Papel de Arbol

martes, 25 de julio de 2017

LA LONGEVIDAD ES BENDICIÓN, PERO TAMBIÉN PROBLEMA

Francisco Carranza Romero
Profesor de la Universidad de Seúl

Buscando hospedaje por internet
Desde Lima, antes de viajar a la ciudad de Seúl (Corea), mi esposa y yo buscamos por internet un hospedaje no muy cerca ni muy lejos de la Universidad Dankook. Es que soy docente del programa Escuela Internacional de Verano 2017. Una propaganda de Jarden in Palace muestra un local grande con ciertas comodidades: habitación con cocina, lavadora y refrigeradora, gimnasio, sauna, restaurante, juegos de mesa, cerca de la Biblioteca de Bundang, etc. Hicimos la reservación.

En la cálida noche lluviosa del lunes 10 de julio, llegamos cansados al alojamiento después de más de 12 horas de vuelo y una hora y media por tierra desde el aeropuerto. Esa noche descansamos sacando sólo las cosas necesarias de las maletas. Al día siguiente, martes a las 6.30 am, al ir a la sauna encontramos a unos ancianos de rostros inexpresivos sentados frente a la puerta del restaurante aun sabiendo que la atención es desde las 7.20 am. Nuestros saludos con palabras y venias, para nuestra sorpresa, no tuvieron respuesta. Los ancianos estaban sumidos en el silencio. En la sauna también saludé a dos, quienes tampoco me contestaron, solamente me miraron indiferentes. Mi esposa también me contó que en la sauna las ancianas no saludaban, no contestaban el saludo ni hablaban.

Cuando entramos al restaurante comprobamos que nos habíamos alojado en un local aislado dentro de la urbe que, acogiendo a los adultos mayores, hace su negocio. El internet no es para confiar. Este tipo de local tiene nombres encantadores y engañadores: casa de retiro, residencia de adultos mayores, hospicio, ancianato, asilo de ancianos, hogar de ancianos, silver town… Es el lugar a donde los hijos “muy modernos, muy ocupados, muy egoístas” llevan a sus padres cuando más necesitan ayuda y comprensión de sus familiares por sus limitaciones físicas y mentales. “Los mayores están mejor con los de su edad. Los mayores están más seguros en los asilos porque los hijos no tienen tiempo para atenderlos”, son algunas de las justificaciones de los hijos que se liberan de sus padres ancianos que son considerados como cargas.

Mientras desayunamos comprobamos la realidad: Los ancianos ocupan las mesas que llevan sus nombres, y forman grupos por ciertas afinidades. Después del desayuno, si no hay un programa, se sientan en la sala de recibo mirando hacia la puerta de vidrio transparente que es la entrada y salida. A pesar del calor que supera los 30° prefieren no usar el aire acondicionado porque afecta sus cuerpos sensibles y frágiles. El ambiente huele a humedad y a ancianidad. Estos seres humanos, aunque saben que están en un lugar donde tienen comida, habitación y ayuda del personal de salud, están amargados de la vida. Saben que han sido excluidos por sus familiares por ser ya inútiles.

Koryochang de antes y hoy
Mi esposa y yo hacemos la memoria de la costumbre coreana llamada koryochang de la época de Koryo (918 – 1392): Cuando un progenitor en estado de viudez llegaba a la vejez, que también significa degradación física, limitaciones y hasta la inutilidad, un hijo lo llevaba a una lejana montaña o isla donde lo dejaba con la ración de comida sólo para unos días. Luego se marchaba sin tornar la mirada hacia atrás. El anciano o anciana se quedaba mirando la espalda del hijo que se alejaba hasta perderse de su vista. Era la forma de acabar la vida en aquellos tiempos y lugares. Después del tiempo calculado de sobrevivencia del solitario abandonado, el hijo volvía a recoger el cadáver paterno o materno. Envolvía el cadáver, lo cargaba en la espalda, y comenzaba el retorno al pueblo llorando a gritos en el trayecto. Ese tipo de llanto era la forma de demostrar su amor filial a los que podían oírle.

Sidarta Gautama (el último Buda, siglo V antes de Cristo) ya había enseñado que el ser humano tenía cuatro sufrimientos: nacimiento, enfermedad, vejez y muerte. También recordé al peruano Manuel González Prada quien había lanzado una proclama dirigida a los mayores y menores: Los viejos a la tumba. Los jóvenes a la obra.

El sábado y el domingo aparecieron los hijos y nietos con sus carros de marcas extranjeras como Mercedes Benz, BMW, Audi…, demostración del poder económico. Sacaron al anciano o anciana por unas horas para devolverlos después. Sin embargo, ¡ay!, había ancianos que seguían mirando horas y horas hacia el exterior sin localizar a un familiar o conocido. Después del tiempo de vana espera sacarían la terrible y triste conclusión: “Estoy, realmente, abandonado y olvidado”. El suspiro largo y profundo, el único compañero inseparable. Se marchaban a sus cuartos lentamente, silenciosos y cabizbajos. Lo que estábamos viendo en nuestro hospedaje era el “moderno koryochang” de gente con dinero. Un negocio muy lucrativo para laicos y religiosos.

“Qué enseñanza a los menores. Los años pasarán; estos nietos también enviarán a sus padres a las casas de retiro”, comenté contrariado y decidido a salir del lugar. Unos días habían sido suficientes para organizarnos para cumplir nuestros compromisos.

El desarrollo económico y tecnológico da muchas comodidades; pero éstas, de ninguna manera significan felicidad ni madurez espiritual.

Centros de ancianos
Fuera de la casa de retiro, a la que me he referido, en Corea del Sur hay centros de ancianos porque las empresas constructoras están obligadas a destinar un local para los adultos mayores. Allí ellos se reúnen, conversan, juegan, leen periódicos, ven la televisión y hacen sus programas de fiestas y paseos. Me consta porque mi suegra participaba con entusiasmo en esas reuniones.

En muchas familias de Perú y Corea los abuelos todavía conviven con los nietos compartiendo la pobreza y riqueza, aunque sea en un espacio reducido. Una clara demostración de que la familia todavía está viva y en pleno diálogo de las generaciones. Pero, si en cada barrio peruano hubiera un centro de ancianos como en Corea del Sur, habría vida más solidaria. Si, además, hubiera el programa estatal de atención a los adultos mayores sería una buena ayuda a la familia. Entonces sí, la longevidad sería una bendición.



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