Opinion de Javier Sota Nadal,
ex ministro de Educación en Perú.-
ex ministro de Educación en Perú.-
Estamos impactados por variados
fenómenos que la academia y
después los medios,
denominan informalidad.
Informalidad en el transporte, en
la minería, en la urbanización,
en la agricultura (coca),
en el comercio, en el
fútbol, etc.
Casi no hay actividad en el
Perú que no conviva con ella.
Resulta
urgente, por decir lo menos,
entender y después atender este
megaproblema
social, que solo nos
preocupa cuando llama a nuestra puerta
con muertes, tres,
en Madre de Dios.
Informalidad es el par contrario de formalidad. Sociedad y
Estado realizando la vida de acuerdo a leyes es formalidad. Informalidad es
realizarla fuera de estas leyes; sin embargo, la cuestión no es tan sencilla.
Ocurre que en el Perú han habitado y aún habitan conjuntos sociales a los que
la formalidad de nuestras leyes y el arreglo económico que ellas definen les
ofrecen muy poco para sobrevivir. ¿O creen ustedes que los microbuseros,
taxistas, mineros de socavones, agricultores cocaleros son masoquistas? No es
que les guste vivir y morir en tal insania, se ven empujados a ella para llevar
el pan al hogar.
Son las condiciones objetivas de una existencia paupérrima,
las que los empujan a contrariar la formalidad. Es para ellos un problema
económico objetivo, antes que una opción de vida. La informalidad es una
estrategia de sobrevivencia, la única a la mano para que cientos de miles de
familias peruanas consigan un lugar en este mundo. Según análisis económicos
fríos del norte, el Perú debía haber ya estallado, si no lo ha hecho ha sido
por la férrea voluntad de sobrevivir de los sectores populares.
Pero la informalidad que aquí describimos es de base popular
y funciona como un recurso natural renovable explotado por disfrazados de
formales que no manejan doce horas al día para llevar treinta soles al hogar,
ni se hunden en agua barrosa o se encorvan en los socavones para extraer oro,
ni perviven aislados plantando cocales, sino que frescos y limpios la organizan
en cadena productiva, al final de la cual cosechan el dinero y viven raudos en
camionetas de 70 mil dólares, casas de playa y jugosas cuentas que los bancos
reciben sin taparse la nariz. Estos disfrazados se han puesto suspicaces y han
decidido pasar de financiadores de campañas ajenas a invertir ellos mismos y
ser elegidos para guardar mejor sus intereses.
Si la informalidad es una cadena productiva, pues que
primero se corte el combustible que la mueve; es decir, que se someta a ley a
los grandes propietarios del transporte informal, a los organizadores de
invasiones, a los importadores de chatarra, a los acopiadores de oro, a los
narcotraficante de corbata, a los contrabandistas pesados y, de yapa, a las
sanguijuelas del fútbol. Paralelamente, que funcione la formalización de los de
abajo en espacios donde sea ambientalmente factible, porque de lo único que es
culpable el pueblo informal es de su terca voluntad de vivir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario