Más condiciones
adversas, menos conexiones neuronales en los niños
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Por María Caridad Araujo.
El conocimiento científico sobre el cerebro humano ha
crecido de forma vertiginosa. Desde la medicina y la psicología se ha aprendido
muchísimo sobre el desarrollo cerebral a lo largo de la vida en los últimos
años. Uno de los hallazgos principales, que tiene consecuencias directas en la
formulación de políticas sociales, es que los primeros años de vida son
fundamentales para establecer los cimientos sobre los que se construyen la salud,
la capacidad de aprendizaje y el bienestar de las personas. Es durante este
periodo cuando, a un ritmo superior que en ningún otro, se producen la mayor
cantidad de conexiones neuronales y se forma la arquitectura física del
cerebro.
Los científicos que estudian el cerebro confirman que las
experiencias durante la primera infancia tienen un papel esencial en la
arquitectura cerebral. Por ejemplo, el estar expuesto a situaciones de
violencia o de adversidad durante los primeros años de vida puede traducirse en
cambios físicos en la estructura de las conexiones neuronales del cerebro. Las
neuronas o células nerviosas permiten que los niños respondan a los estímulos
que les rodean y constituyen los bloques con los cuales se construye el cerebro
humano. Un niño expuesto a condiciones de adversidad de manera sistemática
durante la primera infancia desarrolla menos conexiones neuronales. Revertir
estos resultados más adelante es complejo y costoso.
Servir y devolver, como en el tenis
La ciencia nos dice, al mismo tiempo, que las interacciones
de calidad entre los adultos y los niños son esenciales para la biología
humana. Aquí los expertos usan una metáfora del tenis: la del “servir y
devolver”. Los niños nacen programados para interactuar con los adultos que los
rodean. Esa interacción con el adulto – a través de miradas, sonidos, palabras
o gestos- da forma al cerebro humano. El niño “sirve”, o expresa algo, y el
adulto “devuelve”, o reacciona a las expresiones del niño. La sucesión de estas
interacciones, frecuentes, consistentes y de buena calidad, desarrolla la
arquitectura del cerebro.
Interacciones de calidad
Ahora bien, los adultos que se encargan de los niños en sus
primeros años de vida, padres, madres, abuelos, cuidadores en casa y educadores
en centros de cuidado infantil, con frecuencia no conocen cuánto afecta al
desarrollo infantil su comportamiento y la manera en la que ellos interactúan
con los niños a su cargo. Específicamente, existe poco conocimiento sobre la
importancia de las interacciones de calidad entre padres y niños desde el
inicio de la vida. Pero ¿qué es una interacción de buena calidad? Se trata de
una interacción que ocurre con frecuencia y que transmite calidez en el tono de
lenguaje, en la selección de palabras. Hablo también de una interacción
receptiva, que percibe y responde a la emoción que transmite el niño con sus
gestos, con sus sonidos. Una interacción rica en lenguaje, que construye un
diálogo a partir de una muestra de interés del niño, por más pequeño que este
sea. “Me aprietas el dedo con tanta fuerza, te gusta mi mano, está fría” es
algo que le podemos contar a un bebé de pocas semanas de nacido. Sin este tipo
de interacciones con los adultos que le rodean, el cerebro humano del niño en
desarrollo no aprovecha todo su potencial durante los años de mayor
crecimiento. Por esta razón los programas de trabajo con familias que buscan
mejorar la calidad de las interacciones y las oportunidades de juego y
estimulación en el hogar han ganado popularidad en América Latina durante los
últimos años.
Los desafíos de la vida moderna
Aunque la tecnología ha facilitado de maneras variadas la
vida moderna y permite a muchos padres y madres tener más tiempo para jugar e
interactuar con sus hijos, también hay efectos nocivos sobre los cuales es
necesario crear conciencia. Casi sin darnos cuenta, los adultos nos hemos
vuelto adictos al teléfono móvil, dejando de lado oportunidades de
relacionarnos uno a uno con los niños que nos rodean. Existen investigaciones
relativamente recientes que encuentran que, como consecuencia del uso desmedido
del celular, los padres hablan y se relacionan menos con sus hijos. Es
particularmente fácil descuidarse de interactuar con los niños más pequeños. La
investigación demuestra que esta interacción, menos frecuente y de menor
calidad, tiene consecuencias sobre el desarrollo de lenguaje en la primera
infancia, pero también sobre el comportamiento y la autoestima infantil.
Los primeros tres años de vida pasan rápido y constituyen
una ventana única para potenciar el desarrollo del cerebro, con consecuencias
para el bienestar, la salud y el aprendizaje durante el resto de la vida. Las
interacciones adulto-niño son irremplazables en este periodo para dar forma a
la arquitectura del cerebro. Por eso las familias y todos los adultos que
tienen a su cargo el cuidado y la atención de niños pequeños necesitan
información y apoyo para proveer a los pequeños de interacciones de buena
calidad de forma consistente. El Estado y la política pública juegan también un
papel importante asegurando que todos los niños, incluso aquellos en las
condiciones más adversas, tengan la oportunidad de desarrollar su potencial.
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Maria Caridad Araujo
es especialista líder de la División de Protección Social y Salud del Banco
Interamericano de Desarrollo.
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