Un grupo de militares y guardaparques intenta proteger de la
explotación minera ilegal a la reserva peruana Tambopata, uno de los lugares
con mayor diversidad biológica del planeta. Algunos expertos dicen que es
demasiado tarde.
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FRONTERA DE LA RESERVA DE TAMBOPATA, Perú — La redada comenzó al amanecer. En
cuatro botes pequeños de madera, mientras revisaban una y otra vez sus armas
automáticas, los guardaparques y marinos peruanos se dirigieron sigilosamente
hacia los mineros que extraen oro de manera ilegal.
No llegaron muy lejos. Después de la primera curva había un
campamento desordenado de mineros: unas lonas sobre tres postes. De
pronto los marinos estaban disparando al aire, los mineros y sus familias
huían, y los guardaparques avanzaban con sus machetes.
Rompieron bolsas de arroz y barriles de plástico con agua
potable, patearon los juguetes y rompieron las herramientas antes de quemarlo
todo. En lo más alto de la selva amazónica, una región que es el hogar de árboles de más de 1000
años, las gruesas columnas de humo negro se elevaban en espiral
hacia las nubes.
Para intentar proteger uno de los lugares con mayor diversidad
biológica de la Tierra de un ejército de mineros ilegales que ha labrado un camino tóxico a
través de la selva, el gobierno peruano monta puestos de control y organiza
redadas a lo largo del río Malinowski en la Reserva Nacional Tambopata.
Sin embargo, hay expertos que se preguntan si no es muy
poco lo que hacen y si es demasiado tarde.
Para llegar a la región donde el gobierno peruano
intenta combatir la minería ilegal, caminé nueve horas y media por la
jungla, a veces con el agua hasta las axilas. Pero toda sensación de estar en
la naturaleza prístina se acabó al llegar a la orilla del río.
Los mineros han causado tanto daño que
el agua tiene el color del café con leche. El paisaje era digno de la película Mad
Max: enormes cráteres de arena, montículos de piedras y
canales envenenados por todas partes. Basura (harapos, bolsas de plástico,
recipientes para comida) entre las ramas recién cortadas que estaban apiladas
en los recovecos y las riberas del río.
Con el precio del oro en alza desde hace años, la minería ilegal
se ha incrementado en muchos lugares de América Latina, no solo en Perú. Sin
embargo, en este país —uno de los mayores productores mundiales de oro— la
situación se ha complicado bastante.
Las cantidades de oro que han extraído los mineros ilegales de
Perú son las más cuantiosas de toda América Latina. Y la explotación aumenta
tan rápido que los ambientalistas creen que existen pocas posibilidades de
preservación, incluso en una reserva tan apartada como esta que es el hogar de
miles de especies de plantas y animales, muchas de las cuales no han sido
identificadas por el hombre.
Para los expertos, la minería ilegal puede llegar a ser aún más
destructiva que la minería corporativa. Mientras que las empresas suelen
concentrarse en áreas con vetas subterráneas de oro, dicen, los mineros se
movilizan rápidamente a lo largo de vastas porciones del territorio. Arrasan
con la selva para colar cerca de 200 toneladas de tierra y encontrar
suficientes pepitas de oro para un solo anillo de matrimonio.
Si la ayuda no llega pronto, los expertos aseguran que las áreas
que dejan a su paso, sin nada de tierra fértil y llenas de mercurio, podrían
tardar 500 años en recuperarse.
El
gobierno peruano diseñó la comunidad de San Jacinto, ubicada en la región de
Madre de Dios, para practicar la minería legal de oro, pero muchas personas
siguen esperando la aprobación formal de los entes estatales. Tomás
Munita para The New York Times
Los mineros usan tanto mercurio para procesar el oro que, en
mayo, el gobierno declaró una emergencia sanitaria en gran parte de la región
de Madre de Dios. Las pruebas aplicadas en 97 pueblos demostraron que más del
40 por ciento de la gente había absorbido niveles peligrosos de ese metal
pesado. El envenenamiento por mercurio afecta a las personas de diversas
maneras, desde dolores crónicos de cabeza hasta daño renal, pero es más
perjudicial para los niños, quienes tienen más posibilidades de sufrir un
daño cerebral permanente.
“Las siguientes generaciones pagarán por lo que estamos haciendo
ahora”, dijo Manuel Pulgar Vidal, ministro de Ambiente de Perú.
Las estadísticas no especifican la cantidad de personas que
se dedican a la minería ilegal pero Víctor Torres Cuzcano, un economista de la
Universidad Nacional Mayor de San Marcos, calculó que la minería informal
aumentó un 540 por ciento entre 2006 y 2015, mientras que la producción legal,
que paga impuestos, cayó 28,5 por ciento.
La deforestación que provoca la minería de oro se aceleró de
2165 hectáreas al año antes de 2008, a 6143 hectáreas anuales después 2008,
cuando la crisis financiera global elevó los precios del oro.
