Jorge Zavaleta Alegre
El Censo Nacional de
2007 y sus proyecciones indican que nueve departamentos lideran la mayor
migración interna del Perú: Lima y Callao, Madre de Dios, Moquegua, Arequipa,
La Libertad, Tacna, San Martín, Tumbes y Ucayali.
Otra referencia: La región que expulsó más población en
términos relativos fue Amazonas (perdió el 8% del total de sus habitantes), siguen
Huancavelica y Cajamarca, no obstante el
boom minero.
Las capitales de esas primeras nueve regiones no solo tienen
la población más numerosa (Lima y Callao, caminan hacia los 17 millones), sino
también la concentración económica más aguda, con inversiones del exterior y del
narcotráfico, que se traduce en mega centros
comerciales, salas de cine, preocupación
por los centros históricos, renovación
del parque automotor, lujosos cementerios, turismo y hotelería, más clínicas y
universidades, y renovación de clubes sociales en manos de empresarios
emergentes...
Por cierto en estas referencias no se destacan las políticas
sociales del Estado con programas y
proyectos concretos porque no son
suficientes para superar las profundas brechas de desigualdad, porque
se mantiene intacta la vieja configuración, en algunos casos cuasi virreinal, de
un modelo urbano con demasiadas ventajas para la inversión transnacional.
Veamos las ciudades de
Moquegua y Trujillo. La primera, goza de los beneficios de una intensa
actividad agropecuaria, donde aún supervive la mediana propiedad de la tierra,
la minería tecnificada del cobre con su
refinadora en Ilo; y la intensa relación comercial con la frontera chilena y la
población aymara del altiplano.
En Trujillo, ha retornado vigorosamente el latifundio, con
algunos ingredientes más nocivos de los que existieron antes de la reforma
agraria de 1969. Frente al Pacífico, los desiertos de Chao, Virú, Moche hasta
Paiján, con las irrigaciones construidas
por el Estado, ahora en manos de
empresas internacionales, las mejores cosechas solo llegan a la mesa de europeos
y norteamericanos de altos
ingresos, en tanto en Perú los salarios de las trabajadoras de los valles costeños,
no pasan de los cincuenta dólares semanales,
suma tan pequeña y simbólica para el creciente costo de vida y las necesidades de
salud, educación y sueños irrealizables que alimentan los conglomerados de la
comunicación.
Las deformaciones del modelo asentado en el Perú están a flor
de piel en las urbanizaciones que están
en el límite del casco urbano, donde habita una modesta clase media y sus vecinos, moradores brutalmente excluidos de
ese espejismo del desarrollo, cuya convivencia resulta imposible por la masiva desocupación masculina, ausentismo escolar, consumo de
alcohol, riñas callejeras...
La Literatura nos da grandes lecciones urbanas. Carlos
Eduardo Zavaleta, en Los Aprendices y García Márquez en Cien años de sol, nos revelan que nuestra realidad social es más
compleja, que tiene zonas secretas, oscuridades y ambigüedades y que cierto realismo epidérmico había preferido
pasar por alto.
Lo cierto es que las ciudades son espacios donde está
presente la muerte, la violencia, el amor, el temor, la ansiedad. La juventud
de hoy vive un profundo desinterés por los asuntos públicos, por la militancia
ideológica, cuando hoy como siempre es
vital estar cerca de la historia
contemporánea, probando sus aptitudes, su coraje, su valentía, su capacidad
para amar, la entereza, la integridad y la honestidad de su posición.
La vida provinciana en un medio rural no es idílica. Fue un concepto
acuñado alentado por cierta literatura y durante tanto tiempo. El mundo rural
es más es teñido por la violencia, la explotación y la injusticia que desencadenan diversos
sucesos políticos. La migración es un fenómeno que siempre ha existido, pero nunca como el proceso actual porque las personas dejan sus lugares de
nacimiento en busca de oportunidades que casi no existen.
El estudio “La migración interna en el Perú” de la
Universidad del Pacífico, coincide con
el inicio del auge del crecimiento económico, explicado por las expectativas de
una mejora en el empleo y en las condiciones de vida en la región de destino.
Manuel Domínguez, desde la dirección de Cambio16, uno de los
semanarios más prestigiados en Europa, no cesa luchar contra los saldos del franquismo y toda variante del
fascismo. Nos dice que el gran triunfo del neoliberalismo no consiste en haber
convertido la sociedad en un inmenso mercado global en el que todo se puede
comprar y vender.
El objetivo no puede ser alcanzar el éxito en cualquier
empresa, obtener beneficio y rentabilidad al precio que sea, por encima de
principios éticos y pisoteando la dignidad del individuo, reducido a una cuenta
de resultados, un empeño titánico que se materializa con el asalto al poder, la
desactivación de derechos fundamentales y conquistas sociales, el expolio de lo
público como si se tratase del chalaneo de un tratante de ganado, el
sometimiento de las instituciones y la desvirtuación del modelo democrático,
huérfano de controles que vigilen y certifiquen su calidad.
En una concepción dialéctica de las relaciones sociales, se
asume la rebeldía ante la violencia cuando ésta es ajena, viene de fuera y se
ejerce para reprimir. La palabra cebada con la ideología, sabe que el mejor
aliado del silencio cómplice es la autocensura, pues bien, el neoliberalismo ha
comprendido que la mejor violencia que se puede ejercer sobre la condición
humana es la que el propio hombre se inflige: la lucha encarnizada por un
puesto de trabajo, la competencia desleal, la necesidad de sobrevivir, la
aceptación de condiciones infrahumanas, la codicia sin límites, la ambición
desmesurada, la claudicación de lo público frente a la visión más deshumanizada
del individuo… Hemos acabado siendo esclavos de nosotros mismos, remarca
Domínguez, mientras el sistema se fagocita con nuestro sometimiento
conformista.
No hay comentarios:
Publicar un comentario