Papel de Arbol

sábado, 29 de julio de 2017

EL DIA DE LA PATRIA, por David Flores Vásquez


David Flores Vásquez, jurista y músico, director de la  Lira Huaylina,  celebra el Dia de la Patria cantando a su Patria Pequeña, Huaylas, pueblo que participó en la  Gesta de Ayacucho, cuando las tropas de Bolívar atravesaron los Andes para librar la batalla en las pampas de Quinua, en Ayacucho,
El 28 de julio, Día de la Independencia del Perú, aconseja dedicar unas líneas a este tema por cuanto, a despecho de las dificultades de la hora presente, conlleva un sentimiento teñido de optimismo y de esperanza, ya que eso y no otras cosas inspiraron a nuestros próceres en la gesta emancipadora.


La Patria existe en nuestros corazones por cuanto nace en lo más profundo de nuestro ser un sentimiento de pertenencia frente al suelo en que hemos nacido, al que nos ligan no solo el hecho circunstancial y físico del nacimiento sino, además, vínculos históricos y afectivos. Por eso es válido hablar, como lo hizo en su tiempo Bolívar, de la gran Patria Americana, o como en nuestros momentos de nostalgia infinita, de la “Patria Chica”, cuando se agiganta el recuerdo de la tierra ausente.


La Patria se sintetiza automáticamente en nuestra bandera, que con sus campos rojo, blanco y rojo nos representa en todo lugar, sin decir palabra alguna. Ella, a su vez, sintetiza nuestra historia pues representa nuestro pasado, con horas tristes o alegres, pero sobre todo se constituye en un mensaje permanente al futuro, así éste sea incierto. No podemos olvidar que bajo su sombra crecerán nuestros hijos y nuestros nietos.


Yo comprendo que todos, cualquiera sea nuestra nacionalidad, vemos en nuestra bandera nuestra vida misma. Será por eso que, especialmente, bajo extranjeros cielos, cuando de pronto la vemos, se nos “encoge” el corazón. Nuestro país puede pasar por un mal momento o no tener el adelanto deseado. Pero esa bendita enseña, desde lo más alto, siempre nos seguirá representando con toda dignidad.
Yo guardo en mi memoria tres momentos en que la bandera peruana, a la que siempre rendí pleitesía, se adueñó aún más de mi vida:

La primera, cuando conocí la selva de mi país y viajaba de Huánuco a Tingo María. Recuerdo el inmenso manto verde que significa la selva enmarañada y de pronto una rústica casita, con un carrizo gigantesco que lucía en la punta la bandera del Perú. El contraste del rojo y blanco, con el fondo del verde la selva es increíblemente bello. La segunda vez ocurrió cuando surcaba la inmensidad el Lago Titicaca y nos cruzábamos con pequeñas lanchas bolivianas que lucían su bandera. De pronto apareció una lanchita con motor fuera de borda que lucía en su quilla la bandera del Perú. Ese contraste del rojo y blanco con las aguas azuladas y el cielo serenamente azul simplemente me conmovió inmensamente.

Y, finalmente, la vez que visitaba asombrado la Mezquita de Córdova, en España, admirando la arquitectura árabe, tratando de comprender su grandeza y misterio. Llegamos de pronto, en su inmenso interior, a un ambiente en que los Reyes españoles, habían “insertado” una iglesia católica con la intención, parece, de hacer notar su nuevo estatus. No dejaba de llamar la atención este hecho de contraste cuando de pronto vi en un espacio del altar mayor, hacia el lado izquierdo, la bandera peruana. Me quedé estupefacto y más cuando el guía me informó: “allí están las cenizas del Inca Garcilaso de la Vega”. Simplemente no pude contener las lágrimas. Pasaron por mi mente, a velocidad infinita, las clases sobre él de mi maestro Raúl Porras Barrenechea que, para estudiar mejor a este insigne peruano, se fue a Montilla, cerca de allí, donde el Inca pasó sus últimos años. ¡Oh Bandera querida, cuanto más lejos, más llegas al corazón!.


La Patria la soñaron nuestros próceres como Juan Pablo Vizcardo y Guzmán, ese jesuita arequipeño que en su “Carta a los Españoles Americanos” diferenció bien a los nacidos en esta tierra con los peninsulares. A partir de allí se fue acentuando no solo la idea sino el sentimiento hacia lo nuestro.

Es por eso que al llegar el momento esperado, la idea del Perú ya existía y San Martín no vino a darnos la independencia, como erradamente a veces se afirma sino que, con criterio acertado, decidió hincar a España en el lugar donde mejor se había afincado y era más fuerte. Sabía muy bien, como también lo sabía Bolívar, que solo la independencia del Perú podía garantizar la de la América. Pero la Patria ya existía y los peruanos hacía rato la queríamos libre. No se olvide por eso que San Martín, al terminar su proclama, primero da un Viva a la Patria, luego a la Libertad y finalmente a la Independencia.

La emancipación del Perú fue un proceso que duró muchos años. No ocurrió solo con la famosa proclama de San Martín en cuatro puntos de nuestra Capital, empezando por la Plaza Mayor de Lima. Conviene recordar acá que el obelisco en la Pampa de la Quinua (Ayacucho), levantado en recuerdo de la histórica batalla del 9 de diciembre de 1824, tiene una altura de 44 metros. Cada metro representa un año del proceso emancipador que se inició con la Revolución de Túpac Amaru en 1780. Por eso, qué acertado el nombre de un Colegio ayacuchano: “Independencia Americana”.

Los tiempos actuales permiten eliminar a una persona, con admirable precisión, desde distancias impensables. Por eso vale recordar acá que nuestros soldados de la gesta de la independencia lucharon cuerpo a cuerpo, en defensa de la idea de Patria que llevaban en el corazón y que para ello, la mayoría tuvo que atravesar el Perú por agrestes caminos como nuestro antepasado don Domingo Flores, que al llegar Bolívar a Huaylas en mayo de 1824 se enroló con otros paisanos en el Ejército Libertador.

Don Domingo, infante que cruzó el Perú a pie, fue herido en Ayacucho y fue licenciado después en el Cusco. Dice, contaba emocionado, cómo tuvo que trabajar de pueblo en pueblo, en lo que fuere, y agenciarse recursos hasta volver a su pueblo después de diez años, cuando todos lo daban por muerto.
Siendo larga y sabrosa nuestra historia, para terminar solo deseo resaltar que no obstante la lucha que necesariamente tuvo que darse, hubo gestos de caballerosidad, impensables en esta época, como cuando en Ayacucho, los jefes de ambos bandos permitieron que, antes de iniciar la batalla, los familiares y amigos de ambos bandos tuvieran unos minutos para despedirse. Pienso siempre en el abrazo eterno que seguramente sintieron Ramón Castilla, más tarde Presidente y Gran Mariscal del Perú con su hermano Leandro, que militaba en el ejército realista.

¡28 de Julio!. Tenemos un Día de la Patria, es verdad, y brindemos por ella. Pero recordemos siempre que la emancipación fue y es un proceso que quizá recién termine cuando en el Perú se elimine, totalmente, el analfabetismo y la pobreza.

¡Honor y gloria para quienes lucharon soñando con una patria libre e independiente!. Que su ejemplo nos sirva de guía en las tareas del día a día, pues, mientras sea honesta, es también una forma de hacer Patria.

Lima,. 27 de julio del 2017.

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