias y tan dura como la de los esclavos. Y esa condición persiste en los pueblos de los andes y la amazonía, solo si nos referimos a América.
En las sociedades antiguas se creía que el ciego estaba poseído por un espíritu maligno. El ciego, en los casos en que, por mejores condiciones de vida o por otras causas, se le dejaba vivir, se transformaba en objeto de temor religioso.
Con el Cristianismo cambia la suerte de los ciegos. La persona humana se elevó a la categoría de valor absoluto. Todos los hombres son hijos de Dios, sin excepción. La vida es un don sagrado y nadie tiene derecho a disponer de ella. Los primeros Padres de la Iglesia condenaron el infanticidio, que aún se practicaba usualmente durante el Imperio. El budismo y la religión islámica proclamaban también el carácter sagrado de la vida de los niños.
El Evangelio dignificó a los ciegos. A partir de Cristo, la ceguera era un medio de ganar el cielo: para el propio ciego, y para el hombre que tenía piedad de él. Para Dios, una ocasión de manifestar su gloria.
En los últimos años del siglo XVIII y primeros del XIX 18 marcaron una nueva era en la historia de los ciegos. Dos franceses, Valentín Haüy y Louis Braille, son los protagonistas de este hecho: los inventores del primer alfabeto que hace posible la lectura a los ciegos y el sistema utilizado todavía hoy por nosotros.
Valentín Haüy, nació cerca de París, en 1745. Conocedor de varios idiomas, trabajó en el ministerio de Asuntos Exteriores, traduciendo la correspondencia para el ministro. Fue por entonces cuando Valentín entró en un café y presenció la farsa ignominiosa que él mismo describe más tarde: «En septiembre de 1771, un café de la feria de San Ovidio presentó una orquesta de diez ciegos, escogidos entre los que sólo tenían el triste y humillante recurso de mendigar su pan en la vía pública con ayuda de algún instrumento musical”.
Valentín Haüy quiso que los ciegos usasen el mismo método de lectura y escritura que los videntes, teoría luego muy discutida. Lo importante era lograr el fácil acceso de los ciegos a la cultura, mediante lo cual, la aproximación a los videntes será un hecho. En 1784 se fundó el primer colegio para ciegos y Valentín hizo una demostración con sus alumnos ante la Academia de Ciencias de París, de que los ciegos podían leer y escribir. La Academia declaró a Valentín Haüy verdadero creador del sistema de escritura en relieve.
Las principales actividades del colegio eran las académicas, la música y los trabajos manuales. El violinista Paganini dijo que no había oído el tono musical perfecto hasta que oyó cantar a los jóvenes ciegos de la Fundación Valentín Haüy.
Louis Braille. El segundo paso en el camino de la incorporación de los ciegos al mundo de la cultura había de darlo un joven ciego, alumno de la institución fundada por Haüy.
El «generador Barbier» constaba de 12 puntos, de cuyas diversas combinaciones nacían los signos fonéticos, base de su escritura. Louis Braille lo redujo a 6 puntos, con lo que las dimensiones de las letras quedaban adaptadas a las exigencias del tacto. Braille obtuvo, no solo un alfabeto, sino también unos signos de puntuación, una musicografía y una notación matemática.
Después de una gran oposición, en 1854 se adoptó el sistema Braille como sistema oficial de enseñanza en la Institución de Jóvenes Ciegos de París, y en un Congreso Internacional, celebrado en esa misma ciudad, se adoptó el Braille como sistema universal para la enseñanza de los ciegos.
Con la invención de la lectura y la escritura en relieve, se produce un cambio que afecta en lo más profundo al ser de los ciegos como tales. No se trata, en realidad, de que hasta entonces los ciegos no pudiesen leer y desde entonces sí, pues es evidente que, a pesar de todo, la mayoría de ellos continúa aún en el analfabetismo.
EL MILAGRO DE ANNA SULLIVAN CUANDO HOLLYWOOD DESCUBRIO A HELEN KELLER
Era inevitable que una historia así despertase el interés del público. En 1959, el dramaturgo William Gibson transformó la autobiografía de Helen Keller en la película para televisión El milagro de Anna Sullivan. El éxito de la adaptación que contaba con Teresa Wrigth como Anna Sullivan y Patty MacCormack como Helen Keller propició que el autor adaptase la obra al teatro y fue en Broadway, ya con Anne Bancroft y Patty Duke como Anne y Helen, donde la increible histora de superación de Keller se convirtió en un referente.
