El
zorro de arriba y el zorro de abajo, una de las novelas
del escritor peruano José María Arguedas, plantea la profunda
transformación de su país, desde mediados del siglo XX. Chimbote, el puerto
destruido por un violento terremoto de 1970, surge como
encrucijada entre dos progenies principales, la criolla y la indígena.
Para ello, utilizó el mito de los zorros andinos que aparecen en el texto
quechua Dioses y hombres de Huarochirí –traducido por primera vez al español
por él mismo en 1966–para retratar su país.
Como homenaje al autor
de este gran aporte de JMA, Sinesio López, en su blog Los zorros de
abajo y en diferentes espacios académicos
y laborales, plantea en sucesivas crónicas, con un lenguaje pedagógico,
el profundo daño que causa a la América Latina, la administración pública en
manos de audaces, improvisados y corruptos políticos y una masa de cerca
de un millón de medio de empleados que se oculta en una abultada
planilla, que resta recursos para los olvidados de siempre.
Sinesio López Jiménez
es doctor en Sociología por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM)
de Lima, Perú. Hizo estudios de doctorado en la Ecole Pratique des Hautes
Etudes de la Universidad de París bajo la dirección de Alan Touraine. En la
actualidad es profesor principal de la Facultad de Ciencias Sociales de la PUCP
y de la Facultad de Ciencias Sociales de la UNMSM. Fue coordinador de la maestría
en Sociología de la PUCP, coordinador de la maestría en Ciencia Política de la
PUCP, Director de la Biblioteca Nacional del Perú (2001-2005), Director de El
Diario de Marka (1982-1984) y columnista político del mismo. Los campos de
interés académico son la Teoría Política, la Política Comparada, el Estado, la
Democracia y la Ciudadanía. Ha sido profesor visitante de FLACSO, Quito,
Ecuador y del CAEM.
SLJ. Es autor de los
libros El Dios Mortal, Ciudadanos Reales e Imaginarios, Los tiempos de la
política, coautor de varios libros de sociología y política y ha escrito muchos
artículos y ensayos de su especialidad publicados en el Perú y en el
extranjero. Actualmente es columnista del diario La República, de Lima. A
continuación, leamos algunas de sus crónicas, las cuales inciden en
palabras suyas: “En la democracia y en
el republicanismo las autoridades no aceptan restricciones en sus decisiones y
nada impide que los mejores gobiernen en favor del bien público, mientras que
el liberalismo sostiene que hay derechos que no pueden ser violados por agentes
públicos o privados (transgresión). El neoliberalismo actual ha fortalecido el
componente liberal y ha debilitado el componente republicano, ha fortalecido el
rechazo a la transgresión, pero es tolerante frente a la corrupción”:
¿Y COMO LO HACEN?
La corrupción es
destructora de la política, de la sociedad y, a la larga, de la misma economía.
Ella conduce a la anti política, a la desmoralización social y probablemente al
estancamiento económico. Ella ha convertido a algunos políticos de origen
social modesto en ampulosos millonarios y ha incrementado significativamente
las ganancias de grandes empresas nacionales y extranjeras. No se trata de una
empresa, sino de varias, por no decir casi de todas. Stiglitz afirma que en los
presupuestos de las grandes corporaciones figura un rubro dedicado a la
corrupción.
Para comprenderla a
cabalidad hay que desplegar diversos enfoques interdisciplinarios, pero es la
economía política la que permite entender algunos aspectos sustantivos de la
misma. Sugiero algunas ideas exploratorias sobre el tema.
En primer lugar, hay
una relación estructural entre la economía y la política en el capitalismo.
Ella consiste en lo siguiente: El Estado promueve la inversión privada y
garantiza la seguridad jurídica de las inversiones del capital y este, a
cambio, ofrece los impuestos necesarios para que el Estado se organice y
funcione. A los políticos les interesa que a los capitalistas les vaya bien
porque de ese modo ellos resultan también favorecidos. Este es un intercambio
legalizado y legitimado, pero puede ser fuente de inequidad y de corrupción, en
particular por el lado de la capacidad impositiva (evasión, elusión, regresión,
etc.).
