Por Francisco Carranza Romero
(Una explicación del título del artículo “Construyendo y
reconstruyendo puentes entre Perú y Corea”: Si no hubo relación in illo tempore
entre los asiáticos coreanos y los americanos peruanos, nuestra labor consiste
en “contruir puentes”. Pero, si hubiera habido alguna relación entre nuestros
protoantepasados, nuestra labor es la de “reconstruir puentes)”.
Nuestro compromiso no es sólo con Corea, también nos
esforzamos en traducir la literatura hispanoamericana al coreano para que ésta
sea mejor conocida y valorada. Los resultados de nuestro esfuerzo son: “Popol
Vuh”, considerada como la biblia maya; los poemas de temas asiáticos de Pablo
Neruda, y una antología poética de César Vallejo, la primera en una lengua de
Asia, tal como reconocieron los colegas de China, Taiwán, India y Japón en un
seminario dedicado al poeta peruano, que fue organizado por el Instituto de
Estudios de Asia y América, Universidad Dankook, Corea.
La Geomancia en los Andes y Corea
Y, hablando de la literatura coreana, acabamos de
traducir (marzo de 2012) la novela “Viento y río” de Won-il Kim. En el proceso
de varios meses que ha durado esta labor hemos asimilado las reflexiones y
explicaciones geománticas sobre la vida, el proceso de morir, la muerte y la
existencia post mortem. Entonces, en cada capítulo y en cada instante hemos
relacionado los pensamientos y ritos de los campesinos coreanos y andinos
peruanos. Pueblos alejados geográficamente; pero muy cercanos culturalmente.
En mi caso: Desde mi infancia en el caserío andino de
Quitaracsa (Áncash, Perú) siempre he escuchado a mis mayores, los mejores
maestros en mi vida, que la puerta principal y las ventanas de una casa deben
estar en la dirección hacia donde sale el sol y hacia el norte. “Así hay más
luz y calor que dan vida al patio, al corredor y a las habitaciones”, repiten
contemplando los cerros y el curso del sol. Cuando escogen el panteón también son
muy cuidadosos que hasta catipan (qatipay
> catipar: develar el enigma mediante la masticación de las hojas de coca)
antes y durante la selección del lugar para el panteón comunal. El lugar ideal
para un panteón es la parte un poco alta desde donde se pueda ver el pueblo y
el río. “Será muy emocionante seguir contemplando el pueblo y el río desde el
panteón”. “Me alegraré con las buenas cosechas y fiestas, y seguiré al tanto de
la vida de los familiares”. “Si los vivos son laboriosos, los ayudaré siempre”,
comentan mezclando la sonrisa y la seriedad por conocer sus útltimas moradas, y
por aceptar el proceso y el final inevitable para todos. Y en la hora del
entierro cuidan que la cabecera (hauna)
del cadáver esté también hacia el norte o hacia el este.
Esa búsqueda de la vida en armonía con la naturaleza se
expresa en los principios quechuas: Quyllurkunaqa
manam yupanatsu (Las estrellas no son objetos para ser contados. Tampoco se
las señala con los dedos como a cualquier cosa). Nombrarlas y conocerlas están
bien; pero, el hecho de contarlas es una apropiación de un bien común. Este
principo relaciono con una experiencia en un templo de la ruta de seda, China:
La guía nos estaba explicando sobre las figuras estelares en la bóveda cuando
un turista preguntó señalando las estrellas. La guía, antes de contestar, pidió
al turista que no señalara con su índice a las estrellas porque ellas merecen
mayor respeto.
Rimaykukuqmi inti yaya (Te saludo, padre sol) es el
saludo que aprendí en la infancia y que lo sigo repitiendo en cada amanecer y
en donde sea.
Aukis hachachaumi aya ratakun (En el árbol añoso
se resguarda el alma); por eso hay que cuidarlo y no se lo debe talar. En Corea
la gente sale a protestar tocando los gongs cuando, por construir una vía, se
quiere matar un árbol añoso.
En la educación escolarizada fuera de mi comunidad no
volví a escuchar los comentarios sobre la antigua creencia y ciencia de la
Geomancia ni sobre los principios mencionados. Sólo, cuando por mi propia
iniciativa comencé a leer algunos libros sobre las culturas asiáticas de Medio
Oriente y Extremo Oriente, hallé los datos que me hicieron valorar las
opiniones y creencias de mis mayores. Mis mayores andinos, sin los estudios
escolares sobre la Geografía, tienen la certeza de que el camino del sol es la
línea ecuatorial; por eso ponen las puertas y ventanas hacia el norte porque
Perú está en el Hemisferio Sur; mientras los coreanos del Hemisferio Norte
ponen las puertas y ventanas hacia el sur.
