La educación es sin lugar a dudas la base del desarrollo en
cualquier país del mundo y representa el verdadero motor de cualquier política
económica y social seria y responsable, por la generación de conocimientos y
destrezas intelectuales que genera en las personas para lograr un mayor crecimiento económico, y
protagonizar el cambio hacia la modernidad y eficiencia en el bienestar y
calidad de vida que requieren nuestros pueblos.
Es decir la persona y su desarrollo educativo generan la
grandeza y bienestar de un País. Sin embargo se debe precisar que existe una correlación directa
entre educación y pobreza, en este aspecto la región Ayacucho se
encuentra dentro del quintil de mayor pobreza, lo que implica que nuestra
región esté asociada a menores niveles de educación y de escolaridad, así como a
mayor analfabetismo. En consecuencia una de las reformas institucionales más urgentes que debe llevarse a cabo en
nuestra Patria y básicamente en nuestra región,
recae sobre el terreno de la política educativa.
En el Perú la problemática educativa es amplia,
añeja y tiene varias aristas, por lo que es recomendable tratarla en sus
aspectos específicos, para obtener diagnósticos y recomendaciones ajustadas a
cada tema. En la presente oportunidad me ocuparé del contenido educativo ó la currícula escolar.
La currícula educativa nacional es igual para todo
el territorio: costa, sierra o selva, urbana o rural, norte, centro o sur; es
decir se trata de una educación plana, horizontal, “flat”, sin consideración de ubicación, ámbito
socio-económico, ni potencialidades espaciales. La razón principal que esgrimen “los entendidos”, para sustentar la
generalización currícular, es la “democratización de la educación”. Es
decir, dar la oportunidad a todo el
estudiantado nacional para acceder a estudios superiores, tales como
universidades, institutos, etc.
Sin embargo, las estadísticas reflejan que únicamente cerca del
10% del total de escolares en nuestro país siguen estudios superiores. El
diferencial altamente significativo del 90% descubre que, después de 11 años de estudios en las
escuelas y colegios han egresado de un sistema educativo
disfuncional, que a pesar de haber recibido una infinidad de temas y materias no
se encuentran preparados para afrontar la vida real, pues no poseen las aptitudes ni
los conocimientos básicos teóricos y
prácticos para conseguir un adecuado empleo dentro de su ámbito.
Los contenidos curriculares vigentes que son abundantes y muy diversificados, se transmiten a través de textos con una alta dosis teórica, en forma abstracta y descontextualizada, es decir desvinculada de la realidad, de la vida y del medio espacial del educando. Dentro de este contexto es necesario recordar al distinguido amauta puneño, José Antonio Encinas, quien años atrás sentenció: “Se ama lo que se conoce y se aprende lo que se ama”.
Es urgente y necesario entender que no todos
van a proseguir sus estudios en centros superiores, no todo el estudiantado es
urbano, ni rural; que las potencialidades, actividades y
recursos (hídricos, mineros,
agropecuarios, comerciales, industriales, etc.), no se encuentran
uniformemente en el país. Pues la utilidad y aplicación en la vida real o
cotidiana de muchas de las materias que se dictan para lograr un empleo
adecuado es nula. La modernidad y competitividad vigente requerida por la
actual dinámica, necesita de los educandos un mayor empoderamiento a través de
conocimientos que tengan probabilidades
de ser utilizados y aprovechados, para obtener
trabajos bien remunerados.
Consecuentemente los contenidos curriculares son responsables no en todo,
pero sí en buena medida de la actual
situación de frustración, desencanto y
limitaciones de la gran mayoría de los egresados de las aulas escolares,
posibilitando el engrosamiento de las filas de desempleados, subempleados y
pobres.
La problemática anteriormente
comentada se puede resumir, como la
enorme diferencia o divorcio que actualmente existe, entre lo que se enseña y
como se enseña en las escuelas y
colegios, y lo que los egresados realmente necesitan aprender, con realismo, objetividad y
pragmatismo, que permita formar una nueva generación de ciudadanos
y ciudadanas funcionales, que sean los impulsores de su propio bienestar, el de
sus familias y del desarrollo nacional, llevando a un mejor destino a nuestra
patria.
Para
eliminar las actuales deficiencias de la educación, se requiere de una
reingeniería del sector, que considere: El contexto donde se imparte, los
contenidos educativos, metodología pedagógica, textos, así como el apoyo para el
auto aprendizaje a través de los
sistemas informáticos; con la consiguiente formación, actualización o
recalificación de los educadores.
Finalmente, la educación nacional no debe continuar jugando a los
tratamientos cosméticos, debe replantear seriamente sus fines y objetivos fundamentales, a fin de
extender la partida de defunción de un sistema educativo anacrónico, caduco, y
responsable de los alarmantes indicadores
de pobreza, salud, nutrición y exclusión social, para orientarnos hacia una: Educación
para el Desarrollo.
JOSÉ PISSANI