David Flores Vásquez*
Este no es el primer nido que haya sido tejido en mi modesto jardín, pero estimo es singular porque la paloma no ha elegido en esta vez un arbusto, como siempre, sino una maceta colgada en la pared sin interesarse en lo más mínimo por la pobre yedra que a duras penas sobrevive en ella. Simplemente ha anidado en ella y sobre ella y permanece ya, varios días, imperturbable. Es, finalmente, una muestra admirable de lo que constituye el instinto maternal. Se limita a mirar lo que ocurre cerca del nido, pero no lo ha abandonado un solo instante, ni de día ni de noche. Yo soy el que tiene temor de acercarse para no perturbar tan apacible escena.
Esta paloma, tan luego tenga sus polluelos, como es natural, los alimentará y luego les enseñará a volar, a veces a picotazos, y con eso dará por cumplido su cometido. Yo ya me acostumbré a ella y la voy a extrañar porque después me abandonará irremediablemente. Cosas de la vida y de la naturaleza. Por eso, antes que se vaya, le quiero contar el origen de su colgante nido:
Hace años anduve por países lejanos y recalé un buen día por España, tan añorada, dedicando algunos días a Córdoba, regada por el Guadalquivir, y en su tiempo, la segunda ciudad en importancia del pueblo árabe. No por gusto se creó el Califato de Córdoba. Recuerdo bien varios de sus espacios como el Barrio de la Judería; la Calahorra y el famoso puente; la Plaza del Pañuelo, el Alcázar, pero, sobre todo su famosa Mezquita en cuyo interior, al ingresar a la Catedral, se me encogió el corazón y no pude evitar las lágrimas al ver la bandera peruana en un altar: Allí estuvieron los restos del Inca Garcilaso de la Vega, el ilustre cusqueño que amalgamó dos culturas, el que los últimos años de su vida los pasó en Montilla, cerca de allí, como siempre nos lo recordó el afamado maestro Raúl Porras Barrenechea.
Por esta ciudad pasaron diversas culturas antes que la árabe: judíos, romanos, etc. Baste para recordarnos el monumento a Maimónides, sabio judío, y el minúsculo surtidor en la Placita del Pañuelo en el que debe seguir discurriendo el líquido elemento que instalaron los romanos, hace más de dos mil años. No se si seguirá viviendo allí Pepita que distraía su edad y sus necesidades vendiendo postales del lugar que, en verdad, como su nombre y su tamaño lo indican, es simplemente un pañuelo.
Pero el afán de citar y recordar a Córdoba tenía otro objetivo: Me enamoré en verdad de los Patios Cordobeses y las estrechas callejuelas de la ciudad de cuyas paredes pendían macetas con coloridas flores. No era raro, sino más bien usual, que en el patio estuviera el famoso pozo cordobés que, de alguna manera, juntaba a la familia. El agua fue y será si empre fuente de vida. Se vivía antes más al interior de las casas que al exterior. La mejor prueba de ello es la famosa Mezquita que no denota por fuera la majestuosidad de su interior. Finalmente, el rasgueo de una guitarra al interior de un patio cordobés, pleno de flores y enredaderas, siempre ha sido y será marco propicio para pintar bien el espíritu del auténtico andaluz del que Córdoba es cabal muestra.
Pues bien:_ Estas reminiscencias me llevaron un buen día a colgar algunas macetas en mi jardincito interior, con yedras y geranios, absolutamente lejano, por cierto, del verdadero ambiente del patio cordobés; en verdad, debo reconocerlo, fue todo un atrevimiento del que, no obstante, aún no he desistido.
No obstante debo decir, en mi defensa, y deseo tomen debida nota que, de pronto, una de esas macetas ha servido para el nido de una paloma. Sirve para dar vida y, sobre todo, para demostrarnos que el instinto animal de responsabilidad y sacrificio, incluso a costa de la vida, es buen ejemplo para nosotros, los humanos, que nos ufanamos de muchas cosas como la de haber ido y vuelto de la luna, pero que no conocemos aún el apellido de la familia que vive frente a nosotros, simplemente cruzando la calle.
Cada día admiro más a la paloma que, pobrecita, parece mirarme con temor. No se cómo explicarle que no pienso hacerle daño alguno ni molestarla en lo más mínimo. Me imagino que tiembla mientras alguien se acerca. Solo se que, finalmente, su sacrificio tendrá los frutos esperados que, convertidos en alas y plumas se perderán un buen día en el azul infinito, como nuestros propios sueños, como todo en la vida…
David Flores Vásquez, Jurista, Músico, Promotor del Turismo Nacional. Director de la Lira Huaylina.
UN NIDO EN
EL JARDIN