Helen Keller quedó sorda y ciega a causa de una enfermedad cuando tenía 19 meses de edad. Llegó a desarrollarse culturalmente y ser una escritora y conferenciante pública famosa. Helen pronto comenzó a descubrir el mundo usando sus otros sentidos. Tocaba y olía todas las cosas que estaban alrededor de ella y sentía las manos de otras personas para «ver» lo que estaban haciendo e imitaba sus movimientos. Al no poder expresarse ni entender su frustración aumentó con la edad y su impotencia de no poder comunicarse. Se convirtió en una persona salvaje, revoltosa y muy agresiva. Esta situación hizo que se viera claramente la necesidad de hacer algo. Justamente, antes de cumplir siete años, la familia contrató a una tutora privada.
Cuando tenía siete años de edad inventó 60 signos diferentes que le servían para comunicarse con su familia. Anne Sullivan venía de un ambiente muy pobre. Había perdido la visión cuando tenía cinco años y fue abandonada en una casa de escasos recursos. Tuvo la suerte de haber encontrado un lugar donde fue bien recibida, el Colegio Perkins para Ciegos en Boston. Después de varios años, y tras dos operaciones con éxito recuperó su visión. Se graduó obteniendo el título de honor. Para el director de la escuela estaba claro que Anne Sullivan era la persona adecuada para educar a Helen Keller.
El primer paso de Anne fue comunicarse con ella venciendo su agresividad con fuerza y paciencia. El siguiente paso fue enseñarle el alfabeto manual. Anne la ponía en contacto con los objetos y le deletreaba en la mano las palabras. Así comenzó a animarse y cada cosa que encontraba la agarraba y preguntaba a Anne cómo se llamaba.
Así fue preparando a su alumna con nuevas palabras e ideas que necesitaría para enseñarle a hablar. Como resultado de todo este trabajo, Helen llego a ser más civilizada y amable, y pronto aprendió a leer y escribir en Braille. También aprendió a leer de los labios de las personas tocándoles con sus dedos y sintiendo el movimiento y las vibraciones.
Anne la ayudó en varias instituciones trabajando con otros materiales y textos, enseñándole distintas lecciones y actuando como su intérprete. Ella interpretaba en las manos de Helen lo que los profesores decían en clase, y transcribía en los libros utilizando el sistema Braille.
Helen se graduó con título de honor de la Radcliffe College en 1904. Tenía un poder de concentración extraordinario, muy buena memoria y muy buenos recursos personales para mejorar. Mientras estaba en aquella escuela escribió «La Historia de Mi Vida». Este libro tuvo un rápido éxito y gracias a él ganó suficiente dinero para comprarse su propia casa.
La ceguera era una enfermedad muy común, a causa de la pobreza abundante que había. Helen colaboró en la creación de la Fundación Americana para los Ciegos con el objetivo de ofrecer servicios a otras personas ciegas. Llegó a ser famosa, invitada por muchos países y recibió títulos de Honor de diferentes universidades extranjeras.
En octubre de 1961 Helen sufrió el primero de una serie de accidentes cerebros vasculares, y su vida pública fue disminuyendo. En los últimos años de su vida se dedicaría entonces a cuidar su casa en Arcan Ridge.
En 1964, Helen fue galardonada con la Medalla Presidencial de la Libertad, el más alto premio para personas civiles otorgada por el presidente Lyndon Johnson. Un año más tarde fue elegida como La mujer del “Salón de la Fama” en la Feria Mundial de Nueva York.
Poco antes de su muerte en 1968, a la edad de 87 años, Helen Keller le dijo a un amigo: “En estos oscuros y silenciosos años, Dios ha estado utilizando mi vida para un propósito que no conozco, pero un día lo entenderé y entonces estaré satisfecha.”
El 1 de junio de 1968, en Arcan Ridge, Helen Keller muere mientras dormía. Su cuerpo fue cremado en Bridgeport, Connecticut y su funeral se realizó en la Catedral Nacional de Washington DC. La urna más tarde sería llevada a un lugar cerca de donde descansaban los restos de Anne Sullivan y Polly Thomson.
Si vos querés saber más sobre esta historia, hay una película: “El milagro de Ana Sullivan, The miracle worker”
Nació el 27 de junio de 1880 en Tuscumbia, Alabama, en una casita rodeada de madreselvas y rosas amarillas en el seno de una familia de gobernadores y generales. Su abuela paterna era sobrina de Robert E. Lee, líder del ejército confederado en la Guerra de Secesión y su abuelo materno descendía de John Adams, el segundo presidente de los Estados Unidos.
El destino de Helen Keller era convertirse en una pequeña y despreocupada princesita sureña, pero a los diecinueve meses unas fiebres, probablemente provocadas por la meningitis, la dejaron sorda y ciega y poco después también perdió el habla. La acomodada y apacible vida de los Keller se había truncado repentinamente.
Helen había sido un bebé precoz, dio sus primeros pasos con tan sólo un año y sus padres afirmaban que con siete meses había pronunciado su primera palabra: “agua”. Pero con menos de dos años su contacto con el mundo se frenó virulentamente. La impotencia que sentía sumada a la sobreprotección con la que fue criada provocaba en ella constantes ataques de ira y un sufrimiento insostenible. Toda la familia giraba en torno a ella y su mayor preocupación era qué iba a ser de Helen en su vida adulta. Nadie esperaba que Helen pudiese llevar nunca algo parecido a una vida normal.
