Jorge Zavaleta Alegre
Los peruanos y
latinoamericanos estamos nuevamente
huérfanos. El Perú no se encuentra dentro de los bloques de Bolivia,
Brasil, Ecuador, Uruguay, por más que esta fue la propaganda para ganar las elecciones. Tampoco estamos en otro bloque. Todos nos toman en serio por los
minerales, algo por la gastronomía que
siempre ha existido y es nuestra identidad, perspectiva que refleja una profunda limitación y una falta
de liderazgo.
Esta es la opinión de
Mark Willems, belga que hace 35 años
vino a los andes, con su familia,
entusiasta por lo que América Latina significaba mucho en la construcción de la unidad de la Región.
Explica que si la oligarquía vive en su plenitud, es porque los peruanos no tenemos identidad.
Un país es un conjunto de muchas cosas: lenguas, culturas distintas (andinos, costeños,
selváticos, del norte, del
sur). La oligarquía y sus defensores están con su vientre en el Perú pero con su alma en Miami Beach. Hay veces pienso que
estamos luchando por causas perdidas.
Como belga de nacimiento, siento
que he vivido la vida que he
soñado y compartido con esas diferentes
culturas, tanto yo como mi esposa y mis cuatro hijos. Siempre
pienso en la idea de proteger el bosque, desde una chacra en la selva, que la adquirí después de jubilarme en
la cooperación internacional, años que
“escribí decenas de informes
enviados a las financieras, extranjeras
y del Estado, documentos que sonb muy aburridos y repetitivos” (post scriptum,
en Lima, enero del 2014)
Aunque la sociedad siga apostando por este progreso social tan estéril, debemos
insistir en la necesidad de retomar un conjunto de viejas palabras, a la
búsqueda de justicia social, a la solidaridad humana.
Esta reflexión, en
el prólogo de su libro La Patria del Alma, se inicia con la frase “Sobre el puente, sé
puente” de José María Arguedas”. Es un
“Testimonio desde el país que habitó y que me habita”, editada por
“Rios Profundos.”
Mark Willems, nació en Gante, en 1948. Se encontró con su compañera Lieve
Delanoy en Suiza, actriz que ahora trabaja en el Grupo Yuyachkani. La pareja cuenta con cuatro hijos. Se encuentran
en el Perú desde hace 35 años, cooperando
en proyectos de desarrollo en la sierra
de Lima, Ayacucho, Apurímac, Cusco.
De ese peregrinaje por diferentes
pueblos y comunidades, brota una
secuencia de historias y pensamientos,
sobre cuan posible es construir un mejor futuro colectivo: “La vida que
vivimos no es sino un sueño de otro”, dice en
Saim en libro negro de Orham Pamuk.
En uno de sus relatos
“por los caminos del recuerdo”, Willems
resume
el Perú, después de la guerra interna que azotó a las comunidades
y familias enteras:
La aventura de los
“retornantes” a sus tierras, constituye un enorme desafío, tal como describe el esfuerzo y la imaginación de los
jóvenes para construir un puente sobre el río Apurímac y otros proyectos, con o sin apoyo financiero ni técnico de un Estado que solo favorece solo a la inversión
extranjera y los programas sociales son solo paliativos, burocracia plena de
cada agrupación que reclama su cuota de poder.
Considera que ese
retorno de los campesinos a sus tierras, para policías y militares los
pobladores de los andes eran terroristas,
requisitoriados y pichicateros.
Para los sueños de algunos ex gamonales
volver a saquear las riquezas de esos suelos con peones a su servicio. Para los
dueños de las tiendas con clientes fáciles de embaucar y de estafar en moneda y
en peso. Para la autoridad son perros del hortelano. Y para ellos mismos, son
pobres.
Caminando a la cuarta
década que dejó Bélgica, comenta que
vino al Perú, motivado porque en América
Latina se vivía los ecos de la
revolución cubana, después del proceso
de reformas de las fuerzas armadas liderado por el general Velasco Alvarado, que la izquierda negó su respaldo a
dicha etapa de cambios.
Libros como el de Mark Willems,
encarnan una visión más clara del
país del presente siglo, al señalar que
los gobiernos y la fría tecnocracia se
envuelven en su misma telaraña, no
perciben que abrir puertas al intercambio de miradas
es una perspectiva valiosa, que
abre espacios para la reflexión y
la fortaleza de tener fe y
convicciones sobre el valor
de la cultura y costumbres de los pueblos, donde la pureza del viento,
del paisaje y la de sus habitantes constituyen el motor de la historia, del desarrollo intrínseco y
esencial.
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