Frances Robles
Frances Robles
Jorge Zavaleta Alegre
Nicaragua no era un país de emigrantes. Ahora la historia es distinta. Cientos
de miles de nicaragüenses han huido de su país en los últimos años, para
escapar de la pobreza y la represión de un gobierno cada vez más autoritario, publica
The New York Times en vísperas del 2023.
En toda Nicaragua, sin embargo, las críticas de Ortega a Estados Unidos
significan poco, ya que la gente pierde la fe en que el sombrío panorama
político y económico mejore pronto.
La larga administración del actual gobierno, al haber abandonada todos los
principios de un gobierno que promovieron Jose Martí y Ernesto Cardenal, más
los efectos de la pandemia desde 2019 derivada del cambio climático, revelan o demuestran
que el futuro es profundamente dañino para países como Nicaragua.
Gran oportunidad para recordar que en ningún lugar de la tierra la acumulación
del poder político, económico, social en pocas manos, en un solo grupo, en un
solo partido, en una sola ideología es muy nocivo para los habitantes de un país.
Centro América y El Caribe son muestras
que las dictaduras militares, civiles, de grupos ideológicos que capturan los
fondos públicos es la peor tragedia tan peligrosa como la pandemia que reventó
el 2019.
Esta tragedia, creemos que es una oportunidad de recordar el valor de la palabra,
de la poesía que Nicaragua pierde con la muerte de Ernesto Cardenal, el poeta y
sacerdote rebelde. No cabe duda que el socialismo cumplió en hacer público las
deficiencias de una sociedad en cuanto a condiciones de vida. Pero basta la ideologías,
sino hay voluntad, necesidad, urgencia, obligación de cambiar, transformar la realidad, terminan
en la destrucción y muerte de pueblos enteros. China es otro ejemplo de esta
cruda realidad.
En el siglo XXI la gran mayoría sigue
viviendo aquí y allá déficits de viviendas, de salud, de alimentación, de
dinero. De posibilidades de estudiar…Las pandemias sucesivas están mostrando
que el mundo, el mundo que habitamos urge cambiar para beneficio de todos.
La agencia Reuters público desde MANAGUA que el sacerdote y poeta
nicaragüense Ernesto Cardenal, defensor de la Teología de la Liberación en
Latinoamérica y suspendido por la Iglesia Católica durante más de tres décadas
por su militancia política, falleció el 2020 a los 95 años.
Cardenal, en 1983, durante una
visita a Nicaragua del Papa Juan Pablo II, quien con el sacerdote
centroamericano arrodillado frente a él le negó su bendición porque antes tenía
que “arreglar sus asuntos con la Iglesia”.
Cardenal fue uno de los referentes de la Teología de la Liberación, una
corriente cristiana nacida en América Latina y caracterizada por un férreo
compromiso con los pobres. Mucho antes de su vocación religiosa surgió su amor
por la literatura, en la que debutó antes de aprender a leer con unos versos
dedicados a la tumba del poeta nicaragüense Rubén Darío, inspirados en las
rimas que le leía su padre.
En el plano político, el poeta comenzó a mostrar simpatía por el Frente
Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) desde principios de la década de 1960,
pero tras el arribo de la organización al poder en 1979 se acrecentó su
adhesión e, incluso, fue nombrado ministro de Cultura, permaneciendo en el cargo
por alrededor de ocho años.
Por ese compromiso político, el Papa Juan Pablo II lo sancionó “A Divinis”
en 1984, prohibiéndole ejercer el sacerdocio junto a otros tres curas
sandinistas. La sanción papal se prolongó durante 35 años a pesar de que
Cardenal se distanció del sandinismo y de que en 2007, tras el regreso de
Ortega al poder, lo criticó duramente.
“No al diálogo. Queremos simplemente que la pareja presidencial se vaya, no
hay nada que dialogar”, dijo el poeta y sacerdote en una reciente entrevista
con la alemana DW, en referencia a la esposa del mandatario, Rosario Murillo,
quien es además la vicepresidenta del país.
A mediados de febrero de 2019, cuando Cardenal estuvo grave, el Papa
Francisco anuló su sanción.
Cardenal deja una importante obra literaria que le mereció varias
distinciones, como el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda y el Premio
Reina Sofía de Poesía. Su trabajo incluye ensayos, memorias y una veintena de
poemarios, entre los que destacan “Epigramas” y “Somos polvo de estrellas”.
The New York Times publica ahora un Reporte de Alonso y Frances Robles López
desde Managua: Un grupo de personas sube a un autobús en Managua, capital de
Nicaragua, para iniciar su viaje a Estados Unidos.
MANAGUA — Dos veces por semana, en una gasolinera de la periferia al oeste
de la capital de Nicaragua, se reúnen algunos residentes con señales que
revelan que van a viajar: mochilas cargadas, ropa y artículos de tocador
metidos en bolsas de plástico y chaquetas pesadas en preparación para un
recorrido frío lejos del calor sofocante.
