Papel de Arbol

sábado, 14 de julio de 2018

EL CRISTO DE LA AGONIA,por David Flores Vásquez


               
(De Quito a la Alameda de los Descalzos en Lima). 
David Flores Vásquez
            Existe una hermosa tradición de nuestro eximio Ricardo Palma con este mismo  título en sus conocidas Tradiciones Peruanas. Por eso,  vale aclarar desde el inicio que, lo que ahora escribo, no es una glosa a esa Tradición, sino que se origina en un artículo anterior en que he mencionado a la hermosa Alameda de los Descalzos en el Rímac, Lima. 

Dicho sea de paso, esta Alameda  requiere un debido mantenimiento. (No interesa quien tenga que hacerlo:  La Municipalidad del Rímac, la de Lima Metropolitana o el Gobierno Central.) Lo importante es que sus hermosas rejas de hierro forjado, sus estatuas de mármol y sus jardines tienen que estar mejor mantenidos). 

Recuérdese, solamente, que antaño fue el lugar más elegante  para el paseo de la “alta sociedad” limeña cuyos carruajes lucieron a las lindas limeñas de entonces y que después, Chabuca Granda, le canta en su mundialmente conocido vals,  “La Flor de la canela”: “Del puente a la alameda….”. El distrito del Rímac, o “Abajo el Puente”, siempre respira historia. Por eso, al final de la crónica verán que el Título tiene que ver por algo con la Alameda de los Descalzos.

La tradición de Ricardo Palma relata los avatares del famoso pintor quiteño Miguel de Santiago, uno de los fundadores  de la escuela quiteña, cuya obsesión fue pintar, como su obra cumbre, el supremo momento de la agonía de Cristo en la cruz. Al no lograrlo desechaba sus cuadros una y otra vez, pero no cejaba en su empeño.

En lo que resultó su último intento, tuvo de modelo a un apuesto mancebo al que ató en la cruz.  A cada pregunta del maestro sobre  si sufría, éste le contestaba que no, con una serena sonrisa. Las respuestas encolerizaron tanto  al pintor que,  cegado de furia y con los evidentes síntomas de la locura que ya lo dominaba, le asestó varias puñaladas. Dice que, mientras su víctima se retorcía de dolor  en los estertores de la muerte, Miguel de Santiago volaba con los pinceles y  pintó feliz el difícil trance de la agonía de Jesús, plasmando su famoso cuadro cuyo título encabeza esta página. El crimen obligó al pintor a refugiarse en los Claustros de San Agustín en  Quito. Durante su larga estancia,  pintó para dicha comunidad una serie de bellísimos cuadros sobre el santo de Hipona. 

Palma, al final de su tradición dice que   el cuadro fue llevado a España y que no se sabía de su paradero.

Pese a esto último, cuando visité Quito en una oportunidad, me dediqué a indagar sobre este cuadro visitando los claustros de San Agustín, museos, etc., sin resultado alguno.  La visita sirvió, no obstante, para constatar la belleza de algunas iglesias quiteñas, entre ellas las de  San Francisco y la Compañía con sus bóvedas plenas de bellas pinturas. 

Recuerdo en una de ellas,  en la parte baja del Altar Mayor, la efigie de la Virgen María, conocida como La Virgen de Legarda, quizá una de las  más hermosas que existan. La que está en la cumbre del “Panecillo”, vigilando Quito, con su inmenso rosario,  dada sus grandes dimensiones, no transmite la belleza de la escultura original.
     Foto restauración de la Universidad Nacional de Ingeniería, jorge zavaleta
Pues bien, ahora nos trasladamos a la Alameda de los Descalzos en Lima, en donde  me dediqué, una vez más, a visitar el Museo  del  Convento de los Descalzos, o también Convento de Santa María de los Angeles, admirando los numerosos lienzos que allí existen. Conviene saber que la paz y tranquilidad que allí se respiran, el silencio y los severos ambientes, nos trasladan a otros tiempos y lugares, como en un sueño.

En esa visita, en determinado momento me detuve ante un lindo y grande lienzo de Cristo moribundo en la cruz. Mi guía, en su trabajo habitual y con la naturalidad que su trabajo exigía,  para mi estupefacción me dijo: El Cristo de la Agonía de Miguel de Santiago. Fue una revelación inesperada. ¡No lo podía creer!. ¡El cuadro que tanto me interesó y busqué estaba en Lima!.  En verdad declaro que no he indagado cómo llegó aquí y jamás he puesto en duda su autenticidad. Pero allí está. He aquí  la razón de la  relación de Quito con la Alameda de los Descalzos en Lima que se enuncia al inicio del relato.

Conviene recordar que en esta bella y colonial Alameda existen tres Iglesias: La primera, la de nuestra Señora del Patrocinio, al ingresar desde la calle Chiclayo, (donde está la Iglesia de Nuestra Señora de Copacabana) al lado derecho. Se remonta a la época en que fue fundado el Beaterio del Patrocinio para beatas dominicas. Muy cerca está El Paseo de Aguas que, en verdad, lamentablemente, solo mantiene su nombre.

Hacia la  mitad, al lado izquierdo, está la Iglesia de Santa Liberata que, dice, se construyó en la época de la colonia, porque allí, bajo un árbol de naranjo, Fernando Hurtado de Chávez, de apellido noble pero de malas costumbres,  enterró las hostias que robó con un Cáliz en la Iglesia del Sagrario  de Lima, enlutando y alarmando a toda la ciudad. Se consideró entonces que, una forma de purgar el pecado por el sacrílego robo,  era edificando una iglesia.

Al fondo, solemne y serena está la Iglesia de los Descalzos. El centenario convento contiguo, además de su museo, tiene en su interior, prácticamente al final, al fondo,   entre otras bellezas, la Capilla El Cármen, una verdadera joya  plena de cuadros de la escuela cuzqueña y muebles finísimos con incrustaciones de nácar. Este convento es de los padres franciscanos que entre 1595 y 1596 lo edificaron al pie del cerro. Obviamente para entonces, estaba en los extramuros de la ciudad. Hoy es parte importante  de ella.

Vale recordar que allí se sirve la famosa “porciúncula”, una sopa franciscana,  mezcla de verduras y carnes, usualmente donadas, que se cocina en grandes pailas con el concurso de sudorosos voluntarios. Los vecinos y devotos forman largas colas en actos de devoción al iniciarse  el mes de agosto.(*)

Vale pues, amigo lector, invitar a quienes buscan paz y tranquilidad, pasear por la alameda, especialmente al caer la tarde ya que, en verdad, se alimenta al espíritui y  hace olvidar, por lo menos por  un momento,  el bullicio y el alboroto de nuestra  tres veces coronada Villa.

(*) En Asís, Italia, existe la imponente Basílica de  Nuestra Señora de los Angeles que en su interior guarda la antiquísima y pequeña Iglesia Benedictina de la Porciúncula que San Francisco restauró con sus manos y en la que, dice,  murió cantando por la llegada de la hermana  muerte. Es el lugar también del perdón de Asís. Por eso quienes la visitan confesados y contritos obtienen indulgencia plenaria lo que
 también ocurre  en los otros templos franciscanos. Hablando del admirable Santo de Asís, el del tosco sayal,  conviene recordar, tal como reza en las catacumbas de San Francisco de Lima, que “Polvo eres y en polvo te convertirás”, advertencia que, parece, causa actualmente poco impacto.

´´David Flores, promotor de turismo. En su rica hoja de vida figura la funcion de defensor legal de la Fondo Naconal de Turismo del Perú. Musico y director de la Lira Huaylina.



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