Jorge Zavaleta Alegre
«No hay salud sin salud mental», proclamó hace solo cinco años
la Asamblea Mundial de la Salud, al adoptar la resolución WHA65.4 sobre “”la
carga mundial de trastornos mentales y la necesidad de una respuesta integral y
coordinada de los sectores sanitario y social de los países”. El drama es
gigante: Cada año se suicida casi un millón de personas, entre otros sufrimientos desatendidos o ignorados. La
migración global, dentro y fuera de cada país, induce la violencia, cuya
atención no puede ser enfrentada con represión policial y ausencia orgánica de
la sociedad y los estados.
En esa decisión, la OMS pidió
que, en consulta con los Estados Miembros, se prepare un plan de acción
integral sobre salud mental, que abarque los servicios, políticas, leyes,
planes, estrategias y programas, dando énfasis a la promoción, prevención,
tratamiento, rehabilitación, atención y recuperación.
En esa petición, no se pone énfasis en la salud mental,
empezando con las poblaciones aborígenes. Viajemos por América Latina y
podremos constatar una larga historia de olvidos y abusos, desde la llegada de los conquistadores y que
continúa sin mayores cambios. Son escasos los
vestigios sobre la cultura médica de los pobladores nativos y de
las dinastías de caciques o incas precolombinos.
En 1511, el sermón de Antonio Montesinos, escribe Bartolomé de las Casas, en
Historia de las Indias: “¡¡Todos están
en pecado mortal!!!. Y en el vivís y
morís por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes. Decía
¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre
a que estos indios? (…) ¿Cómo los tenéis tan ojerosos y fatigados, sin darles
de comer ni curarlos en sus
enfermedades, que los excesivos trabajos que les dais incurren y se os mueren, y por mejor decir, los matáis por
sacar y adquirir oro cada día?”
En el siglo XIX, las sociedades inmigrantes trataron de construir relaciones de respeto
justiciero hacía los pueblos algunos escenarios de la Pacificación. Pero en el
siglo XX y XXI los megaproyectos siguen siendo tan terribles para agudizar la
salud mental y la contaminación ambiental desde la destrucción de las comunidades aborígenes.
El oro de la
conquista, hace cinco siglos, en la
actualidad tiene múltiples formas, como lo son las hidroeléctricas, las
forestales, la pesca o minería a gran escala. Las sociedades contemporáneas
siguen mostrándose inoperantes en la construcción de relaciones de respeto y
justicia hacia los pueblos originarios. Desde la Patagonia hasta Alaska, la
praxis en salud con pueblos indígenas, no es una realidad trivial, por el
contrario tiene un sentido e importancia que requiere trabajo de interpretación
y reflexión crítica.
La tierra indígena libremente compartida, aunque no
exclusivamente controlada, fue arrebatada. La forma de vida del conquistado fue
impuesta. La autonomía política fue drásticamente restringida. Los indígenas
han sido frecuentemente relegados al estatus de la extrema pobreza, la
enfermedad y la desesperanza.
El panorama crítico es idéntico en cada país, con múltiples
procesos de etnocidio. Los males del alma son atendidos con ritos
mágico-religiosos y pócimas de la flora infinita de los bosques amazónicos y la enmarañada red de ríos, riachuelos,
lagos, lagunas y manantiales.
Fuera de las
pocas capitales de América, donde la
psiquiatría y la psicología son ciencias visiblemente desconocidas, la psicosis y los trastornos bipolares, la
depresión, entre manifestaciones de la salud mental, carecen de materiales y recomendaciones con fundamento científico
en los escasos, muy escasos centros asistenciales especializados y no
especializados. La psiquiatría se mantiene distante de la cultura nativa.
La literatura científica señala por ejemplo que la depresión es un trastorno que se puede
diagnosticar de forma fiable y que puede ser tratado por no especialistas en el
la atención primaria.
