Jorge Zavaleta Alegre
El resguardo más grande del mundo se llama La Chorrera. Hace
un siglo fue escenario de esclavitud y extinción de su población, como parte de
la explotación del caucho. Se encuentra
en el departamento del Amazonas, Colombia, en las orillas del Putumayo, en el
límite con Perú y Brasil.
Se denomina resguardo, según la legislación colombiana, al
territorio reconocido legalmente por el Estado, que debe gozar de las garantías
necesarias para proteger sus recursos naturales en armonía con el desarrollo de sus comunidades.
Sin embargo, a lo largo de cien años, la realidad, en
esencia, no ha cambiado, salvo la conversión en un colegio de aquel espacio donde se incubó la extinción de las comunidades.
La Chorrera, es una rica zona petrolera, que está en
constante vigilancia de organizaciones ambientalistas. Las mujeres indígenas demandan a los Estados que reconozcan y respeten los
derechos a las tierras, territorios y recursos, consagrados en la Declaración
de ONU y se garantice libremente el propio desarrollo económico, social y
cultural.
Clemencia Herrera,
dirigente de esta comunidad, participó en la COP20, (cuyos acuerdos deberían
ser aprobados en la Cumbre Ambiental de
París 2015), donde reveló diversos pasajes que no pueden ser olvidados para
evitar la repetición de tragedias que
avergüenzan a la humanidad.
La lideresa, habló
como delegada de las 22 comunidades que hay en el resguardo indígena Predio
Putumayo, un terreno de 6 millones de hectáreas en el que habitan ahora unos 5.000 nativos. Recordó los 100 años
del genocidio indígena provocado por las caucheras, cuando la Casa Arana llegó
a la zona para sembrar y explotar el cultivo del caucho derivado a las
industrias británicas.
En La Chorrera se produjo una "masacre" de los indígenas de la
región, que no solo fueron asesinados, sino esclavizados. "Más de 80.000
indígenas suman los asesinados durante la explotación del caucho, que comenzó
en 1912 y terminó en 1929"
Los gobiernos de entonces nunca se preocuparon por la suerte
de los nativos. En el monte aledaño a La Chorrera todavía se pueden ver los
árboles de caucho, en medio de la maleza, con las cicatrices que les dejó la
explotación del siglo pasado.
Las huellas están a flor de piel. Subsisten aún algunos
caminos por los cuales los indígenas debían transportar el látex para ser trasportado
a Inglaterra en barco. Los actuales nativos los utilizan para desplazarse entre
comunidades y para la cacería. En el lugar
quedan algunos palos de mango, que solo producen cada tres años frutas de excelente sabor y calidad.
En La Chorrera no quedó ningún cementerio que dé cuenta de la
tragedia. Solo está el relato que dan los "antiguos" sobre las
atrocidades que cometieron los 'blancos'. Hay noches, especialmente en las de
tormenta, en las que, en medio de la selva, se escuchan extraños gritos y el
llanto de hombres y niños. Es cuando la comunidad más recuerda las atrocidades
que allí se cometieron.
Hace tres décadas cuando una Caja Agraria comenzó la
reconstrucción de la sede de la Casa Arana, las cadenas con las que eran atados
los indígenas fueron arrojadas a las aguas del río Igara-Paraná.
Para llegar a La Chorrera solo hay un vuelo a la semana y en
lancha la ciudad más cercana es Leticia (Colombia), a la que se puede llegar
luego de 25 días navegando. Sus moradores tienen noticia que la Marina del Perú viene impulsando la
integración fronteriza con diversos
servicios del Estado, pero el programa no avanza por la complejidad que supone
la intervención de una densa malla de sectores
públicos, el escaso compromiso y falta de tecnificación de la burocracia.
La Chorrera es parte del territorio Kamentxá, conquistado por el Inca Huayna Cápac en 1492.
Tras atravesar Cofán, estableció en el valle de Sibundoy una población quechua,
que hoy se conoce como Ingas. Tras la derrota de los incas en 1533, la región
fue invadida por los españoles desde 1542 y administrada desde 1547 por
sucesivas misiones católicas.
Esta área del Putumayo, ligada a Popayán durante la colonia y
en las primeras décadas republicanas, era parte del Departamento de Azuay que incluía territorios
de las repúblicas de Ecuador y Perú.
Después de la desintegración de la Gran Colombia en 1830, el
Putumayo siguió perteneciendo a la Provincia de Popayán, después anexada al
Estado Soberano del Cauca. Con la reforma constitucional de 1886 este estado y
los demás que componían Colombia pasaron a llamarse departamentos.
Actualmente subsisten diversas comunidades indígenas que
resistieron el paso de los conquistadores del siglo XVI, la cauchería y las
modificaciones ambientales causadas por la explotación del petróleo y la
colonización reciente.
Los pueblos indígenas perciben con claridad que los políticos de ayer y de hoy, no valoran a las comunidades nativas porque
en términos de votos no son significativos para asegurar mayoría en las
ánforas. Los Estados amazónicos deben entender que no existirán políticas
ambientales viables si no se involucra a
los habitantes nativos.
La Chorrera, como parte de la organización mundial de mujeres indígenas, agradece a los anfitriones de la COP20, en particular a CHIRAPAQ, Centro de Culturas Indígenas del Perú, al mismo tiempo que exige un mayor compromiso y acción para pasar de la fase declarativa a la acción concreta.
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