Papel de Arbol

viernes, 25 de abril de 2014

LA CIUDAD y LOS APRENDICES



Jorge Zavaleta Alegre
El Censo  Nacional de 2007 y sus proyecciones indican que nueve departamentos lideran la mayor migración interna del Perú: Lima y Callao, Madre de Dios, Moquegua, Arequipa, La Libertad, Tacna, San Martín, Tumbes y Ucayali.

Otra referencia: La región que expulsó más población en términos relativos fue Amazonas (perdió el 8% del total de sus habitantes), siguen Huancavelica y Cajamarca, no obstante  el boom minero.


Las capitales de esas primeras nueve regiones no solo tienen la población más numerosa (Lima y Callao, caminan hacia los 17 millones), sino también la concentración económica más aguda, con inversiones del exterior y del narcotráfico,  que se traduce en mega centros comerciales, salas de cine, preocupación por los centros históricos,  renovación del parque automotor, lujosos cementerios, turismo y hotelería, más clínicas y universidades, y renovación de clubes sociales en manos de empresarios emergentes...

Por cierto en estas referencias no se destacan las políticas sociales del  Estado con programas y proyectos concretos porque  no son suficientes  para superar  las profundas brechas de desigualdad, porque se mantiene intacta la vieja configuración, en algunos casos cuasi virreinal, de un modelo urbano con demasiadas ventajas para  la inversión transnacional.

Veamos  las ciudades de Moquegua y Trujillo.  La  primera, goza de los beneficios de una intensa actividad agropecuaria, donde aún supervive la mediana propiedad de la tierra, la minería tecnificada  del cobre con su refinadora en Ilo; y la intensa relación comercial con la frontera chilena y la población aymara del altiplano.

En Trujillo, ha retornado vigorosamente el latifundio, con algunos ingredientes más nocivos de los que existieron antes de la reforma agraria de 1969. Frente al Pacífico, los desiertos de Chao, Virú, Moche hasta Paiján,  con las irrigaciones construidas por el Estado, ahora  en manos de empresas internacionales, las mejores cosechas solo llegan a la mesa de  europeos  y norteamericanos de  altos ingresos, en tanto en Perú los salarios de las trabajadoras de los valles costeños,  no pasan de los cincuenta dólares semanales, suma tan pequeña y simbólica para el  creciente costo de vida y las necesidades de salud, educación y  sueños irrealizables  que alimentan los conglomerados de la comunicación.

Las deformaciones del modelo asentado en el Perú están a flor de piel en las urbanizaciones que  están en el límite del casco urbano, donde habita una modesta clase media y sus  vecinos, moradores brutalmente excluidos de ese espejismo del desarrollo, cuya convivencia resulta imposible por la  masiva desocupación   masculina, ausentismo escolar, consumo de alcohol,  riñas callejeras...

La Literatura nos da grandes lecciones urbanas. Carlos Eduardo Zavaleta, en  Los Aprendices y García Márquez en Cien años de sol,  nos revelan que nuestra realidad social es más compleja, que tiene zonas secretas, oscuridades y ambigüedades y  que cierto realismo epidérmico había preferido pasar por alto.

Lo cierto es que las ciudades son espacios donde está presente la muerte, la violencia, el amor, el temor, la ansiedad. La juventud de hoy vive un profundo desinterés por los asuntos públicos, por la militancia ideológica, cuando  hoy como siempre es vital  estar cerca de la historia contemporánea, probando sus aptitudes, su coraje, su valentía, su capacidad para amar, la entereza, la integridad y la honestidad de su posición.

La vida provinciana en un medio rural no es idílica. Fue un concepto acuñado alentado por cierta literatura y durante tanto tiempo. El mundo rural es más es teñido por la violencia, la explotación y  la injusticia que desencadenan diversos sucesos políticos. La migración es un fenómeno que siempre ha existido,  pero nunca como el proceso actual  porque las personas dejan sus lugares de nacimiento en busca  de  oportunidades que casi  no existen.
El estudio “La migración interna en el Perú” de la Universidad del Pacífico, coincide  con el inicio del auge del crecimiento económico, explicado por las expectativas de una mejora en el empleo y en las condiciones de vida en la región de destino.

Manuel Domínguez, desde la dirección de Cambio16, uno de los semanarios más prestigiados  en Europa,  no cesa luchar contra los  saldos del franquismo y toda variante del fascismo. Nos dice que el gran triunfo del neoliberalismo no consiste en haber convertido la sociedad en un inmenso mercado global en el que todo se puede comprar y vender.
El objetivo no puede ser alcanzar el éxito en cualquier empresa, obtener beneficio y rentabilidad al precio que sea, por encima de principios éticos y pisoteando la dignidad del individuo, reducido a una cuenta de resultados, un empeño titánico que se materializa con el asalto al poder, la desactivación de derechos fundamentales y conquistas sociales, el expolio de lo público como si se tratase del chalaneo de un tratante de ganado, el sometimiento de las instituciones y la desvirtuación del modelo democrático, huérfano de controles que vigilen y certifiquen su calidad.

En una concepción dialéctica de las relaciones sociales, se asume la rebeldía ante la violencia cuando ésta es ajena, viene de fuera y se ejerce para reprimir. La palabra cebada con la ideología, sabe que el mejor aliado del silencio cómplice es la autocensura, pues bien, el neoliberalismo ha comprendido que la mejor violencia que se puede ejercer sobre la condición humana es la que el propio hombre se inflige: la lucha encarnizada por un puesto de trabajo, la competencia desleal, la necesidad de sobrevivir, la aceptación de condiciones infrahumanas, la codicia sin límites, la ambición desmesurada, la claudicación de lo público frente a la visión más deshumanizada del individuo… Hemos acabado siendo esclavos de nosotros mismos, remarca Domínguez, mientras el sistema se fagocita con nuestro sometimiento conformista.

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