Papel de Arbol

lunes, 17 de julio de 2017

Lo difícil que es ser juez, por David Flores Vásquez

El glamour del poder fugaz Princesa Letizia, Heredia y Humala

Por Luis Flores  Vásquez, jurista
PUCP
Una Resolución Judicial en Lima, Perú, ha alborotado recientemente  el cotarro por cuanto alcanza a un ex Jefe de Estado y su esposa y ha dispuesto,  preventivamente, que esperen el proceso en su contra con detención en centros de reclusión.

Por cierto que la decisión ha generado, como era de esperarse, dos grupos enfrentados: Los que defienden a los procesados y los que confían en la justicia y defienden la Resolución del  Juez. En esta parte conviene recordar que a la justicia se la representa como a una bella dama con los ojos vendados, una balanza en la mano, con los platillos al mismo nivel y en la otra una espada. Es decir, no interesa de quien se trate, pero se resuelve lo que corresponde.

Los desconfiados y habilidosos, en cambio, la representan de la misma manera, pero con una venda de seda que permite ver algo, o en todo caso, con un ojo descubierto  indicándonos de esta manera que la justicia ya no es ciega sino “tuerta”. Esta es, naturalmente,  la que predomina últimamente, una justicia que escudriña, que guiña, que fisgonea. En consecuencia, para algunos, la solución está en la existencia de un buen oftalmólogo, lo que no siempre es factible, pero así éste existiera, ¡Qué difícil es ser un Juez!.

Hace muchos años, un Magistrado amigo me preguntó si quería  ser Juez pues podía proponerme como Vocal de la Corte Superior. Le agradecí mucho pero decliné porque consideré  que no podría ser un buen juez. Revisé mi modesta trayectoria y encontré, nuevamente, que muchas veces me gana la compasión, la pena,  y esto está reñido con la justicia. La justicia es y tiene que ser  ciega y no puede ser de otra manera. Pienso que decidí bien.

Deseo dejar de lado estas reminiscencias y las representaciones de la justicia  y entrar al fondo del tema que ha alborotado a la opinión pública, asunto cuya solución no será, en  ningún caso,  simplista. Para empezar, no es cuestión solo de culpar a alguien en especial pues, todos estamos dentro del sistema y es solo cuestión de preguntarnos  si actuamos bien o mal en todos nuestros actos y si hacemos lo que nos corresponde. Una respuesta sincera ayudará, de alguna manera, a amenguar esta preocupante situación. Todo empieza en las cosas más simples: 

¿Me paso la luz roja porque es muy tarde y no hay nadie,  o la respeto?. ¿Le devuelvo a mi vendedora el sencillo que me dio de más o me lo llevo? ¿Acepto la papeleta de tránsito y pago  mi multa o “aceito” al policía? Según actuemos como corresponde en estos y otros temas, estaremos contribuyendo a superar,  en algo,  este tipo de problemas.  En suma, es cuestión  de educación en valores y responsabilidad tanto para el juzgador como para los juzgados. La educación empieza en la casa y sigue en la escuela. Con esos antecedentes, todos entramos al sistema que nos rige y contribuimos en mayor o menor grado en el resultado.

Estuve siguiendo con atención  la actuación del Juez Richard Concepción en el último sonado caso,  magistrado a quien no conozco, y  que con sus resoluciones ha cobrado notoriedad. Viéndolo actuar les dije a mis contertulios que él, como  Juez, así sea impecable,  saldrá siempre crucificado. No hay ni puede haber  unanimidad. Unos lo aprobarán y otros lo condenarán. El como  Juez, al margen del origen de sus apellidos, que no debe ser argumento de preocupación, si ha actuado con integridad,  sabe o debe saber que al final está o debe estar al margen de cualquier cuestionamiento y digan lo que digan, puede dormir tranquilo. Esa es la esencia de la justicia; es decir,  dar a quien lo que le corresponde y nada más.

 Lamentablemente, un tema netamente de justicia, se ha politizado de tal forma que, cada quien, ve el asunto  con el cristal que le conviene.

En esta parte recuerdo haber leído por allí que “la política debe ser la  moral en acción”. ¿La cumplimos?. Si no la cumplimos, ¿De qué nos quejamos?. Allí surge la preocupación de personas calificadas que no desean ingresar a la política ni al Poder Judicial por la  degradación en la que se encuentran. Y lo que ocurre aquí, no para consolarnos, es también parte del “contagio” que viene de otras partes por razones de ideología.  Es por eso incomprensible para mí que una facción de congresistas peruanos no haya  condenado la dramática situación que vive  Venezuela donde el tema ya es de hambre y necesidad pues no hay medicinas ni alimentos. Sin embargo, por el prurito de ideologías afines, los siguen defendiendo o no se pronuncian en contra. No pueden condenar al matón mientras se pierden  más vidas jóvenes. Para mí,  es la aberración más grande.

Algo también podemos decir del terrorismo. Hay personas que siguen defendiendo a quienes mataron sin piedad a gente inocente para imponer sus ideas. Pero viven cómodamente, con autos del año, pues a ellos no les llegó la desgracia de perder un familiar  mutilado. La hecatombe del Jr. Tarata, en Miraflores, cumple un año más y podemos seguir relacionando otros temas. ¿Hay gente que tiene derecho a matar a inocentes?. Allá los que defienden esa tendencia.

Resulta que es más cómoda  la crítica fácil y no hacer nada. Mantener y avivar la animadversión, criticar a los otros y, peor aún, envidiarlos en nombre de los más pobres. Y ¡qué curioso!: A ellos no les conviene que desaparezca la pobreza pues, en ese caso, a quien defenderán, de qué vivirán?.  Tienen que existir pobres para defenderlos.

Un antiguo aforismo reza: “Eduquemos a los niños para no tener que castigar a los hombres”; y otro que dice: “Donde se abre una escuela se cierra una cárcel”. Quiero entender en ellos y volver a lo que ya dije: Educación en valores, en la casa, en la escuela. En todo lugar y circunstancia. Acá conviene distinguir entre instruir y educar: Instruir es llenar de conocimientos. Educar es formar, modelar, orientar. Ultimamente  confundimos los conceptos.

Un buen Juez tiene que ubicarse por encima de los que gritan y vociferan; de los que lloran e imploran, sabio e imperturbable, con los ojos realmente vendados y la espada lista y filuda para hacer cumplir su veredicto. La existencia de un buen juez será garantía, finalmente,  de la paz social tan deseada por todos y nos recordará a aquel joyero,  cuyo trabajo consistía en pesar oro y piedras preciosas todos los días y que al caer la tarde se iba a su casa siempre con las manos limpias y los bolsillos vacíos.
            Después de todo esto, ¡Qué difícil es ser un Juez!.