Papel de Arbol

viernes, 16 de junio de 2017

LA ESCUELA EXIGE MÁS SACRIFICIOS A LOS CAMPESINOS


Francisco Carranza Romero
Linguista, profesor de 
la Universidad de Corea del Sur

Educarse es seguir el proceso. El ser humano sincero, desde tiempos antiguos no se siente autosuficiente, necesita a alguien como referencia o guía para comprender su mundo (espacio, tiempo, cultura). Los que comprenden mejor el mundo son los que logran la superación física, mental y espiritual. Este proceso de maduración mental y espiritual en el hogar, en la escuela y en la sociedad diferencia a unos de la gran mayoría.

Desde que la educación se escolariza comienza la diferenciación porque intervienen muchos elementos: docente, alumno, currículo, local, material didáctico y documento del proceso alcanzado.

Las escuelas se abren primero en los palacios. Los mejores locales escolares son construidos en las ciudades. Los materiales didácticos (libros, laboratorios y equipos de multimedia) también están más al alcance de los citadinos. Por esta diferenciación, los pobladores de las áreas rurales, los campesinos, tienen que enviar a sus hijos -algunas veces en edad infantil- al pueblo donde hay escuela. Los padres y los hijos del campo sufren este doloroso desgarramiento familiar por optar la educación escolarizada. Muchos desertan; y pocos continúan hasta donde pueden. El citadino común no comprende ni se imagina este sacrificio porque todo lo tiene cerca. 

Los docentes, en su gran mayoría, no son misioneros de la educación; son personas que prefieren laborar en las ciudades donde hay comodidades y ventajas. Sin un buen incentivo no hay la motivación para laborar en las áreas rurales; peor, si éstas quedan muy distantes de las urbes. Sin embargo, a pesar de estas enormes desventajas, hay estudiantes del campo que, haciendo grandes esfuerzos, tratan de cumplir las etapas del proceso escolar.

La escolarización es rito y tortura.

“La educación es hoy la versión contemporánea de la piedra filosofal (Alquimia)... Es el procedimiento mediante el cual los metales ordinarios son amasados a través de sucesivas etapas hasta que brillan como el oro puro… Hoy, la fe en la educación se ha convertido en una nueva religión mundial”. (Iván Illich: Discurso ante la Asamblea Mundial del World Council of Christian Education, Lima 18 de julio de 1971).

La escuela, como dice Illich, se ha convertido en el templo que transforma a los seres humanos. “Extra eclesiam nula salus est” fue el principio usado por los evangelizadores cristianos. Ahora podemos decir: “Extra scholam nula salus est” (Fuera de la escuela no hay salvación). “Todo el poder terrestre va rumbo a las manos de la minoría educada” (Iván Illich, texto citado). Si los certificados, documentos de poderes mágicos dentro del mundo burocrático, sólo sirviesen para reconocer los logros escolares alcanzados, qué bien; pero, desgraciadamente, sirven también para diferenciar a los que tienen los certificados de los que carecen de estos. La escuela, así, es una institución diferenciadora y hasta discriminadora.

El poeta César Abraham Vallejo Mendoza (1892 – 1938) narra su dolorosa experiencia andina, ya que tuvo que abandonar su hogar para ir a otro pueblo a continuar el rito escolar. En su pueblito no había un colegio.

“Lánguidamente su licor.
-Y mañana, a la escuela -disertó magistralmente el padre, ante el público semanal de sus hijos.
-Y tal, la ley, la causa de la ley. Y tal también la vida. Mamá debió llorar, gimiendo apenas la madre. Ya nadie quiso comer. En los labios del padre cupo, para salir rompiéndose, una fina cuchara que conozco. En las fraternas bocas, la absorta amargura del hijo, quedó atravesada”.

La experiencia de César Vallejo es conmovedora: La madre acepta la separación del hijo soportando el llanto, pero gimiendo en su interior. El padre, después de pronunciar la dura decisión, no puede sacar la cuchara que había entrado en su boca. Los hermanos y César sienten la amargura y dureza de la vida. Todo este sacrificio es por la escuela.

