Jorge Zavaleta Alegre
Meditaciones compartidas con Adolfo Céspedes y Helida Zavaleta
Alrededor de 700 ciudades fueron fundadas por los colonizadores españoles desde la fecha del Descubrimiento de América hasta el año 1599. En el siglo XXI, los abuelos y nietos se quedan en los andes para arañar la tierra, mientras la población joven toma calles, plazas y actividades informales. Las ciudades tiene nuevos rostros: “citadinos” vs “afuerinos”
Desde entonces, sigue vigente la raza como concepto dominante, que afecta la posibilidad de que las ciudades sean puntos de encuentro para todos, subestimando a los despojados de la empobrecida tierra agraria y el predominio de una agricultura para la exportación de costosas irrigaciones construidas con el erario nacional.
Las calles han sido tomadas. El tránsito vehicular ha colapsado. Los mercados especulan con los alimentos. El inmenso Pacífico solo ofrece frutos para comensales privilegiados. Los escasos servicios públicos saturados. La delincuencia crece. Los medios de comunicación alientan la represión. Una radiografía del caos. El sueño de migrar al Norte se convierte en pesadillas. Las universidades privadas se multiplican para vender ilusiones laborales.
El actual patrón de poder mundial, según Aníbal Quijano, consiste en la articulación entre: la colonialidad del poder, esto es la idea de raza como fundamento del patrón universal de clasificación social básica y de dominación social.
Quijano explica que el capitalismo, como patrón universal de explotación social, ha gestado el estado como forma central universal de control de la autoridad colectiva y el moderno estado-nación como su variante hegemónica. Aparece el eurocentrismo como forma hegemónica de control de la sujetividad/ intersubjetividad, en particular en el modo de producir conocimiento.
Colonialidad del poder es un concepto que da cuenta de uno de los elementos fundantes del actual patrón de poder, la clasificación social básica y universal de la población del planeta en torno de la idea de "raza".
La tarea colonizadora incluyó, principalmente los derechos de un municipio. Proporcionaba legalidad a los colonizadores al fundarse el cabildo con los alcaldes, alguaciles y demás cargos y a efectos administrativos.
Las 700 ciudades, en tan solo un siglo, fueron toda una proeza y una tarea descomunal de creación no solo de la ciudad en sí (cabildo, iglesia, cárcel, plaza mayor, colegio, hospital, etc) sino también de sus instituciones, normas, peculiaridades urbanísticas y del tejido ganadero e industrial para el autoabastecimiento de la población.
Colonialidad del poder da cuenta de uno de los elementos fundantes del actual patrón de poder, la clasificación social básica y universal. En este plano, hay mucho por recorrer para superar el concepto de fundador y el migrante, a quien se le desconoce su monumental aporte y el sincretismo como motor de la evolución y los tiempos modernos.
La experiencia histórica hasta aquí apunta a que no hay camino distinto que la socialización radical del poder para llegar a ese resultado. Eso significa, la devolución a las gentes mismas, de modo directo e inmediato, del control de las instancias básicas de su existencia social: trabajo, sexo, subjetividad, autoridad.
En América Latina, la radicalización de las estrategias de ocupación del territorio/recurso (apenas tierra) mediante grandes proyectos como el Plan Puebla/Panamá o el IIRSA (Integración de la Infraestructura Regional Latinoamericana) ofrecen pistas para localizar y comprender los conflictos.
Los penúltimos recursos naturales que nos quedan (¿o son los últimos?) están en los territorios de las comunidades tradicionales.
El agua, la madera, la tierra agrícola, los minerales, etc. son el objetivo unilateral e reduccionista de un capital que demanda territorio/recurso, sí, apenas tierra, sin prestarse a la comprensión del territorio/identidad rico en múltiples sentidos y dimensiones de sus habitantes tradicionales.
Los conflictos son inevitables. Unos disputando el territorio/tierra y los otros la tierra y el territorio. Es el mismo conflicto, pero con dimensiones muy diferentes.
Pero ese desarrollo “macro” de la industrialización/urbanización planetarias, de las revoluciones verdes, de las mega infraestructuras, de las alianzas para el progreso, del american way of life, de la ciencia al servicio del progreso, etc.. no es el único desarrollo.
La herida del desarrollo infringida por un proyecto urbano, imposible, reduccionista y perturbador, está creando un conflicto cada vez más intenso entre las masas que dejando el campo aborda la ciudad, cuyos “descendientes” de los fundadores asumen derechos ficticios. La mayoría de las ciudades de Latinoamérica son una bomba de tiempo. En el campo van quedando los ancianos y los niños. Y el resto conquista las calles, parques, el comercio ambulatorio e informal.
“El desarrollo ocupa el centro de una constelación semántica increíblemente poderosa. No hay ningún otro concepto en el pensamiento moderno que tenga una influencia comparable sobre la manera de pensar y el pensamiento humanos, explica Esteva, 2000 -1992, p. 61).
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