Francisco Carranza
Romero*
Hasta
Celestina clamó justicia.
En la obra “La
Celestina”, atribuida a Fernando Rojas, hay gritos escandalosos de la vieja
avara y mentirosa Celestina. Son gritos que hasta ahora tiene ecos sonoros.
Cuando ella se niega compartir el dinero recibido de Calisto, sus cómplices
Sempronio, Pármeno y Elicia amenazan matarla. En ese instante la vieja grita
con el fin de ser escuchada: ¡Justicia,
justicia, señores vecinos! ¡Justicia, que me matan en mi casa estos rufianes!
Los
familiares de los delincuentes también claman justicia
Como aquella Celestina
los familiares de los delincuentes detenidos in fraganti y con las manos en la
masa salen a la calle para marchar y gritar: ¡Justicia, justicia! Claman justicia
sin pedir siquiera perdón a las víctimas del robo y asesinato.
Primero, deben
responder a estas dos preguntas ¿Amonestaron y castigaron a sus vástagos cuando
éstos les mostraron los primeros trofeos de sus robos? ¿Castigaron a sus
vástagos ante las primeras muestras de violencia contra la vida humana? Por el
alto porcentaje de robos y asesinatos -algunas veces los dos delitos al mismo
tiempo, parece que los padres reclamantes de la justicia sólo engendraron
hijos, pero no los criaron con los valores positivos de la vida. Cuando esos
hijos llegaron a la edad escolar, los enviaron a las escuelas porque la
escolarización es obligatoria; pero no siguieron el proceso de la educación de
sus hijos por estar “muy ocupados” o porque “confiaron en las escuelas”.
Después de formar con falsos valores en el
hogar salen a la calle a pedir justicia. Y, desgraciadamente, reciben el apoyo
de alguna institución que no considera las maldades cometidas.
¿Los familiares de las
víctimas reciben el mismo apoyo? Los defensores de los derechos humanos,
primero, deben distinguir bien entre los victimarios y víctimas. Defender sólo a
los delincuentes es fomentar más delincuencia.
El delincuente de
cualquier color de piel y nacionalidad, de cualquier estrato social, debe pagar
su delito porque ha causado dolor y sufrimiento a sus víctimas y familiares.
¿Perdón
sin arrepentimiento?
Los que capturan, torturan
y matan a los opositores no merecen el indulto. Los que desaparecen los cuerpos
victimados para no dejar huellas no merecen el indulto. Los que esterilizan a
los pobres para bajar el porcentaje de pobreza no merecen el indulto. Los que
justifican las violaciones de los derechos humanos no merecen el indulto.
El perdón es para los
arrepentidos y no para los autojustificadores. Los arrepentidos son los que
asumen la culpa y muestran el cambio mental que conduce al cambio de conducta.
Por esta realidad
nuestra sociedad queda dividida entre victimarios y víctimas.
Justicia,
palabra sin sentido
¡Ay justicia!, palabra
que, por ser tan usada, está perdiendo su verdadero significado que se refiere
al valor humano. Justicia, palabra que se va quedando vacía de contenido.
El asesino se justifica
en voz baja o en voz alta y desafiante: Yo
sólo hice justicia. Yo capturé, torturé y desaparecí gente en nombre de la
justicia. Actué en nombre de la justicia. Yo hice cumplir la ley. Yo sólo
cumplí las órdenes de mis superiores. Y los superiores evaden su
responsabilidad diciendo que, aunque hubieran dado órdenes, no las ejecutaron.
Y algunas veces, niegan haber dado tales órdenes.
Los civiles y
uniformados usan la violencia contra otros en nombre de la justicia, en nombre
de la patria y en nombre de la ley.
Si el asesino es religioso,
porque también se mata en nombre de la divinidad, dice: Yo serví a mi religión.
Yo cumplí la santa voluntad de dios -y cuando escribe el sustantivo referente a
la divinidad lo hace con la letra mayúscula, posiblemente para mayor gloria de
Dios-.
El ladrón también se
justifica: “Yo robé por necesidad” (hambre, medicina urgente). Podría ser
comprensible una vez. Pero hay quienes siguen robando y repitiendo la misma justificación.
“Yo robé porque otros también roban” (se refiere a las malas autoridades políticas
y militares, a los empresarios, a los comerciantes quienes, aunque robaron, no
están en la cárcel).
La víctima pide
justicia porque la justicia no se aplica a su favor. Y, como nadie cumple la
justicia, quiere hacerse la justicia por sus propias manos. Así el círculo se
cierra.
¿Quién
debe impartir la justicia?
Las instituciones que
deben velar y aplicar la justicia están muy difamadas porque muchas sentencias
dependen de la contratación de abogados expertos y de buenas relaciones en
todos los niveles. El que puede pagar más tiene el mejor equipo de defensa, y es
declarado inocente aunque, sea culpable realmente. Todo depende del poderoso
don dinero. Da la apariencia de que la “interpretación” de la ley es arbitraria
y no según la semántica de la lengua; según el cliente que llega al juzgado.
Son los profesionales
de Leyes los que más hablan de “interpretación auténtica”, “interpretación
doctrinal” aunque no hayan estudiado Hermenéutica ni Traductología.
*Francisco Carranza Romero, Profesor de la Universidad de Corea del Sur
Carta al Editor:
Wauqi Jorge: Primero, mi saludo a don Isaías, maestro en el buen sentido latino: magister (magis ter: que vale tres veces más que cualquier persona). Que los apus lo sigan protegiendo.
Estoy en Corea dando clases de Español de América en Cursos de Verano. Esta vez tengo más alumnos estadounidenses que coreanos. Cosas de la vida.
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Saludos a la familia.
francisco carranza romero
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