Escribe; David N. Flores Vásquez.
Músico y jurista
Atardeceres de Huaylas |
Cada vez que veo a una madre con su hijo a cuestas, tierna y amorosa, sin tregua en su esfuerzo, recuerdo a la mía que, tienen que creerlo, fue la madre más linda del mundo.
¡Qué rostro más bello!; ¡Qué mirada!; ¡Qué ojos!; se veía en ellos el fondo de su alma………
¡Qué manos más diestras!; ¡Qué pies más ligeros!; ¡Qué resistencia, qué energía!; Pero sobre todo, qué profunda ternura……..
Sus días tenían más de veinticuatro horas; y, hoy que me pongo a pensar, no se si alguna vez dormía……….
En mis horas tristes, en mis madrugadas, entrada la noche, caídas las tardes, por donde yo fuera y en cualquier instante, de pronto brillaban sus ojos de lumbre.
Al instante se iluminaban mis sendas sin rumbo, se diluían las sombras extrañas; todo mi universo caía en cascadas de luz y contento, de risas y canto.
En mis alegrías, en horas de triunfo, ante mi soberbia y mis arrebatos, de pronto veía a esa mujer noble y buena, callada y risueña, serena y sin prisa, emerger de pronto para recordarme antiguas y sabias consejas y la humildad del triunfo.
Al correr los días y el girar del mundo, un día de pronto decidió partir. Parecióme extraño que ella se fuese, pues muy bien sabía que yo la quería, que era mi tesoro, mi dicha y mi bien. Enteréme luego, y estaba en lo cierto, que ella fue llamada porque ya en el cielo tenía un altar.
Desde entonces, yo le hablo a diario y le cuento mis cuitas y mis alegrías. Comparto con ella mis angustias y mis esperanzas; y, he advertido que, como cuando niño, como cuando joven, sus ojos me siguen por doquier, sin tregua, y sus manos suaves me cuidan constantes.
¡Madre linda!, estrella del cielo! ¡Cómo no te puse un altar! Me ganaron los ángeles la partida, pero me dejaste en tu mirada la dicha inefable de pensar en ti y quererte aún más.
Hoy que se deslizan estos días tenues, cuando junto a mi retozan mis dos pequeñuelos, de almitas muy blancas, que alegran la casa, les hablo de ti. Ellos bien comprenden todo cuanto digo y traducen al instante esos sentimientos para brindarlos luego a su propia madre que, como todas, merece un altar.
Por eso……….cada vez que veo a una madre con su hijo a cuestas, tierna y amorosa, sin tregua en su esfuerzo, recuerdo a la mía que, tienen que creerlo, ¡fue la madre más linda del mundo!.
(Lima, Mayo de 1985).
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