Hasta que un día, de manera casual, la madre de Helen encontró un rayo de esperanza en un libro de Charles Dickens. En el ensayo Notas sobre América, Kate Adams, descubrió la historia de Laura Bridgman.
Bridgman, había perdido totalmente la vista, el oído y parcialmente el gusto y olfato tras sufrir un ataque de escarlatina más o menos a la misma edad que Helen. Parecía condenada a una existencia en el limbo, pero en la Institución Perkins de Boston el doctor Samuel G. Howe le había enseñado a leer y a comunicarse con los dedos. El tesón de Laura la había convertido en una pequeña celebridad y decenas de curiosos se acercaban a la fundación para ver sus increibles avances. Fue la primera persona sordomuda y ciega que recibió educación con éxito. Si Laura Brigman había podido conseguirlo, significaba que Helen también podía salir de su crisálida.
La familia Keller viajó al norte, donde el prestigioso logopeda Alexander Graham Bell (sí, el mismo que patentó el teléfono) les puso en contacto con el Instituto Perkins. El doctor Howe había fallecido, pero su sutituto, el doctor Anganos, les ofreció una posibilidad que les resultó más atractiva que dejar a Helen en la institución: que una joven profesora se trasladase a Alabama con la familia. Y así llegó Anna Sullivan a la vida de Helen Keller, tres meses antes de que cumpliese los siete años. “El día más notable de mi vida”, escribió Keller en sus libro La historia de mi vida.
El entorno en el que se había criado Anna Sullivan era mucho más modesto que el de los Keller. Sus padres habían huido de Irlanda tras la hambruna de la patata y se habían instalado en Massachusetts. Su madre falleció de tuberculosis cuando Anna sólo tenía siete años y ella y su hermano Jimmy acabaron recluidos en una institución para niños desamparados. Poco después Jimmy falleció también de tuberculosis y Anna sufrió un tracoma, una infección ocular que la dejó casi ciega. Eso la llevó a la Escuela de Perkins para los Ciegos donde se graduó con honores. Había sido una de sus alumnas más destacadas y ahora estaba preparada para ser una de sus profesora más influyentes.
“Así salí de Egipto y me hallé en el Sinaí, y una fuerza divina tocó mi espíritu, y le dio la vista para que contemplase tantas maravillas. Y desde la montaña sagrada escuché una voz que decía: el saber es amor, luz, visión.” Así definió Helen la llegada de Anna Sullivan a su vida.
Jorge Zavaleta Balarezo
Escritor, crítico de cine y periodista peruano (Trujillo, 1968). Es doctor (Ph.D.) en literatura latinoamericana por la Universidad de Pittsburgh (Estados Unidos). Además, tiene estudios de literatura, periodismo, cine, publicidad y análisis político en la Pontificia Universidad Católica de Lima (PUCP) y el Taller Robles Godoy. Su obra creativa incluye la novela Católicas (1998) y una colección aún inédita de cuentos. Ha publicado ensayos y reseñas en revistas académicas como Mester, Variaciones Borges, Revista Iberoamericana, Nomenclatura, Visions of Latin America y Catedral Tomada. Su carrera periodística incluye artículos y crónicas en diarios, revistas y agencias de noticias como Gestión, Butaca, Voces (Perú), Argenpress (Argentina), Notimex (México) y DPA (Alemania). En 1998 participó en el volumen colectivo Literatura peruana hoy: crisis y creación, editado por la Universidad Católica de Eichstätt (Alemania), con el ensayo “El cine en el Perú: ¿la luz al final del túnel?”. Sus textos publicados antes de 2015108 • 112 • 116 • 120 • 123 • 127 • 133 • 138 • 143 • 175 • 261 • 288Editorial Letralia: Q. En un lugar de las letras (coautor)Editorial Letralia: Residencia en la Tierra de Letras (coautor)
Fuentes de Informacion y consulta;
El Milagro de Anna Sullivan;
Anne Bancroft y Patty Duke en 'El milagro de Anna Sullivan'© CORDON PRESS
http://vendrellcampmany.blogspot.com/2019/01/ya-se-conoce-la-identidad-del-profesor.html
NORDEN MARTÍN, F. (1998): El cine del aislamiento: El discapacitado en la historia del cine, Escuela libre Editorial/Fundación ONCE, Madrid, 643 páginas.
REYERO, C. (2005): La Belleza imperfecta: discapacitados en la vigilia del arte moderno, Ediciones Siruela, Barcelona, 152 páginas.
BORNSTEIN, D. (2005): Cómo cambiar el mundo, Editorial Debate, Barcelona, 448 páginas