Yo también tuve que abandonar mi familia y mi comunidad (Quitaracsa, a 3300 snm, ubicada, departamento de Áncash, Perú) a tierna porque mi escuelita era sólo hasta el Segundo Año de Primaria. Saboreé el trago amargo de la escolarización. Mis padres y hermanos mayores acordaron enviarme a Caraz (capital de la provincia de Huaylas, a dos días de viaje por camino de herradura hasta la carretera; de allí a dos horas en carro) porque querían que yo continuara los estudios para no ser otro peón de la hacienda. Mi comunidad había sido registrada en las notarías por unos vivos que, denunciando, se creían dueños de tierras y pobladores. Mi recuerdo infantil: mi abuelo materno, mi padre y mi hermano mayor perseguidos y maltratados por los gendarmes enviados por las autoridades judiciales y policiales. La proclamación de la independencia del Perú, 28 de julio de 1821, no benefició a los pobres campesinos quechuas.

Ahora les comparto mi primera despedida por tener que ir a la escuela lejana.
 ¡Aywallaa mamay!” (¡Mamita, ya me voy!)

Me despido desde la puerta de la cocina. Ella alza la cabeza: Shumaqlla ayway (Que te vaya bien). Pero, pronto se agacha. Sólo nos vemos por un segundo. Está muy ocupada. Está enjuagando los mates y ollas. Sin embargo, apenas yo desaparezca, el manantial de sus ojos se desbordará.
Si me despidiera tocándola, sintiéndola; ella me abrazaría fuerte; y yo ya no me arrancaría de ella. Ambos lastimaríamos nuestros frágiles corazones; derramaríamos más líquido sobre los mates y ollas.
Ahora, ya septuagenario, recurro a la razón: Imposible, mamá, volver a ti. Al nacer ya inicié el camino. Soy producto del largo viaje.
Sin embargo, sueño mucho con las despedidas. Cuántas veces digo desde cerca, desde lejos: ¡Aywallaa mamay! ¡Aywallaa mamay!
Nuestras lágrimas riegan el borde del camino. Estamos regando nuevas plantas.

La escuela no es una panacea, pero es una esperanza.
A pesar de los sacrificios de los pobladores que viven lejos de las urbes, la escuela cambia la sociedad cuando la praxis laboral se basa en la sana meritocracia. Los pobres, gracias a la educación, mejoran sus condiciones. La buena escuela, aunque no sea una panacea, desarrolla la revolución pacífica que el mundo necesita; está contra la depredación de la naturaleza; promueve la fraternidad y la interculturalidad que supera la clasificación cultura oriental / cultura occidental; construye la sociedad inclusiva sostenible.

Sin embargo, también debemos aceptar que de la escuela egresan ciudadanos de toda laya: honrados y ladrones, veraces y mentirosos, laboriosos y haraganes, generosos y egoístas, constructores de utopías y destructores de sueños, demócratas y dictadores, idealistas y pragmáticos, leales y traidores…
           



LA LIRA HUAYLINA Y EL APORTE MUSICAL DE ABANTO MORALES

    David Flores Vasquez,
 Musico latinoamericano, promotor del turismo social.

            Ayer,  14 de junio,  tuve que asistir al Hospital Edgardo Rebagliati, en Lima,  a cumplir con el penoso deber de velar los restos de un familiar cercano que había fallecido en la mañana. Corría un susurro que también había fallecido allí, el mismo día, Luis Abanto Morales, el gran artista nacional. No obstante mi pena me puse a meditar: Mi primo no pudo con su genio,  pues se va bien acompañado y en son de jarana.  Su acordeón le resultará útil en este largo viaje. De esta manera, más tarde, mientras que Nicolás Montes Vásquez volvía ya inerte a su natal Ranrahirca,  (Yungay), a Luis Abanto, como artista de gran trayectoria,  lo llevaron al auditorio del Ministerio de Cultura a recibir el adiós de parientes, amigos y admiradores.

             Se fue el “Cantor del Pueblo” pensé yo y empezaron las reminiscencias: Corría el verano del año 1950 en que conocí Lima. Por doquier se escuchaba en la radio  dos vals que, de alguna manera, marcaron mi vida: “Cielo Serrano”  y “El Provinciano” los que, en la voz de Luis Abanto adquirían un tinte especial.  ¿Lo habían compuesto para mí?, meditaba….. Parece que sí pues ambos llevan en el fondo  la angustia de la distancia con el lar nativo. Además, en el primero,  está la protesta  por injusticias sociales que compartimos y  que, dice,  contempla impávido el azul de la sierra.

