El diario El Peruano, fundado en 1825.
Por Jorge Zavaleta Alegre.-
La Universidad del siglo XXI no puede ser la misma de siglos
pasados. No al campus de batalla, cuando la violencia se infiltró a las aulas. En
la academia postmoderna no se debería dictar clases sino dedicarse plenamente a
la investigación con el fin transformar el
mundo para una vida mejor. La Reforma planteada en 1917 en el Congreso
Nacional de Estudiantes realizado en el Cusco, demandó una universidad abierta,
democrática, para curar a un Perú enfermo, reto que aún sigue pendiente.
Esta es una apretada síntesis de los planteamientos que formula el ex ministro de Educación y dos veces
rector de la UNI, Arq. Javier Sota, durante un diálogo con estudiantes de los
centros culturales, que son parte de las
“prácticas blandas”, que la mayoría de universidades resta importancia.
La vida de un estudiante
debe atravesar por la socialización, la operación y la transformación, etapas necesarias de una buena educación. La etapa de
socialización, es decir en la educación inicial, se ofrece el lenguaje, la
matemática, los idiomas, la relación cercana con la realidad, entendida como un
todo. Es una instancia de relación pasiva.
En la fase de operación, se dan las carreras técnicas para operar. Existen diferentes tasas de evaluación
tecnológica, intentando mejorar la calidad de trabajo. La tercera, es la de
transformación, aquella que debe
promover la Universidad, pero que en el Perú este horizonte es muy reducido. Las universidades en el país suman más de 140,
pero no pasa de una decena, aquellas ofrecen educación de calidad. La mayoría es una fábrica de profesionales, cuyas clases todavía
son dictadas con copias y textos de hace
quince años.
“La Universidad es para mirar al trasluz el mundo y ver como
transformarlo”. Por ejemplo, el agua es uno de los recursos que el cambio
climático provoca serios efectos. Pero el Patronato de la UNI no ha conseguido,
tras varias convocatorias, a estudiantes
interesados en esta temática.
No es posible la
transformación sin palabras, sin el uso del buen lenguaje y de capacidades de
gestión. El Ingeniero debe ser un profesional culto, que use bien el lenguaje,
el discurso.
Hace 136, la Universidad Nacional de Ingeniería, fue parte de
la República Práctica, concebida por el positivista Presidente José Pardo, para
un país que urgía de represas, de caminos, de puentes, de obras de ingeniería. La
UNI es madre de todas las ingenierías en
el Perú.
Después de la segunda guerra mundial, se constata que el Perú
es un invernadero, con grandes ventajas respecto del Norte. Hay que recordar las propuestas de líderes juveniles como Haya
de la Torre, Basadre y otros que planteaban una universidad abierta,
descentralizada, el derecho de tacha a los profesores.
Hacia 1965 hubo un desarrollo ideológico que llevó a años gravísimos, que en la década del
ochenta apareció con la idea de la muerte, porque la Universidad tenía muchas
restricciones para desarrollar el año
académico. En el caso de la UNI,
en la década del noventa no se perdió
ningún ciclo universitario. La iniciativa de crear empresas, como el
centro comercial Metro en la zona norte de Lima, Unipetro y otras, complementaron los magros ingresos
de este primer centro científico y
tecnológico del Perú.
El Patronato UNI, fundado hace quince años con la presencia de empresarios egresados de
esta casa de estudios, alentó la “excelencia de la educación” y
ayudó a la Universidad a superar años
difíciles, en que la violencia había tratado
de imponerse en la sociedad peruana, aún
convencional y conservadora.
“Universidad campus de Batalla”, libro de Sota Nadal, publicado en
1993, según el jesuita Felipe E. Mac
Gregor, entonces Rector de la
Universidad Católica del Perú, “fue una
obra nacida del amor, empeñosa búsqueda, valentía y reflexión desde los hechos y para las
vidas, éxitos semejantes: influir en el cambio de la Universidad peruana y dar
a conocer por qué son impostergable
dichos cambios”.
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