Francisco
Carranza Romero
Este
escrito tiene dos partes:
La primera es sobre un escándalo deportivo actual; la
segunda es un recuerdo a un amigo coreano.
Indisciplina y violencia física
En
la última semana de agosto de 2012 la prensa peruana se ha ocupado de la
denuncia de una atleta peruana de haber sido agredida físicamente por el
entrenador surcoreano Pedro Kim durante los Juegos Olímpicos de 2012 en
Londres. “No voy a permitir que un tipo extranjero venga a abusar aquí en mi
país […] Pelearé hasta que el profesor Kim sea despedido por el IPD (Instituto
Peruano de Deporte)”. Días después, 14 deportistas peruanos redactaron un
documento y lo enviaron a IPD lamentando la indisciplina y apoyando al profesor
Kim. Estos hechos y comentariosnos inducen a juzgar los acontecimientos con
mente fría y sin tanto nacionalismo ni xenofobia.
La
atleta Tejeda quería ir a ver la carrera de su amigo peruano. El señor Kim la
prohibió porque ella necesitaba concentración porque tenía que competir pronto.
Ella desobedeció y se fue a hacer lo que le daba la gana. El intercambio de
palabras y hasta la denunciada violencia fueron las consecuencias.
Como
peruano que he laborado en una universidad coreana por más de un cuarto de siglo
conozco algo sobre los coreanos y su cultura, por eso me atrevo a opinar con
imparcialidad sobre este caso:
1. La poca disciplina de algunos deportistas
peruanos ya sea en deportes individuales o de grupo, no es ninguna novedad. La
misma prensa que los idolatra un día, los destroza días después especulando y
mostrando las indisciplinas. Para el mundo del sensacionalismoperiodístico,
todo vale.
2.
Tampoco es novedad la actitud prejuiciosa de algunos coreanos frente al
extranjero, especialmente si no es de un país rico. Y si estos prejuiciosos
llegan al Perú, fuera de su actividadde comercio, cometerán muchos errores de
trato hacia los peruanos.
3.
El apoyo de otros deportistas peruanos al señor Kim es elogiable porque ellos
no lo juzgan con criterio nacionalista y racista. Vale mucho ser amigo de la
verdad que del paisano. Sin embargo, pregunto a los coreanos: Si este caso
similar hubiera ocurrido con un peruano en Corea, ¿cuántos coreanos lo habrían
apoyado públicamente?
Perú
y la República de Corea o Corea del Sur mantienen las relaciones diplomáticas
por más de tres décadas. Los dos países son firmantes de la Declaración
Universal de los Derechos Humanos, son miembros de APEC y han firmado el
Tratado de Libre Comercio. Durante el tiempo de las relaciones ha habido las
visitas recíprocas de los presidentes, ministros y otras autoridades para
estrecharse las manos, abrazarse, pronunciar bellos y emotivos discursosy
firmar algunos documentos de buenas intenciones. Sin embargo, ¿cuánto se ha
avanzado en el mutuo conocimiento de ambos pueblos? Sin el mutuo conocimiento
no se puede esperar el mutuo respeto.
Es
de suma urgencia iniciar la investigación de los textos escolares peruanos de
primaria y secundaria para comprobar cuánto y qué se dice de Corea, que no es
China ni Japón aunque esté en el mismo continente. Asimismo, se debe investigar
los textos de primaria, MiddleSchool y High School de Corea para comprobar lo
que se dice de Perú. Ahora recuerdo al sacerdote Francisco Marroquín, quien en el
siglo XVI, escribió desde Guatemala al rey de España sugiriendo el trato que se
debía dar a los pobladores del Nuevo Mundo: “Conocerlos hemos. Conocernos
han”. Y la labor de los peruanos y
coreanos del siglo XXI debe ser también con ese espíritu: Conocernos hemos. Por
no conocernos bien nos faltamos el respeto y nos miramos como seres muy
diferentes siendo del mismo grupo zoológico humano.
MAESTRO
CHONGJUN YI EN EL RECUERDO
Ni bien terminaba el mes de julio de 2008,
en Lima me enteré de la muerte del maestro ChongjunYi. En el mes de marzo de
2008 cuando estuve en Corea, a pesar de su avanzada enfermedad, me llamó para
decirme con mucho esfuerzo unas palabras de amistad. Fueron suficientes pocas palabras
para expresar los sentimientos. El verdadero amor no necesita muchas palabras.
Al despedirnos sentimos y sospechamos algo fatal. Nuestro silencio, en los dos
extremos del fono, lo expresó todo. Desde entonces siento su ausencia, aunque
sus palabras pausadas, casi cantadas y graves siguen resonando en mis oídos: “Profesor
Carranza, Corea también es su patria, y yo me siento su hermano mayor”.
