Papel de Arbol

lunes, 14 de noviembre de 2011

El futuro del desierto peruano: Agua y economía verde

El futuro del desierto peruano: Agua y economía verde

CIVILIZACIÓN Y VACUIDAD

Francisco Carranza Romero
En esta época de abismales diferencias en la economía y comodidad, los supuestos “desarrollados” califican de “incivilizados” a los ciudadanos pobres que no gozan los beneficios de la modernidad. Sin embargo, cuando comenzamos a dialogar con estos supuestos civilizados nos topamos con palabras y frases vacías en sus enunciados. Y, para no divagar voy a referirme sólo a los nombres propios de personas y lugares, que muy pocos saben sus significados. Y, evitando la mera retórica, prefiero referir algunas anécdotas esperando que los hechos demuestren mejor los argumentos.

Primera anécdota. En un viaje diurno de muchas horas en ómnibus me tocó como compañero del asiento lateral un hombre de negocios con quien comencé a conversar para soportar varias horas dentro del vehículo. Después de un intercambio de saludos nos presentamos declarando nuestros nombres. Así supe el nombre completo del señor: Ismail Chata Rico. Al instante se me ocurrió una pregunta: ¿Qué significan su nombre y apellidos? El señor me miró sorprendido, alzó los hombros casi hasta sus orejas, movió la cabeza de izquierda a derecha varias veces como para mostrarme que mi pregunta era irrelevante. Como persona “moderna y civilizada” no se preocupa por los significados de las palabras que lo identifican. En el silencio, consecuencia de mi pregunta quizás imprudente, pensé en la Atropononimia (nombres de personas):

Ismail (forma árabe de Ismael, y significa: Dios escucha. Recordé a los musulmanes ismaelitas). Como también hablo quechua, lo relacioné con ismay (excremento. Recordé en la oniromancia: soñar ismay es buena suerte porque el dinero tiene el color de ismay). Chata (bacín plano, con borde entrante y mango hueco, por donde se vacía. Se usa como orinal de cama para los enfermos que no pueden incorporarse).

Rico (usado tanto para el sabor como para la riqueza). Mi compañero de viaje ni se percató nada de mis pensamientos ni sospechó en la coprolalia.

Entonces recordé al autor de la “Aulularia”, el romano Tito Maccio Plauto (254 aC – 184 aC), a quien se le atribuye la expresión: Nomen est omen (El nombre es el destino). Para algunos los nombres y apellidos son signos importantes porque marcan la identidad de una persona. En el viaje evité cualquier comentario sobre el nombre. Pero, hasta ahora no me olvido su nombre.

Personas como Ismail son la gran mayoría. Y los que se interesan en saber los significados de los nombres son considerados raros y supersticiosos. “El nombre no hace a la persona”, dicen los despreocupados; pero, saber su significado tampoco es malo ni negativo. Personalmente, prefiero saber el significado de mi nombre para no dejarlo como un enigma.

Sin embargo, tanto en América como en Asia todavía hay gentes que, cuando nace una criatura, tienen la costumbre de ponerle el nombre que haga la armonía semántica y fonética con los apellidos; es decir, palabras que indiquen su razón de exisitir como un ser humano. En Perú, algunos, por hablar el quechua, recurren a este idioma para buscar nombres que armonicen en lo fonético y semántico con los apellidos: Ayra (encatamiento), Corihuayta (quri wayta: flor de oro, trato de mucha cortesía a una dama), Cuyana (Kuyana: que merece el amor), Imasumac (ima sumaq: qué belleza), Inti (sol), Janca (hanka: nieve), Jahuirrumi (hawi rumi: piedra plantada o erguida), Jatuncay (hatun kay: ser grande), Jirca (hirka: colina), Kusicoyllur (kusi quyllur: estrella alegre), Ñusta (princesa), Rumi (piedra), Shayhua o Sayhua (shaywa: lindero), Yanachasca o Yanacoyllur (yana chaska, yana quyllur: estrella negra), Yacu (yaku: agua), etc. También he comprobado que algunos recurren al latín para hacer nuevos nombres como Deifilia (hija de dios), Bonanova (buena nueva).

Segunda anécdota: Un campesino de Quitaracsa, después de dos días de viaje, entró a la oficina de la Municipalidad de Yuramarca (Áncash, Perú) para registrar a su hija con el nombre Ayra. La funcionaria, apenas escuchando el nombre, le rechazó. “Ese nombre no existe. Si quiere, le asiento la partida con el nombre Maira”. El sorprendido y cansado campesino, prefirió concluir el caso lo más rápido posible porque ya pensaba en el retorno a su casa. La funcionaria distrital que registró el nombre Maira, transcrito con criterios de fonosintaxis: /mái-ra/, estoy casi seguro, ignora su origen y siginificado. Este nombre es el resultado de dos fenómenos fonéticos: 1. Cambio de ubicación de la vocal i del nombre María /ma-rí-a/ a la primera sílaba que se convierte en diptongo y origina el nombre Maira. 2. Cambio del acento de intensidad: En el nombre María el acento está en la vocal i; en Maira, el acento está en la vocal a. A estos cambios los lingüistas llaman metátesis. Sólo el que estudia la historia y la lengua quechua sabe que el nombre rechazado Ayra significa encanto, encatamiento. Con este nombre los quechuas resistieron y siguieron practicando el rito “quyllur tushu” (danza estelar) o el “taki unquy” (melopatía) tan perseguido por los sacerdotes extirpadores de idolatrías. “Cristóbal de Albornoz […] descubrió entre los dichos naturales la seta e apostasía que entre ellos se guardaba del Taqui Ongo, que por otro nombre se dice Aira” (“Taki Ongoy: de la enfermedad del canto a la epidemia”. Editor: Luis Millones. Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, Santiago, Chile, 2007; pág. 124).