Enfermeras, médicos, estudiantes, niños, campesinos y muchos otros
nicaragüenses se despiden con lágrimas en los ojos mientras esperan autobuses
chárter privados para la primera etapa de un viaje de 2900 kilómetros. Destino
final: Estados Unidos.
Durante generaciones, Nicaragua, el segundo país más pobre del hemisferio
occidental después de Haití, solo vio emigrar a cuentagotas a sus habitantes
hacia el norte. Pero la inflación galopante, los salarios cada vez más bajos y
la erosión de la democracia en un gobierno cada vez más autoritario han
cambiado drásticamente el cálculo.
Ahora, por primera vez en la historia de Nicaragua, el pequeño país de 6,5
millones de habitantes es uno de los principales contribuyentes a la masa de
personas rumbo a la frontera sur de Estados Unidos, desplazadas por la violencia,
la represión y la pobreza.
Aunque la atención se ha centrado este año en el número récord de
venezolanos y cubanos que llegan a Estados Unidos, este aumento de
nicaragüenses, menos notorio pero notable, también contribuye en gran medida a
la crisis migratoria, al enviar dinero a sus familias y, sin darse cuenta,
proporcionar un salvavidas económico a un gobierno sometido a sanciones por
parte de Estados Unidos.
Más de 180.000 nicaragüenses cruzaron a Estados Unidos este año hasta
finales de noviembre, unas 60 veces más que los que entraron durante el mismo
periodo dos años antes, según datos de la Oficina de Aduanas y Protección
Fronteriza de Estados Unidos.
Migrantes, en su mayoría procedentes de Nicaragua, en la frontera
estadounidense de El Paso a principios de diciembre:
Nicaragua solía ser “un país envidiable, donde muchas personas querían
venir”, dijo. “Ahora, sus mismas personas quieren salir de ahí. Cuando pasas
ese río, respiras un aire diferente”, dijo, refiriéndose al cruce a Estados
Unidos.
A principios de este mes, en una parada de autobús de Managua, la capital,
una madre de tres hijos que pidió no ser identificada empezaba la travesía. El
viaje le costó 2000 dólares, y todavía estaba en deuda con un contrabandista
por un intento fallido anterior de llegar a Estados Unidos. Cuatro hermanos,
que heredaron recientemente una granja para la que los precios de las semillas
y los fertilizantes se han cuadruplicado, también se embarcaron en autobuses
rumbo al norte.
Este año, por primera vez, el número de detenciones de inmigrantes
indocumentados a lo largo de la frontera sur de Estados Unidos superó los dos
millones en un solo año.
El gobierno de Joe Biden espera que las llegadas se disparen aún más si la
Corte Suprema de EEUU decide levantar una medida de salud pública conocida como
Título 42 que permite devolver a los migrantes que llegan a la frontera. (Los
nicaragüenses han estado en gran medida exentos del Título 42, porque el país
no permite vuelos de deportación y México se ha negado a aceptarlos).
Solo el mes pasado, más de 34.000 nicaragüenses se entregaron a las
autoridades de inmigración estadounidenses; hace cinco años, la cifra para todo
el año era de poco más de 1000.
Durante la guerra civil de los años ochenta, unos 200.000 nicaragüenses
abandonaron el país en toda la década.
Otro flujo significativo de nicaragüenses también ha cruzado a Costa Rica
y, combinado con los que se dirigen al norte, ha provocado que alrededor del 10
por ciento de la población de Nicaragua haya abandonado el país en los últimos
cuatro años, lo que subraya la falta de fe generalizada en el gobierno del
presidente Daniel Ortega.
Dirigiéndose al autobús en Nicaragua para empezar un recorrido de 2900
kilómetros hasta la frontera con Estados Unidos. Más de 150.000 nicaragüenses
entraron en Estados Unidos en los 10 primeros meses de este año.
Dirigiéndose al autobús en Nicaragua para empezar un recorrido de 2900
kilómetros hasta la frontera con Estados Unidos. Más de 150.000 nicaragüenses
entraron en Estados Unidos en los 10 primeros meses de este año.
Durante décadas, los inmigrantes procedentes de México, El Salvador,
Guatemala y Honduras fueron los grupos dominantes que llegaban a la frontera
estadounidense. Los líderes del gobierno de Nicaragua a menudo se jactaban de
que sin las poderosas pandillas que aterrorizaban a los países vecinos, los
nicaragüenses se sentían relativamente seguros y no necesitaban huir.
La dinámica comenzó a cambiar en 2018. Ortega, un exrevolucionario de
izquierda que dirigió al país durante su guerra civil en la década de 1980,
volvió a la presidencia en 2006 después de que se hicieran cambios en la
Constitución para permitir que los candidatos ganaran sin una mayoría absoluta
de votos.
