David Flores Vasquez, musico y jurista
Director de la Lira Huaylina
La fisonomía de nuestros pueblos tiene fundamental importancia en el recuerdo de los viajeros. Nos interesa que ellos nos visiten, que vuelvan, pues el turismo es fuente de desarrollo. Por consiguiente, en ese afán, el marco paisajista, plantas y flores, juega siempre papel preponderante.
En los últimos tiempos me quedo preocupado cuando contemplo fotografías de bosques talados, terrenos eriazos, secuela de la minería ilegal o la explotación irracional de la madera. Si a lo expuesto añadimos algunas de nuestras costumbres arraigadas, como el “tumba monte” o “yunsas”, en los carnavales, que supone el derribo de cientos o miles de árboles, advertiremos que hace falta recapacitar un poco y no quedarnos en los enunciados aterradores del cambio climático. No deseo quedarme en la impotencia y las lamentaciones. Para orientar y actuar, recurro entonces a la figura del “Sembrador”. Por consiguiente sugiero: Plantemos amigos, sembremos siempre.....quizá no sea en vano.
Cuando en este recodo del camino hablo de plantar, vuelvo con la mente a mis años infantiles, a una distancia cada vez más considerable, pero que distingo con absoluta nitidez: Veo con los ojos del alma la suave curva de la carretera que llega a mi querido pueblo de Huaylas, Ancash, tan hermoso, donde gigantes eucaliptos dan la bienvenida al viajero. ¡Uno de ellos es mío! ¡Yo lo planté con mis manos!. Entonces, al caer las tardes, le llevaba el agua que da la vida, más que en un balde, en el corazón infantil por verlo crecer. ¡Y vaya que logré mi sueño!.
Fue de seguro un 30 de octubre, “Día del árbol”, en que, como todos los años, con emoción y romanticismo, nuestros maestros de las dos únicas escuelas primarias de la localidad programaban la ceremonia. Después de discursos y poemas alusivos, las chicas y chicos nos dirigíamos cantando a los hoyos previamente preparados, a plantar. Ellas llevaban un rosal o un clavel. Nosotros un cedro o un eucalipto:
“Plantemos nuestros árboles
la vida nos convida,
plantando cantaremos
los himnos de la vida….”
No recuerdo el nombre de la niña, mi ocasional pareja, que ese día caminó conmigo, tomada de mi mano, con sus bucles atados con una cinta azul. En ese tiempo el rubor no asomaba aún a nuestras mejillas. Solo cantábamos a los árboles, a las flores y a la vida. Pero si la volviera a ver, o si ella leyera estas líneas, solo le reprocharía que no fue consecuente con su rosal y que, por eso, su planta no murió de sed, sino de pena.
Tengo por allí algunos otros árboles. Pero cuando llego a Huaylas, ebrio de emoción, me doy tiempo para acariciar a mi primer árbol, un eucalipto, al que ya no puedo aprisionar entre mis brazos, por robusto. El que me reconoce bien, me habla desde sus alturas con el lenguaje de sus hojas que murmuran mil historias y tengo la sensación que dobla sus ramas, con el ímpetu del viento, en intento vano de izarme hasta su copa. Ambos nos hemos convencido, finalmente, que ya no puede rosarme con sus hojas, como cuando niño. El tiempo ha pasado para los dos...
Después de todo esto, hoy comprendo bien porqué Dios hizo las plantas que siempre tienden hacia El. Basta leer el Génesis. Hoy comprendo porqué nuestro Escudo lleva el árbol de la quina.
Comprendo bien al trovador norteno que canta. “Verdes mis algarrobos, verdes”. Entiendo la alegoría de César Miró cuando nos dice “bajo el árbol solitario del silencio” en “Todos vuelven”….Siempre en la vida hay un árbol.
Por eso, en lugar de derribar o arrancar, plantemos un árbol o una flor, ya en la costa, para amenguar la inclemencia del sol, ya en la sierra o la selva eliminando la palabra depredación. Ya en el jardín de la lujosa residencia o en la azotea humilde en donde una lata, fungiendo de maceta, logra hace sonreir una flor.
Debemos tener presente que el árbol es vida, siempre es esperanza. Clara señal del camino. Sitio de descanso. Punto de llegada del viajero; amable sombra a la hora del yantar. Abrigo ante la lluvia inmisericorde; brazo tierno para acunar nidos, templo de trinos. Tálamo del amor indescifrable. El árbol es comienzo y fin de la vida misma: Cuna tibia que recibe al infante deshecho en llanto; mortaja rígida, camino de la última morada. Símbolo de la redención, hace dos mil años; transporte de la osadía en el descubrimiento, hace quinientos. El árbol que nos da oxígeno es, en verdad, la vida misma…
Las flores, junto a los árboles, son la alegría de la naturaleza y de la vida; hermosa ofrenda de nuestra madre que dejó su sonrisa impregnada en ellas; adorno rotundo en los cabellos de la mujer amada; paloma desmayada en las manos de un niño; sueño ambicionado del poeta; corazón hecho ruego a los pies de María Santísima…
Sembremos pues, amigos, plantas y flores….Quizá no sea en vano……..
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