Por Luis Flores Vásquez, jurista
PUCP
Una Resolución Judicial en Lima,
Perú, ha alborotado recientemente el
cotarro por cuanto alcanza a un ex Jefe de Estado y su esposa y ha dispuesto, preventivamente, que esperen el proceso en su
contra con detención en centros de reclusión.
Por cierto que la decisión ha
generado, como era de esperarse, dos grupos enfrentados: Los que defienden a
los procesados y los que confían en la justicia y defienden la Resolución del Juez. En esta parte conviene recordar que a la
justicia se la representa como a una bella dama con los ojos vendados, una
balanza en la mano, con los platillos al mismo nivel y en la otra una espada. Es
decir, no interesa de quien se trate, pero se resuelve lo que corresponde.
Los desconfiados y habilidosos, en
cambio, la representan de la misma manera, pero con una venda de seda que
permite ver algo, o en todo caso, con un ojo descubierto indicándonos de esta manera que la justicia
ya no es ciega sino “tuerta”. Esta es, naturalmente, la que predomina últimamente, una justicia
que escudriña, que guiña, que fisgonea. En consecuencia, para algunos, la
solución está en la existencia de un buen oftalmólogo, lo que no siempre es
factible, pero así éste existiera, ¡Qué difícil es ser un Juez!.
Hace muchos años, un Magistrado amigo
me preguntó si quería ser Juez pues
podía proponerme como Vocal de la Corte Superior. Le agradecí mucho pero
decliné porque consideré que no podría
ser un buen juez. Revisé mi modesta trayectoria y encontré, nuevamente, que
muchas veces me gana la compasión, la pena,
y esto está reñido con la justicia. La justicia es y tiene que ser ciega y no puede ser de otra manera. Pienso
que decidí bien.
Deseo dejar de lado estas
reminiscencias y las representaciones de la justicia y entrar al fondo del tema que ha alborotado a
la opinión pública, asunto cuya solución no será, en ningún caso, simplista. Para empezar, no es cuestión solo de
culpar a alguien en especial pues, todos estamos dentro del sistema y es solo
cuestión de preguntarnos si actuamos
bien o mal en todos nuestros actos y si hacemos lo que nos corresponde. Una
respuesta sincera ayudará, de alguna manera, a amenguar esta preocupante
situación. Todo empieza en las cosas más simples:
¿Me paso la luz roja porque
es muy tarde y no hay nadie, o la
respeto?. ¿Le devuelvo a mi vendedora el sencillo que me dio de más o me lo
llevo? ¿Acepto la papeleta de tránsito y pago
mi multa o “aceito” al policía? Según actuemos como corresponde en estos
y otros temas, estaremos contribuyendo a superar, en algo, este tipo de problemas. En suma, es cuestión de educación en valores y responsabilidad
tanto para el juzgador como para los juzgados. La educación empieza en la casa
y sigue en la escuela. Con esos antecedentes, todos entramos al sistema que nos
rige y contribuimos en mayor o menor grado en el resultado.
Estuve siguiendo con atención la actuación del Juez Richard Concepción en el
último sonado caso, magistrado a quien
no conozco, y que con sus resoluciones
ha cobrado notoriedad. Viéndolo actuar les dije a mis contertulios que él,
como Juez, así sea impecable, saldrá siempre crucificado. No hay ni puede
haber unanimidad. Unos lo aprobarán y
otros lo condenarán. El como Juez, al
margen del origen de sus apellidos, que no debe ser argumento de preocupación,
si ha actuado con integridad, sabe o
debe saber que al final está o debe estar al margen de cualquier
cuestionamiento y digan lo que digan, puede dormir tranquilo. Esa es la esencia
de la justicia; es decir, dar a quien lo
que le corresponde y nada más.
Lamentablemente, un tema netamente de justicia,
se ha politizado de tal forma que, cada quien, ve el asunto con el cristal que le conviene.
En esta parte recuerdo haber leído
por allí que “la política debe ser la
moral en acción”. ¿La cumplimos?. Si no la cumplimos, ¿De qué nos
quejamos?. Allí surge la preocupación de personas calificadas que no desean
ingresar a la política ni al Poder Judicial por la degradación en la que se encuentran. Y lo que
ocurre aquí, no para consolarnos, es también parte del “contagio” que viene de
otras partes por razones de ideología. Es
por eso incomprensible para mí que una facción de congresistas peruanos no
haya condenado la dramática situación que
vive Venezuela donde el tema ya es de hambre
y necesidad pues no hay medicinas ni alimentos. Sin embargo, por el prurito de
ideologías afines, los siguen defendiendo o no se pronuncian en contra. No
pueden condenar al matón mientras se pierden más vidas jóvenes. Para mí, es la aberración más grande.
Algo también podemos decir del
terrorismo. Hay personas que siguen defendiendo a quienes mataron sin piedad a
gente inocente para imponer sus ideas. Pero viven cómodamente, con autos del
año, pues a ellos no les llegó la desgracia de perder un familiar mutilado. La hecatombe del Jr. Tarata, en
Miraflores, cumple un año más y podemos seguir relacionando otros temas. ¿Hay
gente que tiene derecho a matar a inocentes?. Allá los que defienden esa
tendencia.
Resulta que es más cómoda la crítica fácil y no hacer nada. Mantener y
avivar la animadversión, criticar a los otros y, peor aún, envidiarlos en
nombre de los más pobres. Y ¡qué curioso!: A ellos no les conviene que
desaparezca la pobreza pues, en ese caso, a quien defenderán, de qué vivirán?. Tienen que existir pobres para defenderlos.
Un antiguo aforismo reza: “Eduquemos
a los niños para no tener que castigar a los hombres”; y otro que dice: “Donde
se abre una escuela se cierra una cárcel”. Quiero entender en ellos y volver a lo
que ya dije: Educación en valores, en la casa, en la escuela. En todo lugar y
circunstancia. Acá conviene distinguir entre instruir y educar: Instruir es
llenar de conocimientos. Educar es formar, modelar, orientar. Ultimamente confundimos los conceptos.
Un buen Juez tiene que ubicarse por
encima de los que gritan y vociferan; de los que lloran e imploran, sabio e
imperturbable, con los ojos realmente vendados y la espada lista y filuda para
hacer cumplir su veredicto. La existencia de un buen juez será garantía,
finalmente, de la paz social tan deseada
por todos y nos recordará a aquel joyero,
cuyo trabajo consistía en pesar oro y piedras preciosas todos los días y
que al caer la tarde se iba a su casa siempre con las manos limpias y los
bolsillos vacíos.
Después
de todo esto, ¡Qué difícil es ser un Juez!.