Desde entonces, ha sido reelegido tres veces, incluido el año pasado, en
una votación que gran parte de la comunidad internacional y muchos grupos de
derechos humanos consideraron una farsa debido a las medidas antidemocráticas
adoptadas por Ortega y su esposa, Rosario Murillo, quien es su vicepresidenta.
La pareja gobernante ha realizado cambios institucionales y ha llegado a
acuerdos con opositores que les han permitido controlar la Corte Suprema, el
Consejo Supremo Electoral y la Asamblea Nacional. Han comprado canales de
televisión y los han hecho más afines al gobierno, al tiempo que han sacado del
aire a sus críticos.
En 2018, estallaron protestas por los cambios en las normas de la seguridad
social que habrían obligado a los trabajadores a pagar más y a los jubilados a
recibir menos. Pero las manifestaciones se expandieron a levantamientos masivos
contra el gobierno en todo el país que duraron meses y llevaron a varios
cientos de muertes.
Camiones hospitalarios con fotos del presidente Daniel Ortega y su esposa y
vicepresidenta, Rosario Murillo, en Masaya, Nicaragua, el año pasado. Ortega ha
sido acusado de ejercer un gobierno cada vez más autoritario.
La respuesta del gobierno fue brutal. Furioso por los bloqueos de
carreteras que los manifestantes habían levantado por toda Nicaragua, el
gobierno encarceló a líderes de la oposición y cerró partidos políticos y
grupos de la sociedad civil. Muchos activistas políticos y periodistas huyeron.
El éxodo se hizo más lento durante la pandemia, pero se reanudó de nuevo el
año pasado después de que Ortega intensificara su represión, cuando cerró
institutos de investigación, clausuró organizaciones de derechos humanos y
detuvo no solo a sus oponentes políticos, sino también a sus familias, bajo
acusaciones falsas, entre ellas la de conspirar para dar un golpe de Estado.
Antes de las elecciones del año pasado, Ortega encarceló a siete candidatos
presidenciales y prohibió la participación de varios partidos de la oposición.
El presidente Biden denunció que las elecciones no habían sido “libres ni
justas, y desde luego no democráticas”.
“Eliminás los medios de comunicación, eliminás los partidos políticos,
eliminás las universidades. ¿Por qué crees que la gente se va?”, dijo Manuel
Orozco, analista nicaragüense de Diálogo Interamericano, un instituto de
investigación con sede en Washington.
Tras una brutal respuesta del gobierno de Ortega a las protestas en 2018,
un gran número de nicaragüenses hacían fila todos los días en Managua para
solicitar un pasaporte que les permitiera salir del país.
Elvira Cuadra, socióloga nicaragüense, huyó a Costa Rica hace cuatro años,
después de que el gobierno allanara su instituto de ciencias políticas y
revocara su estatus legal.
“Realmente no son los migrantes económicos de siempre”, dijo. “Esto es desplazamiento
forzado”.
Desde 2018, 154.000 nicaragüenses han solicitado asilo en Costa Rica, donde
el gobierno anunció recientemente cambios en sus políticas para frenar su
llegada. Los refugiados ahora deben solicitar asilo dentro del mes siguiente a
su llegada al país, ya no recibirán un permiso de trabajo expedito y no podrán
salir de Costa Rica mientras sus solicitudes estén pendientes.
Al ritmo actual, Costa Rica tardará 10 años en resolver todas las
solicitudes de asilo, dijo Marlen Luna, directora general de la autoridad de
migración de Costa Rica.
“Esta migración nicaragüense es histórica”, dijo. “El problema no tiene
solución a corto plazo, no es una ola. No es moda. Esto es permanente”.
Aunque las cifras del Fondo Monetario Internacional muestran que alrededor
del 25 por ciento de los nicaragüenses viven en la pobreza, los analistas dicen
que la cifra real es probablemente mucho mayor, ya que alrededor de dos tercios
de la nación viven con alrededor de 120 dólares al mes.
En un discurso pronunciado en octubre, Ortega culpó al gobierno de Estados
Unidos del aumento de la migración. En toda Nicaragua, sin embargo, las
críticas de Ortega a Estados Unidos significan poco, ya que la gente pierde la
fe en que el sombrío panorama político y económico mejore pronto. Un cruce
masivo de migrantes en El Paso abruma las instalaciones fronterizas en Texas.
Pspel de Arbol
Lienzo de July Balarezo creo Papel de Arbol en 2006/ Ella es Historiadora, egresada del Taller de Pintura Teresa Mestres de Miraflores-Barceloma.
Desde 2017 se Edita en EEUU. Julia Zavaleta Camerieri, Piscologa y Master en administracion y economia de Mont St Mary University Emmitsburg. Jorge Zavaleta Alegre periodista y licenciado en CCSS y Filosofia, Peru 1966
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