¿Desde cuándo las personas se olvidaron del significado se sus nombres? ¿Los padres se despreocuparon de los nombres de sus hijos? ¿No les importó la combinación fonética y semántica de los nombres y apellidos? ¿La excesiva ansiedad por ganar el dinero les habría secado la creatividad, la investigación e imaginación?

Por mi experiencia vivencial sé que los coreanos, apenas nace la criatura, acuden a los que saben sugerir los nombres tomando en cuenta los datos de la genealogía, la fecha y hora de nacimiento y la relación del destino con el símbolo fónico y gráfico. Por el prestigio histórico de la lengua china, generalmente relacionan la idea con el ideograma chino; por eso, los nombres coreanos aparecen también en chino. Y lo importante, saben el significado de sus nombres que, generalmente, no pasan de tres sílabas. Y, si en la vida tienen más dificultades que éxitos, pueden cambiarse de nombre porque lo culpan de traerles la mala suerte.

Tercera anécdota: Es un caso de hipocorístico (variación del nombre por el trato afectivo; un cariñativo): Un técnico limeño llega a mi casa para auxiliarme porque mi computadora tiene problemas. Dialogamos mientras resuelve el problema

-Me llamo Guillermo, pero me dicen Memo –me extiende su tarjeta.

-Oiga, no permita que le digan Memo; preferible Guilli o Guillicho como decimos los que hablamos el quechua.
-¿Por qué?
Deja de manipular la máquina y me clava la mirada. Entonces tomo el DRAE (Diccionario de la Real Academia Española) que la tengo cerca de la máquina. Y le muestro: memo adj.: tonto, simple, mentecato.

-¡Pucha! –Relee lo que dice el diccionario-. Recién me entero de esto. Pero…, no creo que todos sepan...

Mientras él vuelve a manipular las teclas y los programas en silencio. Lo observo con respeto porque sé que está herido por la evidencia

- Pero, ahora ya lo sé –concluye-. Gracias.

-De nada. Muchos hablan sólo por hablar…

Trato de consolar al sorprendido señor Guillermo, quien, estoy seguro, evitará en adelante que lo llamen “cariñosamente” Memo.

Hasta hace poco los católicos se ponían los nombres de los santos mirando el calendario del santoral; pues, cada día del año está dedicado a uno o varios santos. En esto intervenía con mucha autoridad el sacerdote que aconsejaba a sus feligreses a ponerse el nombre del santo del día para quedar bajo su protección. Y los obedientes católicos seguían las recomendaciones del padrecito.

El modernísimo ciudadano del siglo XXI, generalmente, no puede explicar siquiera sus nombres porque es el resultado de nuevos criterios para nombrar a los hijos: referencia afectiva a los familiares mayores, a los personajes históricos, a los famosos de la política, deporte, arte y religión. Nuestra civilización “moderna y desarrollada” tiene una inmensa vacuidad que se manifiesta hasta en los nombres propios.

Esta vacuidad o nominación errónea también aparece en las toponimias. El caso del nombre del nevado peruano Alpamayo es un dato evidente. Allpamayu (allpa mayu: río terroso) es el nombre del río que fluye en la parte baja del nevado piramidal (Shuyturrahu: nevado piramidal, que según la ortografía castellana es: Shuyturraju). Y este río al llegar al río Santa es llamado río Cedros por los árboles que fueron plantados durante la construcción de la carretera y la Hidroeléctrica del Cañón del Pato. Un hidrónimo ha sido convertido en glaciónimo por la ignorancia del quechua. Aunque los geógrafos y cartógrafos ya reconocen este error, no corrigen porque este nevado ya está registrado erróneamente. Y, como justificación, unos funcionarios que visitaron el caserío de Alpamayo les dijeron a los pobladores: “Desde ahora este caserío se llama Calicanto porque Alpamayo es el nevado”. Y les mostraron un mapa que ellos lo habrían hecho antes de la visita.

Los antropónimos y los topónimos migran libremente, para ellas no hay fronteras, ni oficinas de migración. Tantos nombres extranjeros identifican a muchos campesinos y citadinos del Perú (Jhon, Jhonny, Robert Jeremy, Iván, Vladimir, Olga, Tania, Omar, Emir, Fátima, Ciro…). Y tantos topónimos españoles se repiten en Hispanoamérica. Los nombres globalizan a la humaniad nominalmente aunque no sepan qué significan éstos. Esta vacuidad de contenidos la escuchamos en las entrevistas a los futbolistas nadando en las naderías. Apenas después de algunas expresiones ya comienzan a repetir: “Pues, nada”. “Nada”. “Para nada”. “Pues, eso”. Evidencian que no tienen nada más para decir. Y, después de un mal partido, casi todos repiten el mismo discurso: “Estoy con bronca”. “Estoy bronqueado”. Realmente no han roto todavía la broncas cadenas de su nivel educativo.

Los políticos, fuera de falsear sus hojas de vida (curricula vitarum), nos muestran sus discursos vacíos e imprecisos en contenido y uso gramatical de la lengua castellana. No los juzguemos por la conjugación de los verbos irregulares; pues, solemnemente dicen: “conducieron” por condujeron, “maldicieron” por “maldijeron”, “maldecido” por maldicho, “satifisfací y satisfaceré” por satisfice y satisfaré, etc. Serán civilizados con dinero para financiarse la campaña, pero de formación lingüística están vacíos.