En segundo lugar, hay
una relación coyuntural entre la economía y la política que se desarrolla en
los procesos electorales competitivos para acceder al gobierno en los regímenes
democráticos. La competencia electoral se desarrolla principalmente a través de
los medios (en particular la TV) que son muy costosos y obliga a los políticos
a buscar los recursos económicos necesarios para financiarla. El financiamiento
puede ser público (franjas electorales) o privado que, a su vez, puede ser
legal (de individuos o empresas) o ilegal (robos al fisco, coimas de empresas,
narcotráfico, etc.).
Algunos candidatos han
desarrollado sus campañas dentro de la legalidad, pero sospecho que otros han
apelado a la corrupción disfrazándola de actividades legales. No es posible ni
creíble que algunos candidatos financien sus millonarias campañas electorales
con rifas, polladas o contribuciones de sus modestos militantes. El problema es
que los organismos electorales son incapaces para controlarlos y el poder
judicial es incapaz para juzgarlos y sancionarlos.
En tercer lugar, hay una
relación entre la economía y la política que surge de las políticas públicas
que despliega el Estado. Para analizar la corrupción en este nivel hay que
considerar principalmente cuatro políticas públicas: Las privatizaciones de las
empresas públicas, las inversiones públicas, las concesiones del Estado a las
empresas privadas y las Alianzas Público Privadas. La corrupción
del fujimorismo se produjo en las dos primeras mientras la corrupción de los
tres gobiernos democráticos (Toledo, García y Humala) se ha dado en las dos
últimas. Vuelvo sobre la corrupción que nace de estas cuatro políticas públicas
en la próxima columna.
ENTRE EL ESCEPTICISMO Y
LA ESPERANZA
Una de las cosas peores
de la corrupción no es la inmoralidad de los gobiernos y de los estados sino la
desmoralización de las sociedades cuando ella no es castigada sino que es
mantenida en la impunidad. Sospecho que cuando se llega a ese nivel y se
percibe que todo está podrido, incluida la sociedad, ya no hay un punto de
retorno, salvo las salidas anti-institucionales. Creo que no hemos llegado aún
a ese nivel de desesperanza. Sospecho que la mayoría de los peruanos se mueve
entre el escepticismo y la esperanza.
Hay un gran
escepticismo sobre la capacidad de las instituciones de control horizontal (Congreso,
Fiscalía y Jueces, Procuraduría, CNM, TC y Contraloría) para denunciar,
combatir y sancionar la corrupción. Para comenzar, la denuncia traumática sobre
la corrupción de Odrebecht y de algunos funcionarios peruanos no proviene de
ellos sino de la justicia norteamericana y brasileña. Los organismos peruanos
de control, con alguna que otra honrosa excepción, no la vieron o, si la
vieron, silbaron al techo. Todos pasaban piola. Hoy se ven empujados por la
justicia norteamericana y brasileña y por los medios.
¿Qué se puede esperar
de la Comisión del Congreso encargada de investigar el Lava Jato?. Poco o nada.
La mayoría de sus integrantes apoyaron a los gobiernos acusados de
corrupción. Algunos han ofrecido poner las manos al fuego e inmolarse por
sus líderes. Es obvio que la mayoría, lejos de investigar la corrupción, va a
blindar a sus presidentes y funcionarios. Poco es lo que puede hacer allí algún
congresista que nada tuvo que ver con los gobiernos corruptos.
Y ¿qué podemos esperar
de los jueces y fiscales?. Si nos atenemos al papel que han jugado en las
últimas décadas no es mucho lo que se puede esperar de ellos. Siempre hay
excepciones. Los fiscales que acusaron y los jueces que encarcelaron a los
corruptos del gobierno de Fujimori merecen un reconocimiento especial. Hay, sin
duda, fiscales y jueces honestos. Pero la mayoría de ellos, comenzando por las
cabezas, parecen haberse dedicado a blindar y a encubrir a los presidentes y
funcionarios acusados de corrupción. Frente al enorme desafío actual, tienen la
oportunidad de mostrar que son capaces de cambiar.
