Francisco
Carranza Romero
Toronto, ciudad pluricultural
Vivir.
aunque sea por unos meses en la ciudad de Toronto, centro financiero de Canadá,
es experimentar la vida de una sociedad multicultural y polícroma. Hay el
contacto diario con personas de diferentes colores de piel: blanca, oscura y
semioscura, de variedad de vestidos y de diferentes creencias religiosas porque
hay templos católicos, protestantes, musulmanes e hinduistas. Toda esta heterogénea
población es el resultado de las olas de inmigrantes procedentes de Europa, Asia,
África y de los países sureños de América. Aunque estos ciudadanos tengan
lenguas maternas diferentes usan el inglés como lingua franca en sus
comunicaciones; sólo cuando se dan cuenta de que tienen la misma lengua materna
vuelven al uso de ésta. Es que Canadá es un país de mucha apertura.
En
las calles, parques, mercados, galerías, restaurantes, cafeterías y hospitales se
vive con la voluntad de compartir el espacio. Los niños y mayores de edad son
tratados con respeto. Es la convivencia
social haciendo los esfuerzos de asumir la variedad.
En
cada barrio hay un centro comunal (Comunity Centre) con piscina, gimnasio, sala
de reunión con periódicos, revistas, juegos de mesa y televisores, sala de
estudios, centro preescolar, cafetería, biblioteca, servicios higiénicos y
jardín. Las personas mayores sin la carga laboral se reúnen aquí con los amigos
y vecinos desde las horas matutinas (se abre a las 9 am), pasan las horas
conversando de todo, bromeando y haciendo ejercicios mentales y físicos. Como el
invierno de aquí es frígido con la temperatura bajo cero muchas personas acuden
a la piscina atemperada y al yakuzzi cálido desde donde contemplan el paisaje exterior
blanco por la nieve acumulada.
¿Dónde están los indígenas de Canadá?
Los
aborígenes canadienses como los inuits, algonquinos, iroqueses y nadenes no
están visibles, no es fácil entrar en contacto con ellos. Durante los largos
años de conquista y colonización los cristianos ingleses y franceses les
arrebataron las mejores tierras, les destruyeron sus templos y los desterraron
a las zonas más lejanas e inhóspitas. Los topónimos como Canadá (poblado),
Ontario (gran lago), Otawa (nombre de una tribu), Toronto (lugar de encuentro)
son muestras. También cuatro palabras indígenas han pasado al castellano a
través del inglés: caribú (reno
americano), iglú, mocasín, tobogán.
Inolvidable experiencia
El
jueves 12 de enero de 2017, a las 10 am, mi esposa y yo llegamos, como otros
días, al Comunity Centre de Woodbridge para entrar “Al Palladini Pool”. Después
de ponernos la ropa de baño y ducharnos ingresamos. Encontramos a gente de
mayor edad (sexagenarios, septuagenarios, octogenarios y hasta nonagenarios). Unas
cinco personas gozan del hidromasaje en yakuzzi. En la piscina algunos nadan, otros
caminan; pero un grupo está congregado hablando en italiano y en voz alta. Los
movimientos de brazos y manos expresan el momento de emotividad. Sin dar
importancia a conversaciones ajenas entramos a nadar porque ya estamos
acostumbrados de escuchar el italiano en esta zona donde viven más los
procedentes de Italia.
Apenas
nadamos unos minutos, cuando los vigilantes y salvavidas nos sorprenden: unos
hacen sonar sus silbatos; otros, casi a gritos y con gestos de brazos, nos piden
que salgamos inmediatamente de la piscina y yakuzzi porque hay problemas. Sorprendidos
comenzamos a salir uno tras otro. Ante la curiosidad y preguntas continuas, nos
avisan la verdadera causa: Hay
excremento en el agua. Y, precisamente, en ese momento ingresan tres señores
en ropas especiales portando sus materiales, van a limpiar la piscina. La
salida anunciada por unos minutos se cambia. La labor de limpieza durará mínimo
dos horas. Tampoco se puede usar el yakuzzi porque la misma agua circula por
los dos ambientes.
Las
mujeres y varones nos dirigimos a nuestros respectivos vestuarios y duchas. Unos
se movilizan
con bastones y andadores en forma de U, otros caminan con cuidado
y lentitud porque los años pesan de verdad.
Unos son voluminosos y rollizos; otros son entecos y huesudos. Como todos somos mayores, comprendemos la situación y hablamos con seriedad sobre el problema de la senectud: “Posiblemente a alguna persona mayor se le ha escapado el excremento al hacer un esfuerzo repentino dentro de la piscina”. Es la terrible conclusión al que llegamos.
Unos son voluminosos y rollizos; otros son entecos y huesudos. Como todos somos mayores, comprendemos la situación y hablamos con seriedad sobre el problema de la senectud: “Posiblemente a alguna persona mayor se le ha escapado el excremento al hacer un esfuerzo repentino dentro de la piscina”. Es la terrible conclusión al que llegamos.
El invierno y la vejez
Este
acontecimiento en Canadá me hizo recordar vivamente a mi centenario padre
quien, en sus últimos años, vivió en la ciudad de Trujillo (Perú). La familia
se reunió para celebrar sus cien años de vida. Se puso muy feliz al ver a los
hijos, nietos, bisnietos y tataranietos celebrando su longevidad.
Pero, después de esa breve felicidad se puso serio, nos clavó la mirada y habló con sinceridad algo que habría preparado silenciosamente: ¡Ay, wamrakuna! (¡Ay, menores! La vejez, escúchenme bien, no siempre es felicidad porque tu cuerpo te crea muchas limitaciones. Mírenme a mí, soy un anciano con su pañal. Llullu tikrashkaa (Me he convertido en bebé). Por algo ya no salgo a pasear como antes. Ahora me gana el sueño. Cuando ya no me despierte, considérenme muerto. Y quemen mi cadáver para no podrirme ni dar vergüenza con mis huesos. Tú, -me dirige la mirada sólo a mí-, cumple la promesa de llevar mi ceniza a nuestra chacra de Tsakpaa. Perdón, ustedes sigan conversando; a mí llévenme a mi cama.
Pero, después de esa breve felicidad se puso serio, nos clavó la mirada y habló con sinceridad algo que habría preparado silenciosamente: ¡Ay, wamrakuna! (¡Ay, menores! La vejez, escúchenme bien, no siempre es felicidad porque tu cuerpo te crea muchas limitaciones. Mírenme a mí, soy un anciano con su pañal. Llullu tikrashkaa (Me he convertido en bebé). Por algo ya no salgo a pasear como antes. Ahora me gana el sueño. Cuando ya no me despierte, considérenme muerto. Y quemen mi cadáver para no podrirme ni dar vergüenza con mis huesos. Tú, -me dirige la mirada sólo a mí-, cumple la promesa de llevar mi ceniza a nuestra chacra de Tsakpaa. Perdón, ustedes sigan conversando; a mí llévenme a mi cama.
Lo
que nos dijo el anciano andino, mi padre, era la verdad: Nacemos para cumplir
un proceso vital que llega también a su fin. El acto de dormir es un aprender a
morir.
El
invierno es la estación que más se parece a la vejez, paso previo al final de
la vida. Todo ser que nace, crece, se desarrolla y se reproduce está destinado
a morir. Sólo el necio evade a pensar sobre esta ley natural y no la asume. Por
eso, la vejez hay que vivirla con dignidad preparándose a recibir la hora fatal
sin dar lástima a nadie. Es el último examen que se debe aprobar.
Pobre
del anciano o anciana que defecó en “Al Palladini Pool”. Ya no volverá para
evitar otro suceso similar.
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