Aunque desde el 2007 yo ya estaba enterado
de la grave enfermedad del maestro Yi, la noticia del mes de julio de 2008 me
estremeció. Desde entonces he recordado con más cariño nuestra relación de
largos años recorriendo Corea: montañas, lagos, ríos, playas, templos budistas,
parques y los restaurantes de comida típica.
Durante el proceso de la traducción “El
paraíso cercado” (Trotta, 2003) y “Canto del oeste coreano” (Trotta, 2004) “La
fiesta” (en prensa) fui conociendo y admirando a este autor que escarbaba,
reflexionaba y exponía muy bien la cultura coreana. Por este motivo tuvimos
varios encuentros en un ambiente de sincera relación. Así fuimos cultivando la
amistad personal y familiar. En cada encuentro intercambiamos nuestras
experiencias de hombres nacidos en el campo y que vivíamos en la ciudad
añorando nuestras infancias entre montañas, ríos, mares y en un ambiente de un
colectivismo solidario. Y los dos estuvimos de acuerdo en calificar que la
ciudad moderna, aunque nos daba la comodidad,
nos convertía en individualistas y solitarios.
Por la traducción de la novela “El paraíso
cercado” tuve la oportunidad de conocerlo como un escritor comprometido con su
pueblo y su historia en los difíciles tiempos de la dictadura militar. Cuando,
por la sugerencia de la editorial Trotta, cambiamos el título original (El
paraíso de ustedes) por “El paraíso cercado”, el maestro Yi se emocionó y dijo:
“¡Exacto! Este título interpreta muy bien el contenido y la verdadera intención
de mi libro; por algo utilizo la palabra ´cercado’ al final de cada capítulo.
Al fin, por este título en castellano siento que mi libro ha sido comprendido”.
Es que esta novela expone que el pueblo tiene el derecho de ser consultado para
elegir y construir su propio camino, y que nadie tiene el derecho de imponerle
el camino porque ni la divinidad impone el paraíso. La libertad es un derecho
que debe ser respetado. La isla de los leprosos, escenario de la novela, es un
microcosmos de Corea bajo la dictadura militar: Los leprosos rechazan la
comodidad y modernidad que el “humanitario” director les impone sin consultarles.
“La fiesta”, una novela que relata la
concepción del acto de morir, la muerte y el rito funerario coreano también me
emocionó. Es que los ritos tradicionales de Corea se parecen mucho a los ritos
andinos. Cuando le conté sobre los ritos de mi pueblito andino, él se puso
serio y habló con mucha seguridad: “En los mitos y en los ritos están las
raíces más profundas de la humanidad. Y sólo con la reflexión profunda y seria
llegamos a comprender que todos somos hermanos”. El maestro Yi no sólo era un
artista, también era un antropólogo serio. Entonces, espontáneamente, nos
levantamos de nuestros asientos, nos estrechamos las manos y nos abrazamos.
Saboreando el delicioso quimchi brindamos el licor makoli (lachicha coreana)con
el deseo de que el amor universal supere las discriminaciones entre los seres
humanos. Es que él ya estaba enterado de la política segregacionista hacia los
extranjeros en muchas instituciones coreanas. Gracias a él y a otros amigos coreanos
llegué a amar al pueblo coreano.
Después de conocer la Península de Yucatán
el maestro Yi nos comenzó a relatar pedazos de un relato que estaba
madurándolo. Sólo después de siete años de reflexión, de pelea con las
palabras, imágenes y de aproximación a los escenarios y personajes nos mostró
el relato concluido: Un viejo inmigrante coreano descubrió en una pequeña isla
de Yucatán una flor coreana, desde entonces el abuelo se ausentaba por días
porque se iba a visitarla y a contemplarla soñando en la lejana isla Cheju,
ubicada al sur de la península coreana. Ese anciano señor Corona, adecuación
del apellido Ko a la realidad mexicana, vivía añorando su pueblo. Es que el
maestro Yi había comprendido el sufrimiento interminable y silencioso de los
extranjeros en tierras ajenas.
Aunque pasen los años no olvido al hermano
mayor coreano, y sigo diciendo mi despedida final en el último diálogo por
teléfono: “Hasta luego maestro Yi”. Estoy seguro que él, desde la otra
dimensión, me sigue contemplando como a un hermano. “Coreano” o “peruano”, son
simples marcas del lugar de nacimiento y del contexto sociocultural. Ahora
prefiero el silencio, las palabras sobran. FraterYi, requiescat in pace.
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