Papel de Arbol

lunes, 17 de abril de 2017

SOLO IMPORTA EL APELLIDO

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Jorge Zavaleta  Alegre
El negro en la obra de Nicolás Guillén  es uno de los libros más  importantes y  de plena vigencia en  América Latina.   Debería ser materia de  reflexión  en las  aulas y en los hogares,  empezando por aquellas familias que predican  militancia  de “izquierda” de “socialimos”, pero  viven y actúan  igual  o peor que  los más  radicales  de la ultraderecha.

Este sector privilegiado por el fácil  acceso al dinero  y al poder,  sigue siendo en su comarca una representación del   gamonalismo urbano de siempre, mientras miles de miles de familias emigran  para supervivir y/o estudiar.  Cuando retornan, son igualmente marginales en su propio suelo, mientras los predicadores del socialismo, siguen monopolizando la academia,  dando espaldas a los que no poseen apellidos rimbombantes. Los  Rectores de las principales universidades  jamás conceden o escuchan a un migrante de éxito. La  Universidad  es una academia de la confabulación, un laboratorio para traficar contra las exigencias  de la  realidad.

El presidente de EEUU Donald Trump, hablando en nombre de sus socios de empresa, sostiene que los inmigrantes indocumentados se aprovechan de los servicios públicos estadounidenses. “Los que abusan de nuestro sistema del bienestar serán prioritarios para la inmediata expulsión"

Sin embargo, varios estudios demuestran lo contrario para las arcas federales: Los indocumentados pagan bastantes más impuestos que los servicios públicos que reciben. A escala estatal y local, depende del caso. Estos inmigrantes no  acceden  fácilmente a los programas sociales.

Un cálculo de la Seguridad Social en 2013 dice que los indocumentados recibieron en servicios de esta institución por valor de 1,000 millones de dólares, en tanto que aporte en impuestos es 13 veces más  que eso. Los indocumentados viven en la sombra para las autoridades migratorias, pero no para las fiscales.
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Denia García Ronda, a partir de una búsqueda de los especialistas de la Fundación Nicolás Guillén, nos ofrece la puerta para entrar en el mundo de uno de los más grandes intelectuales de esta parte del mundo, desde la perspectiva particular que recoge el título: la presencia del negro en su escritura.

Cuando los textos fueron escritos por una persona tan descollante como Guillén, leerlos nos hace crecer como individuos, señala la investigadora. Al mismo tiempo, nos sirven como un instrumento más para combatir el racismo antinegro que persiste  y amenaza con crecer. Que en los países andinos se relaciona contra  el oriundo de la selva y de los andes. No hay que descartar que el narcotráfico  y el contrabando,  incursionado a la  partidocracia, va logrando una incorporación  a los sectores sociales  tradicionales.

Una útil referencia. El cementerio de Miraflores, en la ciudad española de Trujillo, una de  las más conservadoras del  estigma virreinal, ha permitido que un conocido por la justicia como el gran narcotraficante  del norte peruano, haya sido sepultado en un lujoso mausoleo, a pocos metros de la tumba  de Víctor  Raúl  Haya de la Torre, fundador de la  Alianza Política Revolucionaria Americana-Apra, fundada en México en 1917.

Las razas y el racismo son siempre construcciones sociales. Ellas tienen sus características, su razón de ser y su historia en todas partes. Las razas siguen agobiando a la mayoría de los negros y mulatos, agravadas por la enorme tasa de desempleo y subempleo que ahora caracterizó a la formación económica.

Negro cubano, eso sí, y por tanto cubano negro. En “El camino de Harlem”, breve manifiesto publicado en 1929, expone con gran lucidez cívica el cuadro real de separaciones entre las razas, prejuicios y racismo republicanos, y sus nefastas consecuencias.

La rica diversidad viene del origen múltiple y de los nuevos frutos que sus relaciones van dando, la desigualdad ha sido creada por los sistemas sociales de dominación, que trasmutan la ganancia capitalista en el poder del dinero y el despojo en propiedad privada.

“¿Es mi nombre, estáis ciertos? / ¿Tenéis todas mis señas?” -preguntará el autor de “El apellido”-: “[…] Lo habéis robado a un pobre negro indefenso. / Lo escondisteis, creyendo / que iba a bajar los ojos yo de la vergüenza”.

Contra la naturalización racista de las iniquidades sociales, que las devuelve como el destino al que cada uno debe resignarse, los poemas del joven Guillén son arte y denuncia.
 “Me matan, si no trabajo, / y si trabajo, me matan: / siempre me matan, me matan / ¡siempre me matan!”, grita en 1934. Y a Sabás, “el negro sin veneno”, le reclama: “¡Sabás,no seas tan bruto,/ ni tan bueno!” A los poemas de West Indies se les sale la rebeldía por los poros.

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COLOFON. Años atrás, en un domingo festivo, pasé  rumbo al sur  de Lima  y  observé en  un restaurante,  cuyo frontis era  ocupado por decenas de los coches más caros  y confortables del mercado, con guardianes de raza negra y mujeres cobrizas de mandil blanco.

No  había un espacio para un  nuevo comensal.  Esperamos. Y la sorpresa,  treinta años después, sigue siendo más ostentosa.  En el Perú, sobre todo, existe una  estrecha relación con  el  apellido,  ligado a la “tradición”, sinónimo de  dinero,  de poder  adquisitivo, de reparto de la torta  y del privilegio  infinito, empezando por el acceso y conducción de las universidades y  de los centros  de investigación más conocidos en el mercado.  Los allegados a estos grupos, nos dicen "resentidos sociales" a quienes abordamos estos temas.  Carlos  Eduardo Zavaleta, en su novela Los Aprendices, describió  las vanidades de los notables, que reproducen los sueños de los apellidos, que disfrazan su origen quechua  o criollo con un primer nombre en inglés.

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