Cuando estaba intacta, la reserva de Tambopata era una zona sin
caminos, en parte selva y sabana, con un tamaño cercano a Rhode Island. Ahora
las fotos satelitales muestran manchas claras en la reserva y hay tanta
actividad minera que el río Malinowski —llamado así por el explorador
polaco Bronislaw Malinowski— ha desbordado la ribera y se ha vuelto más
ancho y menos profundo. En las áreas donde trabajan los mineros, dicen los
guardaparques, el agua está tan contaminada que ya no hay peces.
Algunos defensores del medioambiente dicen que la reserva está
perdida. Los primeros indicadores sugieren que tiene mucho oro, en especial si
se le compara con otras partes de este remoto estado, como el área reservada
oficialmente para la minería informal y la “zona colchón” que rodea la
reserva Tambopata.
“En el corredor minero oficial se obtienen entre 12 y 18 gramos
al día”, dice Víctor Hugo Macedo, quien supervisa la reserva. “En la zona
colchón entre 60 y 80 gramos, y en la reserva se obtienen entre 150 y 200. A
los mineros les preocupa más eso que lo que sucede en Tambopata”.
El gobierno ha intentado implementar distintas políticas
para frenar la minería ilegal, dijo Pulgar Vidal, como los controles
sobre la cantidad de combustible que llega a la región. Sin embargo,
reconoció que esas medidas no habían sido exitosas. Las autoridades
tributarias de Perú estiman que, solo entre febrero y octubre de 2014, se han
contrabandeado fuera del país más de mil millones de dólares en oro.
Los funcionarios dicen que la corrupción y el crimen organizado
impulsan la minería ilegal, y muchos de los campamentos son, en esencia,
comunidades sin ley donde florece la esclavitud laboral y el tráfico sexual.
.era que la presencia constante de marinos
armados y las redadas persuadan a los mineros para que abandonen la reserva,
pero los críticos son escépticos. Algunos sugieren que el gobierno no está
interesado realmente en detener a los mineros ilegales.
Algunos políticos peruanos argumentan que los mineros, muchos de
los cuales pertenecen a comunidades indígenas, tienen derecho a ganarse la
vida, una postura que ha obtenido adeptos en un país donde
millones viven debajo de la línea de la pobreza.
De cerca, las redadas parecen destinadas al fracaso. Los marinos
y guardabosques son inferiores en número y no cuentan con los recursos
necesarios. Incluso llegar a sus puestos es un reto. Los mineros controlan las
mejores rutas, lo que las vuelve demasiado peligrosas, incluso para los
soldados armados. Así que en un día lluvioso caminamos por un sendero angosto
desde que amaneció hasta la tarde, pero cuando se inundó en varios tramos,
los soldados ni siquiera tenían radios para pedir ayuda.
Todos caminábamos con cuidado por el agua llena de desechos
cuando, de pronto, la selva se convirtió en un lago turbio. Con el peso de las
mochilas llenas de agua, los soldados llevaban sus armas sobre la cabeza y
evitaban hundirse, pero no siempre lo lograban.
El fiscal que los acompaña en las redadas se había adelantado en
una moto. Pero eso es un lujo. Los guardaparques solo tienen cuatro
motocicletas para cerca de 100 hombres distribuidos en dos puestos de avanzada
a lo largo del río.
Los botes utilizados en las redadas no son más veloces que los
de los mineros, y sus motores suelen ahogarse. Aunque todavía no había
violencia, una sensación de amenaza flotaba en el aire. A veces los
mineros estaban en las orillas del río, abrazando sus armas, mientras los
marinos y los guardabosques pasaban navegando.
Un marino llamado Carlos Moscoso Garcés dijo que solo era cuestión de tiempo
para que comenzaran los problemas. Los mineros no le dan demasiada importancia a
las redadas ocasionales, pero ¿qué pasará cuando aumenten los costos para
remplazar el equipo de minería destruido? “Entonces”, aseguró el militar,
“quién sabe qué van a hacer”.
En un pequeño campamento, una mujer le suplicó a los soldados
que no destruyeran su hogar. Les dijo que solo era una madre soltera que quería
ganarse la vida, así que separaron algo de su comida antes de incendiar todo lo
demás. A kilómetros de la autopista más cercana y sin instalaciones
para albergar prisioneros, la logística impide que se hagan arrestos. A
menudo las personas no tienen identificación y son liberadas después de
recibir una llamada de atención.
Los marinos son realistas. Cuando pasaron por un gigantesco
campamento lleno de antenas parabólicas y postes de viviendas en construcción,
siguieron navegando en busca de un objetivo más manejable.
Para el final del día, las
redadas habían destruido dos docenas de asentamientos y 15 grúas mineras,
e invadieron campamentos mineros mucho mejor equipados que los suyos. A lo
largo del camino, los soldados también se “sirvieron”: se llevaron un
refrigerador, una antena parabólica, una videograbadora, un televisor, un balón
de fútbol, un cachorro y un lechón para la cena.
Por la noche, escuchamos el ruido de las
grúas que volvían a funcionar.
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