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Por Ana Sofía
Martínez-Córdova.
Cuando Shayana entró
en el aula todas las miradas se posaron sobre ella. A los cuatro años, llegaba
a su primer día de clases vistiendo un traje típico Saraguro: una pollera negra
larga, una bayeta agarrada con un tupu verde y un collar dorado de chaquira.
Tras intercambiar miradas curiosas con sus compañeros, se volcó a jugar con
ellos.
Shayana pertenece a la
comunidad indígena Saraguro, una población ecuatoriana con 17 mil habitantes cuya
lengua materna es el Quichua (Kichwa). Su familia, como tantas otras, migró a
la capital de Ecuador, Quito, en búsqueda de mejores oportunidades. Son parte
de las casi 20 millones de personas, 49% de los indígenas latinoamericanos,
que hoy viven en zonas urbanas.
A las puertas de
celebrar el 10º aniversario de la Declaración sobre los Derechos de los
Pueblos Indígenas, que impulsó la Organización de las Naciones Unidas (ONU)
y estableció, como resultado, el Día Internacional de los Pueblos
Indígenas cada 9 de agosto, reflexionamos
sobre el potencial de la educación intercultural para estimular el desarrollo
infantil temprano.
El camino urbano
Las ciudades ofrecen
más y mejores servicios de electricidad, agua potable, alcantarillado,
educación y salud que las zonas rurales. En la mayoría de países de América
Latina, un niño indígena que vive en una zona urbana tiene 30% mayor probabilidad de terminar la
educación primaria que un niño indígena viviendo en
zona rural. En Ecuador, esta brecha es del 16%.
Aún en zonas urbanas,
las familias indígenas tienen menos acceso a servicios básicos que la población
no indígena. En América Latina los niños no indígenas de entre 6 y 11 años
registran mayor asistencia escolar que
los niños indígenas. La escolaridad de los niños de este último grupo en Costa
Rica, Venezuela y Colombia es del 75%, siendo la menor de la región.
Inclusión a través de
idiomas ancestrales, el beneficio es para todos
La disparidad y vulnerabilidad que
experimenta este segmento de la población se exacerba en el ámbito cultural.
Mientras más aislados están de los servicios básicos, más carecen de medios
para integrar su legado cultural al resto de la sociedad, especialmente en lo
que se refiere al ámbito de la educación formal.
La mayoría de currículos educativos no
se adaptan a la realidad cultural y étnica de las poblaciones que han migrado a
las ciudades. Por ejemplo, no incluyen la enseñanza de idiomas ancestrales, que
en muchos casos es la lengua materna de niños indígenas como Shayana. La falta
de reconocimiento a la diversidad étnica y cultural en general, y en las aulas
en particular, niega la riqueza de las raíces ancestrales.
Preservar la lengua
materna de las poblaciones indígenas no solamente evita su extinción — y con
ella gran parte de los saberes ancestrales— sino que contribuye al bilingüismo
de los niños (indígenas o no), brindándoles grandes ventajas para su desarrollo
cognitivo.
Estudios demuestran que
los niños bilingües, sobre todo desde temprana edad, tienen mayor capacidad
para prestar atención, mejor memoria, mayor conciencia metalingüística
(reflexión sobre la lengua que están utilizando) y mejores habilidades de
representación abstracta y simbólica. Por lo general, los niños bilingües
son más creativos y tienen mayor capacidad para
idear soluciones diferentes e innovadoras frente a un mismo problema o
circunstancia.
Apostar por la
interculturalidad
Desde hace más de 70 años se
implementan sistemas de educación intercultural bilingüe (EIB) en América
Latina. Estos sistemas intentan adaptarse a las condiciones socioculturales y
étnicas de las poblaciones indígenas y, generalmente, existen en zonas rurales.
Al momento, 17 países latinoamericanos han implementado sistemas de EIB, o
están en proceso de hacerlo. El uso de la lengua indígena en dichos modelos
difiere de país en país.
Por ejemplo, el Modelo
de Sistema de Educación Intercultural Bilingüe (MOSEIB)
en Ecuador utiliza como lengua principal de enseñanza la lengua materna de la
nacionalidad respectiva y el español como idioma de relación intercultural. En
Guatemala se utilizan parcialmente las lenguas indígenas y únicamente durante
los primeros tres o cuatro años de educación básica. A pesar de que ahora estos
modelos educativos están más desarrollados que hace 70 años, todavía queda
mucho que aprender, mejorar y fortalecer.
Uno de los grandes desafíos para lograr
que los niños y niñas indígenas como Shayana no pierdan su idioma ni su cultura
es crear modelos similares a la EIB que incluyan también al grupo predominante
de la población. De esta manera se contribuiría a reducir la discriminación
hacia niñas y niños indígenas y a preservar las lenguas y culturas ancestrales.
Incentivar la educación intercultural en la primera infancia no solo ayudará a
que la población en general aprenda a valorar más sus raíces, con toda su riqueza,
sino que estimulará el cerebro de los más pequeños y los incentivará a que
crezcan empoderados, con mayor autoestima y apertura a la diversidad – algo
clave en esta época de ciudadanía global.
¿Existe la educación
intercultural en tu país? ¿Cómo funciona? ¿Aprovecharías de ella si pudieras?
Cuéntanos en la sección de comentarios o mencionando a @BIDgente en
Twitter.
Fotografías: UNIDAD EDUCATIVA
PARTICULAR CÓRDOVA-QUITO
Ana Sofía Martínez
Córdova. es consultora en la División de
Protección Social y Salud del Banco Interamericano de Desarrollo.
Jorge Zavaleta Alegre. Corresponsal El Mercurio, Washington DC. Oficial de Prensa BID Perú 1992-2008
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