Los suicidios se cobran un costo alto. Debería ser un
imperativo global. Un millón o más de personas mueren cada año por suicidio, y
esta es la segunda causa principal de muerte entre personas de 15 a 29 años de
edad. Hay indicios de que, por cada adulto que se suicidó, posiblemente más de
otros 20 intentaron suicidarse. Los suicidios son prevenibles. Para que las
respuestas nacionales sean eficaces, se necesita una estrategia integral
multisectorial de prevención.
El nuevo protocolo de
la OMS señala que el personal de atención primaria puede ofrecer apoyo
psicosocial básico a los sobrevivientes de desastres, a las personas expuestas
a la guerra, al terrorismo, al genocidio o a la pérdida de seres queridos.
La atención de salud mental sostenible después de una
emergencia, a pesar de su carácter trágico, y no obstante el sufrimiento humano
que generan, las situaciones de emergencia son también oportunidades para
implementar una mejor atención de salud mental, pero por lo general esta
responsabilidad social se altera con la
corrupción de los fondos de ayuda o
rehabilitación.
La salud mental es un componente fundamental e inseparable de
la salud y muchas veces sea subestimada
frente a la salud física.
Los trastornos mentales y neurológicos representan el 22% de
la carga total de enfermedades en América Latina y el Caribe, y resulta
evidente que los mismos tienen un impacto importante en términos de mortalidad,
morbilidad y discapacidad en todas las etapas de la vida.
En el discurso oficial, se empieza a hablar de la salud mental, pero no es un componente
fundamental e inseparable de la salud, ni está directamente relacionada con el
bienestar personal, familiar y comunitario. Muchas veces es subestimada frente
a la salud física. Sigue primando el
estigma y la discriminación que siempre ha rodeado a la enfermedad mental y que
aún constituye un poderoso obstáculo.
Desde el 2008 la
existe el Programa Global de Acción en
Salud Mental, pero no ha avanzado porque la carga de los trastornos mentales
aumenta y en la agenda de los gobiernos
sigue siendo incipiente y tierra
fértil para el negocio de centros hospitales
y profesionales que vuelcan su acción solo en los sectores de medianos y altos
ingresos.
La investigación en el
campo de la salud mental sigue teniendo muchas limitaciones en los países de
América Latina y el Caribe, especialmente si se la compara con la producción
científica alcanzada en los Estados Unidos de América, el Canadá y Cuba.
En la actualidad, en América Latina y el Caribe ya se dispone
de estudios epidemiológicos de los trastornos mentales, que unidos a otros
trabajos publicados en todo el mundo, arrojan información suficiente para demostrar
el alcance de la carga de los trastornos mentales en nuestro medio. Confirma
esta aseveración la Organización Panamericana de la Salud, cuya directora Mirta
Roses Periago, al señalar que en muchos países de otras regiones
del mundo, el progreso económico, las transformaciones sociales y el incremento
de la longevidad han estado acompañados de un aumento en la problemática
psicosocial. En América las brechas son inmensas en la proporción de personas que
requerían tratamiento y no lo recibieron.
En conclusión, solo una minoría de quienes requieren atención
relacionada con la salud mental la reciben, a pesar del sufrimiento que los
trastornos causan, la discapacidad, y el impacto emocional y económico que
tienen en la familia y en la comunidad.
A esta situación debe agregarse que generalmente los
trastornos mentales afectan en mayor grado a las personas de los estratos
socioeconómicos más bajos, para quienes los servicios son más escasos. Las necesidades
psicosociales son más altas en los
grupos con mayor vulnerabilidad, como las poblaciones indígenas y las víctimas
de conflictos armados, violencia política o desplazamiento. La migración global en lo
que va del presente siglo provoca una cultura de violencia, irreversible si la respuesta es la
violencia estatal con su policía represiva.
Bibliografía
-Organización
Mundial de la Salud-OMS
Publicación ISBN: 978 92 4 156457 1. WHO/MSD/MER/13.1
-Organización Panamericana de Salud-OPS, Informe 2016
.Memoria anual del Ministerio de Salud, Perú 2014.
-Informe Hospital de Iquitos, Manaos, 2012-2014
-Foto, La Mula, Niños de Itaya Loreto.
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