Lo mismo se puede decir
de los otros organismos institucionales de control horizontal (Procuradurías,
CNM, TC y Contraloría), lo que es una lástima porque sus decisiones son
vinculantes. Obligan a todos también los mecanismos del control vertical, en
particular los que provienen de los resultados electorales. La eficacia de
estos es, sin embargo, desigual.
Funcionaron bien durante los últimos tres
gobiernos: Redujeron su representación (Apra 2011 y 2016) o la desaparecieron
(el fujimorismo el 2001, Perú Posible, 2006 y 2016 y Gana Perú 2016). Los
electores castigaron su pobre desempeño y la corrupción. No todo, sin embargo,
está perdido. En las horas más difíciles y en los grandes desafíos han
aparecido los grandes movimientos de la ciudadanía y de la sociedad civil que
adquieren una gran fuerza política cuando van acompañados por la denuncia y la
difusión de los medios. La pregunta no es si va emerger o no una gran
movilización social anticorrupción sino en qué momento va a aparecer. En esto
radica la esperanza de salir del fango en que nos encontramos.
CORRUPCION Y DEMOCRACIA
Los estados
desarrollados son, por lo general, menos corruptos que los estados
post-coloniales porque sus funciones y capacidades están claramente
diferenciadas del sistema económico y sus relaciones de interdependencia están
bien institucionalizadas. En los estados post-coloniales, en cambio, las
diferencias entre los sistemas económicos y políticos son borrosas y sus interdependencias
no están sometidas a reglas y normas respetadas por todos.
Los gobiernos y los
regímenes democráticos son menos corruptos que los gobiernos y regímenes no
democráticos porque cuentan con controles horizontales, verticales y sociales
que buscan impedir la corrupción y, cuando ella se produce, tratan de evitar la
impunidad. Los gobiernos y regímenes no democráticos (dictaduras,
autoritarismos, totalitarismos, etc), en cambio, no respetan la ley ni las
instituciones. Son el reino de la arbitrariedad, del robo y de la impunidad.
Transgreden la ley y roban impunemente.
Las democracias no son
inmunes a la corrupción, especialmente aquellas que no se han consolidado como
tales o tienen, como ha señalado Phillipe Schmitter, una consolidación mínima o
básica de alternancia en el poder, pero que no han alcanzado una consolidación
amplia e institucionalizada. Ellas “exhiben una accountability horizontal débil
o intermitente” (O´Donnell). Este parece ser el caso nuestro y de gran
parte de las democracias de AL.
Guillermo O´Donnell
sostiene que “la debilidad de la accountability horizontal implica que los
componentes liberales y republicanos de ellas son endebles. Las poliarquías (o
democracias realmente existentes:slj) son la síntesis de tres corrientes
históricas o tradiciones: democracia, liberalismo y republicanismo. Esta
convergencia es parcialmente contradictoria porque algunos principios básicos
de cada una de estas corrientes son inconsistentes con los principios básicos
de las otras, lo que complejiza a las poliarquías pero las hace dinámicas y
abiertas”.
El componente liberal
asume al individuo como realidad primordial y enfatiza los derechos y
libertades civiles mientras el componente republicano asume la comunidad de
ciudadanos como la realidad primordial, defiende el bien común, enfatiza los
derechos políticos, trata de hacer compatible el interés individual con el bien
común y, si no lo logra, sacrifica al primero en nombre del segundo. Ambos
distinguen entre la esfera pública y la privada, pero el liberalismo valora más
la segunda y el republicanismo la primera.
La discrepancia entre liberalismo y
republicanismo lleva a conclusiones divergentes acerca de los derechos y
obligaciones de los ciudadanos, el sentido de la participación política, el
carácter de la sociedad civil. En la democracia y en el republicanismo las
autoridades no aceptan restricciones en sus decisiones y nada impide que los
mejores gobiernen en favor del bien público, mientras que el liberalismo
sostiene que hay derechos que no pueden ser violados por agentes públicos o
privados (transgresión). El neoliberalismo actual ha fortalecido el componente
liberal y ha debilitado el componente republicano, ha fortalecido el rechazo a
la transgresión, pero es tolerante frente a la corrupción.
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