Francisco Caranza Romero
Profesor de la Universidad de Corea del Sur
Profesor de la Universidad de Corea del Sur
Nacer y vivir en la realidad
geográfica y geológica de América nos hace contemplar el mundo desde América,
un continente entre dos grandes océanos: el Pacífico en el oeste y el Atlántico
en el este; el Océano Glacial Ártico por el norte y la Antártida por el sur. Sin
embargo, muchos ciudadanos americanosdel siglo XXI siguen repitiendo
mecánicamente el discurso europeo sin cuestionarse sobre ubi y quando; Por
ejemplo, dicen: “culturas orientales” por culturas asiáticas. Están
desubicados.
Basta mirar bien el mapa, mejor
si el planisferio pone a América en el centro. Evidente, Asia es el oriente de
Europa; pero para América, Asia es su occidente. Además, el mapa nos muestra que
Europa y Asia son dos continentes unidos porque ningún océano ni altas montañas
los separan, por eso siempre han vivido en permanente comunicación. Y esa
unidad de la masa continental es la causa de las denominaciones: Eurasia,
cultura euroasiática, lenguas indoeuropeas. Asia fue la cuna de las grandes
culturas en la antigüedad (taoísmo, confucianismo y budismo, por citar tres
grandes filosofías precristianas). Europa se convirtió en el poder cultural,
económico y político desde la Edad Media; y este poder lo demostró con la
expansión mediante las conquistas y colonizaciones.
Sigamos contemplando el
continente americano: En el extremo norte está el Estrecho de Bering, cuya
anchura es de apenas 82 kilómetros con dos islas en medio (Diómedes Mayor que
pertenece a Rusia, y Diómedes Menor que pertenece a Estados Unidos). Una clara
demostración que América y Asia están más cercanos de lo que pensamos. Por el
sur las islas de Melanesia, Micronesia y Polinesia unen a América con Asia y
Oceanía. El Océano Pacífico nos une y nos separa al mismo tiempo. Y Asia es el
occidente de América; y América es el oriente de Asia, por esos hay relatos en
los pueblos siberianos en que algunos cazadores y exploradores se marcharon al
oriente; los que volvieron contaron maravillas de las tierras orientales y
motivaron a otros para hacer más viajes.
El desafío está en ver el mundo desde
América superando los criterios eurocentristas. Los libros escritos en América
y por los americanos deben corregir esos criterios. Cada americano debe reflexionar
desde su ubicación americana: nuestro hic et nunc.
La cultura en América no comenzó
en 1492 cuando Cristóbal Colón llegó a la isla Guanahani donde vivían los
taínos. Colón se equivocó al denominar “indios” a los pobladores del lugar.
Desde entonces, el calificativo “indio” se usó con cargas semánticas negativas:
no europeo, no cristiano, no civilizado, salvaje, bárbaro… En los viajes
posteriores los europeos hallaron pueblos con diferentes grados de desarrollo
cultural, y comprendieron que se trataba de un Nuevo Mundo, pero el
calificativo “indio” siguió siendo insulto.
Hasta nuestro poeta César Vallejo
repite el discurso europeo al escribir “Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas” (Heraldos Negros). El
calificativo “bárbaro” es de los europeos vencidos por los hunos procedentes de
las regiones orientales. Pero la Historia nos narra que
otros “bárbaros” también hicieron “barbaridades” en las tierras americanas:
mataron reyes, profanaron templos, saquearon pueblos, quemaron códices y otros elementos
que pudieran demostrar los valores culturales, torturaron, descuartizaron y quemaron
a los rebeldes.
Si antes de 1492 América ya era
un continente pluricultural, ahora lo sigue siendo: sus raíces se hunden en los
productos culturales de estas tierras; pero también se alimenta de los aportes
de los europeos conquistadores, de los africanos que llegaron como esclavos, de
los asiáticos que llegaron desde los tiempos coloniales mediante las fragatas
que unían a Filipinas con las costas americanas del Pacífico. América, en fin, es
el laboratorio de colores y formas que debemos aceptar.América es nuestro
origen y destino; antes que globalizados somos de aquí.
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