Francisco Carranza Romero
(Desde Corea del Sur)
“El sueño del celta” (Alfaguara, Lima, 2010) la novela que fue anunciada mientras Mario Vargas Llosa recibía el Premio Nobel de Literatura, 2010, tuvo la la suerte de ser publicitada por este evento internacional que despierta el interés de la humanidad que todavía lee y que no ha caído en la mecánica actividad digital.
Una vez más, Vargas Llosa demuestra su habilidad del manejo del recurso verbal para hacernos sentir el paisaje y el clima tropical de los escenarios, y nos presenta a personajes de diferentes aspectos físicos y sicológicos que pueden merecer nuestra simpatía o rechazo. Desde el primer capítulo ya nos imaginamos al protagonista Roger Casement gozando y sufriendo según las circunstancias. Como el protagonista es un personaje histórico, el autor ha tenido que documentarse en África, Europa y América los datos históricos precisos. Gracias a este esfuerzo la novela gana la verosimilitud. Desde el inicio del relato se siente el ambiente frío, sombrío y tétrico de la prisión londinense donde el irlandés Casement espera el final del juicio al que es sometido por vivir soñando la independencia de su patria. Sus recuerdos en su celda estrecha trasladan al lector a las selvas de Congo y Perú.
Desde que catorce potencias mundiales, incluida Estados Unidos, reunidas en Berlín en 1885 se repartieran África, este continente quedó “legalmente” en las manos de los ávidos explotadores. A Leopoldo II, rey de Bélgica, le entregaron “dos milones y medio de kilómetros cuadrados del Congo y sus veinte millones de habitantes para que abriera ese territorio al comercio, aboliera la esclavitud y civilizara y cristianizara a los paganos” p. 45. Casement llega en 1903 a ese territorio que vive la triste realidad del descenso poblacional de los nativos, hecho que los funcionarios atribuyen a las plagas y a la mala alimentación. Él, después de meses, sabe la verdadera causa. “La plaga que había volatilizado a buena parte de los congolenses del Medio y Alto Congo eran la codicia, la crueldad, el caucho, la inhumanidad de un sistema, la implacable explotación de los africanos por los colonos europeos” p. 82. La verdadera plaga que mata a los africanos es la civilización europea. El angustiado Casement se pregunta como Bartolomé de las Casas en otros tiempos y lugares: “con qué derecho habían venido esos forasteros a invadirlos, explotarlos y maltratarlos?” p. 98
En 1910 llegó a Iquitos (Perú) donde también había la fiebre de1 negocio del caucho. El presidente Augusto B. Leguía había autorizado legalmente a Peruvian Amazon Company la explotación de esa riqueza sin importarle cómo la haría. Los hombres de Julio C. Arana, presidente de la compañía inglesa, cazan personas de las tribus para hacerlos trabajar en la recolección del látex; allí desaparecen los valientes que se atreven a criticar e informar, periodistas y jueces son las víctimas conocidas. Las autoridades políticas y militares son colaboradores de la empresa. Las ejecuciones y toda clase de torturas están permitidas con tal de producir más resina. Muchos indígenas tienen la marca candente en sus cuerpos. La rebelión del curaca bora Katenere fue sofocada, y el jefe Vásquez, antes de torturar y ejecutar al rebelde, violó en su presencia a su mujer. “Vásquez ordenó a gritos a los “racionales” que no le dispararan. Él mismo le sacó los ojos a Katenare con un alambre. Luego lo hizo quemar vivo, junto con la mujer, ante los indígenas de los alrededores formados en ronda” p. 221. Esos torturadores con sueldo ya no distinguen entre el bien y el mal, han perdido la condición humana, obedecen órdenes y luego cobran por lo que hacen.
Sus apuntes y denuncias de la corrupción moral difamaron a las autoridades y empresas. Por su valor en la denuncia de las atrocidades en Congo y Perú el gobierno británico le concedió el título de Sir. Sin embargo, para él, la situación colonial de Irlanda, su patria, era semejante a la de esas tribus explotadas y maltratadas. Al hablar con el amigo Herbert explica: “Los métodos de la colonización en Europa son más refinados, Herbert, pero no menos crueles” p. 388. Entonces, se une a los patriotas que luchan por la independencia de su patria. En estos esfuerzos cae en el error de estrrategia al pedir la cooperación de Alemania, enemiga de Gran Bretaña. Descubierto en sus andanzas libertarias, es capturado y juzgado como traidor porque él había servido como cónsul y había sido recibido el título de Sir. En 1916 fue ejecutado en la horca. Para justificar este hecho y opacar al héroe patriota le difamaron con datos ciertos o falsos usando sus apuntes y diarios, documentos guardados bajo la seguridad del estado. Antes de marchar a la horca entregó al sacerdote el único objeto que había conservado en la prisión, “Imitación de Cristo” de Tomás Kempis. Y, cuántes veces habría leído sentencias de fuerza espitua como ésta: “Procura que tu paz no dependa de los dichos que te rodean; pues, hablen bien o mal de ti, no por eso dejarás de ser lo que eres”.
Esta novela, fuera de las denuncias del salvaje modus operandi de los colonizadores, rescata a un defensor de los derechos humanos, defensor de los pueblos indígenas.
MVLL, con este libro, une su voz en favor del respeto que merecen los pueblos indígenas que viven según sus realidades geográficas, históricas y culturales. Es que los problemas de la primera década del siglo XX, denunciados por Casement, siguen vigentes. Los gobiernos continúan firmando documentos de venta de las riquezas naturales en los territorios donde hay seres humanos que viven desde hace siglos. Las empresas ávidas de las riquezas naturales no tienen ningún escrúpulo para apoderarse de los territorios aunque sea expulsando a los nativos. Las autoridades políticas y militares no han cambiando su modus operandi; si antes defendían a las empresas, ahora también.
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