Jorge Zavaleta Alegre (CAMBIO16, especial para ARGENPRESS.info).
Islandia, una república democrática, con amplia asistencia social y extraordinaria equidad en la distribución de ingresos, sorprende al mundo con el nacimiento del primer movimiento de los indignados o Revolución Naranja. Le siguieron Egipto, Túnez, Grecia, España, Portugal, Estados Unidos, Honduras y en el Perú, según versiones de algunos intelectuales, en marzo se conocerá el nombre de un movimiento de indignados, para apoyar las reformas planteadas en las elecciones del 2011 y evitar que el híper liberalismo las ignore.
En España las protestas del Movimiento 15-M, Spanish Revolution en las redes sociales, son movilizaciones pacíficas que plantean un abanico de reivindicaciones al modelo democrático y económico vigente. Las protestas españolas son comparadas con las egipcias que provocaron la caída del presidente Hosni Mubarak. En Irlanda, Alemania, Grecia y Francia, el movimiento fue calando entre los nativos. En los países árabes, después de la crisis del 2008, los desocupados suman entre 20% y el 30% de la población de cada país.
Los movimientos de indignados, a lo largo de la historia, se ha repetido con protagonistas y causas diferentes, y en el presente siglo, gracias a las telecomunicaciones, los hechos se globalizan más rápido. En los años sesenta en EEUU nace el movimiento de los hippies, que condenaba el materialismo, la violencia y rechazaba la segregación racial y la intervención bélica.
Los indignados de hoy, que emergió en Wall Street, no apuntan a la clase política, denuncian los abusos de las grandes corporaciones, la creciente desigualdad económica, las guerras, y exige solución a la crisis que dejó a millones sin empleo y vivienda.
Mayo 68 en París y la caída del Muro de Berlín en noviembre del 89 son referencias que muchos ciudadanos pueden recordar como avances en los derechos civiles y la emancipación femenina.
En América Latina los primeros indignados nacen a principios de siglo en Argentina, exigiendo "Que se vayan todos", cansados de la corrupción política, logrando en algunos casos suaves cambios en sus gobiernos.
En el Perú existen unos cien conflictos sociales aislados, heredados de la década pasada, que limitan el margen de acción del gobierno central, gobiernos regionales y locales en tanto las multinacionales no siempre actúan en el marco de la ley. Se observa que los pueblos andinos aún no tienen una clara alternativa a la gran minería ni a las gigantescas represas hidroeléctricas. Los campesinos cuestionan la minería informal y postulan por la asociación agrícola con apoyo técnico del Estado y financiamiento de la banca privada para acabar con el asistencialismo.
En síntesis las exigencias de los años sesenta lograron algunos cambios sociales, a favor de los universitarios y obreros, leyes antidiscriminatoria y la explosión tecnológica que hoy disfrutamos. Aparecieron los partidos verdes y ecologistas, minoritarios aún, pero de gran peso. En el Perú la migración a la ciudad se ha detenido. La atención rural es esencial y punto de partida de la esperada gran transformación.
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