Jorge Zavaleta Alegre
El negro en la obra de Nicolás Guillén es uno de los libros más importantes y
de plena vigencia en América
Latina. Debería ser materia de reflexión
en las aulas y en los hogares, empezando por aquellas familias que predican militancia de “izquierda” de “socialimos”, pero viven y actúan igual o
peor que los más radicales
de la ultraderecha.
Este sector privilegiado por el fácil acceso al dinero y al poder, sigue siendo en su comarca una representación
del gamonalismo urbano de siempre,
mientras miles de miles de familias emigran para supervivir y/o estudiar. Cuando retornan, son igualmente marginales en
su propio suelo, mientras los predicadores del socialismo, siguen monopolizando
la academia, dando espaldas a los que no
poseen apellidos rimbombantes. Los Rectores de las principales universidades jamás conceden o escuchan a un migrante de
éxito. La Universidad es una academia de la confabulación, un
laboratorio para traficar contra las exigencias
de la realidad.
El presidente de EEUU Donald Trump, hablando en nombre de sus
socios de empresa, sostiene que los inmigrantes indocumentados se aprovechan de
los servicios públicos estadounidenses. “Los que abusan de nuestro sistema del
bienestar serán prioritarios para la inmediata expulsión"
Sin embargo, varios estudios demuestran lo contrario para las
arcas federales: Los indocumentados pagan bastantes más impuestos que los
servicios públicos que reciben. A escala estatal y local, depende del caso. Estos
inmigrantes no acceden fácilmente a los programas sociales.
Un cálculo de la Seguridad Social en 2013 dice que los
indocumentados recibieron en servicios de esta institución por valor de 1,000
millones de dólares, en tanto que aporte en impuestos es 13 veces más que eso. Los indocumentados viven en la sombra
para las autoridades migratorias, pero no para las fiscales.
Denia García Ronda, a partir de una búsqueda de los
especialistas de la Fundación Nicolás Guillén, nos ofrece la puerta para entrar
en el mundo de uno de los más grandes intelectuales de esta parte del mundo, desde
la perspectiva particular que recoge el título: la presencia del negro en su
escritura.
Cuando los textos fueron escritos por una persona tan descollante como Guillén, leerlos nos hace crecer como individuos, señala la investigadora. Al mismo tiempo, nos sirven como un instrumento más para combatir el racismo antinegro que persiste y amenaza con crecer. Que en los países andinos se relaciona contra el oriundo de la selva y de los andes. No hay que descartar que el narcotráfico y el contrabando, incursionado a la partidocracia, va logrando una incorporación a los sectores sociales tradicionales.
Una útil referencia. El cementerio de Miraflores, en la
ciudad española de Trujillo, una de las
más conservadoras del estigma virreinal,
ha permitido que un conocido por la justicia como el gran narcotraficante del norte peruano, haya sido sepultado en un
lujoso mausoleo, a pocos metros de la tumba
de Víctor Raúl Haya de la Torre, fundador de la Alianza Política Revolucionaria
Americana-Apra, fundada en México en 1917.
Las razas y el racismo son siempre construcciones sociales.
Ellas tienen sus características, su razón de ser y su historia en todas
partes. Las razas siguen agobiando a la mayoría de los negros y mulatos, agravadas
por la enorme tasa de desempleo y subempleo que ahora caracterizó a la
formación económica.
Negro cubano, eso sí, y por tanto cubano negro. En “El camino
de Harlem”, breve manifiesto publicado en 1929, expone con gran lucidez cívica
el cuadro real de separaciones entre las razas, prejuicios y racismo republicanos,
y sus nefastas consecuencias.
La rica diversidad viene del origen múltiple y de los nuevos
frutos que sus relaciones van dando, la desigualdad ha sido creada por los
sistemas sociales de dominación, que trasmutan la ganancia capitalista en el
poder del dinero y el despojo en propiedad privada.
“¿Es mi nombre, estáis
ciertos? / ¿Tenéis todas mis señas?” -preguntará el autor de “El apellido”-:
“[…] Lo habéis robado a un pobre negro indefenso. / Lo escondisteis, creyendo /
que iba a bajar los ojos yo de la vergüenza”.
Contra la naturalización racista de las iniquidades sociales,
que las devuelve como el destino al que cada uno debe resignarse, los poemas
del joven Guillén son arte y denuncia.
“Me matan, si no trabajo, / y si trabajo, me
matan: / siempre me matan, me matan / ¡siempre me matan!”, grita en 1934. Y a
Sabás, “el negro sin veneno”, le reclama: “¡Sabás,no seas tan bruto,/ ni tan
bueno!” A los poemas de West Indies se les sale la rebeldía por los poros.
COLOFON. Años atrás, en un domingo festivo, pasé rumbo al sur de Lima
y observé en un restaurante, cuyo frontis era ocupado por decenas de los coches más
caros y confortables del mercado, con
guardianes de raza negra y mujeres cobrizas de mandil blanco.
No había un espacio
para un nuevo comensal. Esperamos. Y la sorpresa, treinta años después, sigue siendo más
ostentosa. En el Perú, sobre
todo, existe una estrecha relación
con el
apellido, ligado a la
“tradición”, sinónimo de dinero, de poder
adquisitivo, de reparto de la torta
y del privilegio infinito,
empezando por el acceso y conducción de las universidades y de los centros de investigación más conocidos en el mercado.
Los allegados a estos grupos, nos dicen "resentidos sociales" a quienes abordamos estos temas. Carlos Eduardo Zavaleta, en su novela Los Aprendices, describió las vanidades de los notables, que reproducen los sueños de los apellidos, que disfrazan su origen quechua o criollo con un primer nombre en inglés.
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