Papel de Arbol

jueves, 11 de octubre de 2018

EL JARDIN DE LA INFANCIA

                      Del jardín de  Hélida Beatriz - Adolfo Washington, Trujillo, Primavera 2018

Por  Jorge Zavaleta Alegre
Las ciudades de América Latina en lo  que  va del presente Siglo XXI van cambiando de  faz en forma acelerada, 

La economía  urbana atrae  porque  el campo  se empobrece cada día más. La  migración  provoca, sin duda, cambios  bruscos en la vida diaria. Desde la escasez de vivienda, de  agua, de espacios para el juego de los niños y la posibilidad de tener un jardín, una planta, un macetero para sembrar una flor. No es  casual que el mercado encuentra un nuevo  espacio para convertir el plástico en flores, incluyendo aroma tóxico.

El amor a la naturaleza, empezando por el cultivo de la tierra, es o debe ser una práctica  en la formación de los niños. Es  un concepto del cual psicólogos, economistas, docentes  y familias enteras comparten. 

Las visitas familiares al campo, permiten destapar el tarro de las esencias, una maravillosa sensación y magnífico olor que nos encantaría llevarnos a casa, comenta la psicóloga María Antonieta Busseto.

Para que nuestros hijos puedan aprender el gran valor de la naturaleza, amarla, cuidarla y respetarla, es necesario que se acerquen a ella, que la sientan suya,   En los pueblos de los andes,  las madres de familia cuidan  sus pequeñas parcelas de trigo o papa,  rodeadas de flores y enredaderas. Toda vivienda tiene una pequeño  huerto.

Por eso  se mantiene el  recuerdo  el Día Mundial del Árbol, para despertar la conciencia social, el respeto y el cuidado de la naturaleza, devolver a la naturaleza algo de lo mucho que nos da. 

Plantar un árbol con los niños, no es sólo un símbolo, es realmente una gran empresa: una semilla, un árbol, una flor, un fruto, una gran sombra, aire puro y limpio, la belleza inigualable del paisaje.

¡Dejémosles hacer!... un agujerito en la tierra, poner un tierno brote, manipular la tierra, regar con agua y contemplar cómo crecen los árboles que una vez fueron plantados por ellos. Será un pequeño proyecto que les llenará de ilusión y les enseñará el valor del respeto a la naturaleza, enfatiza  Vilma Medina, directora y editora de Guia Infantil, periodista y Master en Necesidades y Derechos de la Infancia y Adolescencia por la Universidad Autónoma de Madrid-UAM y UNICEF.

El Día Mundial del Árbol (28 de junio) pretende poner de relieve la importancia de los árboles en nuestro entorno. Son los encargados de regular la temperatura, purificar el aire, protegen el suelo, son el hogar de otras muchas especies por lo que albergan ecosistemas y contribuyen a regular las lluvias. 

Enseñemos a los niños a valorar la naturaleza y a disfrutarla. Sembrar un árbol, cruzar un río, merendar a la sombra de una arbolada, trepar a una rama, subir montañas, recolectar flores y bichos, realizar hormigueros, buscar piedras, hojas, setas, flores... pueden ser para nuestros hijos una agradable y divertida lección de respeto y amor a nuestro legado natural.




Lecciones que no se pueden olvidar. Una buena lectura es una lección para la vida, decía mi padre poeta, escritor y matemático, dándome una propina por cada libro que leía.

 Leyendo a Galeano, comprendí la dimensión del amor de mis padres, de mis tres hermanos, de mi esposa y de mis dos hijos. De mi familia. De mis ideales.

Vivo enamorado de esa pasión infinita que mi madre daba a la pequeña huerta, sembrada de  rocotos verdes, rojos y amarillos, a la sombra de un palto, un pacay y de granadillas. 

Recuerdos imborrables son sus flores y el perfume de la Madre Selva que deja en la madrugada eterna,  en tanto los cuyes colgados en el cordel, recibían la luz de la luna, como un secreto de los guisos pasionales de los que que nos hablaba el mexicano Octavio Paz. 

Y ahora, visitando a mis hermanos Héli  y  Adolfo, Rosita y Lolo, en Trujillo, aprecio  una singular Cucarda, cuidada con paciencia, como  si  fuera medio siglo atrás.

En  Emmitsburg, una Madre Selva que la cuidan  July y Roberto.

 En Lima, Jorge  conservando aquel  árbol que sembramos en la  Calle 30.

Y de  Huaylas, la tierra de los  abuelos, de mi madre,  aquel camino estrecho hacia la casa de nuestra Tia  Clotilde, cuyo olor de bugambilias  y rosales,  conducían a  su sala siempre con el néctar  de frutas y flores  compartíamos   historias de  amigos y  familia.

 Hasta pronto. 



  

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