            En esa parte, de entrada puse a buen recaudo  la vida en Huaylas, mi tierra,  en que, hasta donde yo conozco, no existe la explotación que denuncia “Cielo Serrano”.  Desde mi ya lejana niñez todos supimos respetar  al más modesto “peón” que llegaba a desayunar antes de ir al campo a cumplir su tarea. El solo hecho de ser mayor de edad generaba nuestro respeto y el saludo anteponiendo el “don”. Cobraba su salario puntualmente pues, de lo contrario, simplemente no trabajaba. Orgullo huaylino diría yo.  Entonces, pensé: Seguramente que no en toda la sierra se hace esto  y por eso  Luis Abanto  tuvo razón para pedir al cielo serrano en su canción “por qué no lanzas, contra el cobarde, que explota al indio, tu maldición,  y con tu    rayo terminas todo, vicio, riqueza y explotación”.

            Se advierte que esta emoción  y sentimiento de preocupación por los menos afortunados lo acompañaron  siempre hasta cuando nos dijo cantando: “Cholo soy y no me compadezcas”. En efecto, he escuchado ayer a sus parientes cercanos puntualizar siempre su emoción social, lo que siempre resulta  válido, especialmente  al momento de la partida.

            Pasados los años, ya en mis pininos universitarios, departí una vez, largamente, con Luis Abanto. Recuerdo bien su clásica peinada con un “rulo” bien cuidado, creo que con “Glostora”. Hasta me dedicó unas líneas de aprecio y recuerdo que por allí deben estar. Ya tenía popularidad, la que fue aumentando con el tiempo hasta irse en su deceso  en olor de multitud.

            Respecto del vals “El Provinciano”, nunca dejó  de llamarme la atención  que el autor fuera un limeño: Laureano Martínez Smart. Este compositor captó muy bien  la ilusión y la nostalgia de quien deja la tierra y la familia y se viene a la Capital en busca de un mejor futuro. Vale añadir que  creó también un vals muy sentido, “Compañera mía” y  una polka muy conocida: “Cholita”. “Cholita, no te enamores, Cholita, has como yo………por qué sufrir tantos, sinsabores, si a quien quisiste, te despreció……”. Todo indica que conoció de cerca a personas que lo inspiraron en estos temas que calaron profundamente en el alma popular, especialmente en quienes dejamos la provincia, es decir, “la santa tierra”.

            El estruendo de equipos electrónicos modernos y más ritmo que melodía, no permite ahora percibir bien nuevos compositores e intérpretes y eso no deja de ser preocupante. La modernidad nos sigue ganando, pero no conviene que se rezague nuestra música criolla y vernacular..

             Pero mejor volvamos a  nuestro tema, motivo de este modesto artículo:  Cada canción en la voz de Luis Abanto merece un largo comentario, pues tuvo muchos “hinchas” y seguidores. Me limito a rememorar la producción del compositor Oré Lara que en la voz de  nuestro  artista siempre cobró vigencia: “Me cuenta un amigo”, “Nunca podrán”, “Camino de traición” y otras. Siempre fueron temas predilectos para las serenatas.     

            Termino refiriéndome al vocablo “Cholo”. Creo  que hubo una época en que se usaba mucho para denigrar u ofender, lo que parece  ha disminuido notoriamente. No desaparecerán de golpe las “creiditas” que miran desde sus alturas sin darse cuenta que el piso está parejo. Estimo que su impacto depende de la intención con que se usa: A uno de mis grandes amigos le antepongo el “Cholo” a su apellido con la absoluta seguridad  que jamás ha llevado ánimo injuriante y que él tampoco lo habría permitido. 
\
Siempre ha sido, más bien, un término de cariño o deferencia especialmente cuando a uno se lo dicen. Tenemos que admitir, finalmente,  que estamos en una época en que se aprende a respetarnos todos y reconocer el derecho igualitario. Si por allí aparece, especialmente una dama, que se siente ofendida por la mirada o el piropo “indignos” para ella y reacciona  diciéndole  “cholo”, se expone a lo que una vez dijo un conocido cómico en situación similar: “¿Qué te pasa sangre azul y c……verde?”.  Así que, mejor, no “cholear”.                                                                         

Lima, 15 de junio del 2017.         
* David Flores Vasquez, musico y jurista, dirige la Lira Huaylina.
*  Diario Los Andes, y la historia de la musica.