Años después, recorriendo Asia y traduciendo las novelas
coreanas con mi esposa he llegado a revivir los conocimientos y creencias de la
niñez. Por ejemplo el siguiente poema “Montaña Unsan” del monje budista Bowu
(1301-1382) no es ajeno para un andino:
Nube blanca sobre la montaña.
El arroyo fluye desde la montaña.
Quiero vivir en esta montaña.
La nube me cobija en este lugar.
(“Cantos clásicos de Corea”, 2011, Hiperión, Madrid.
Traducción de Hyesun Ko y Francisco Carranza Romero).
El novelista Chongjun Yi me hizo recordar los principios
geománticos con sus obras: “Canto del oeste coreano” (Edit. Trotta, Madrid,
1985) y “La fiesta” (aún no publicada, donde hay los ritos fúnebres semejantes
a los andinos). Y, últimamente, la novela “Viento y río” (ojalá que pronto sea
publicada), otra vez despierta mi interés y me hace vivir la cercanía de las
culturas de Corea y Perú. Las actitudes del andino y del coreano ante la
naturaleza son muy similares: Conversan con los árboles, ríos, lagos, montañas,
viento, estrellas; es decir, con toda la naturaleza. Ofrendan piedritas
amontonando en las partes altas de las montañas. Respetan los árboles añosos
porque tienen el espíritu de mucha gente. Asperjan unas gotas de licor a la
tierra antes de beber. Ofrecen comida y bebida a los difuntos…
En “Todas las sangres” de José María Arguedas el anciano
Andrés Aragón, desde la torre del templo católico invoca al cerro: “¡Yo te prefiero, Apukintu!” En “Yawar
fiesta” del mismo autor los andinos invocan a sus cerros antes de cualquier
jornada. “El varayok’ alcalde de K’ayau
encomendó su ayllu al auki K’arwarasu. El auki K’arwarasu tiene tres picos de
nieve, es el padre de todas las montañas de Lucans”. Los calificativos
quechuas apu (protector, líder) y auki (espíritu de la montaña) sacralizan
a la naturaleza. ¡’Ojalá que algún día veamos bien traducidos los libros de
Arguedas para que los coreanos también gocen con nuestros ritos y creencias
geománticas. Para homenajear a Arguedas no bastan los discursos emotivos y
rimbombantes hay que también fomentar la traducción.
Sin embargo, este esfuerzo humano de la búsqueda del
diálogo con la naturaleza es incomprendido por los modernos materialistas de
Perú y Corea. El homo economicus es un materialista que, en nombre del
desarrollo económico, pisotea y destruye la naturaleza. Muchos políticos y
empresarios, en complicidad con los tecnócratas, sólo piensan en sacar el
provecho económico de las riquezas de la naturaleza. Son los materialistas
irresponsables que la están destruyendo; así, la futuras generaciones están
condenadas al sufrimiento por la carencia de los medios de subsistencia.
Aunque el escenario de la novela “Viento y río” de Won-il
Kim sea una aldea coreana, los pensamientos y hechos de los personajes son como
de los andinos peruanos. Los cantos fúnebres que entona el geomántico son muy
semejantes a los cantos fúnebres andinos; y si hablamos de música, ésta también
es pentafónica.
La Geomancia difamada por ciertos credos religiosos
equivale, posiblemente, a las ciencias actuales: Geografía, Geología y
Ecología. Los geománticos de todos los tiempos son los ecologistas de hoy.
Pero, conviene advertir que la Geomancia no se queda sólo en el conocimiento y
respeto de las energías y formas de vida de la naturaleza, también es el
desarrollo espiritual en armonía con la energía universal (tiksi kallpa).
Perú y Corea, más allá de las relaciones económicas por
APEC (Asia-Pacific Economic Cooperation,
en español: Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico) y Tratado de Libre Comercio, necesitan
conocerse en sus manifestaciones culturales para comprenderse y valorarse
mejor. El acercamiento cultural es un proceso mental y espiritual lento que no
se mide con los números y cuadros estadísticos de ganancias y pérdidas; pero es
un proceso que crea el verdadero acercamiento humano con respeto y amor.