Jorge Zavaleta Alegre
Santiago Agurto Calvo, fue un ingeniero , arquitecto y urbanista, tres especialidades que le sirvieron para mirar el Perú desde la profundidad de los andes y proyectarse al mundo del siglo XXI. Acaba de fallecer, dejando el mensaje que a más capitalismo global, es imprescindible el intercambio de culturas en términos equitativos. Los prefijos son muy importantes, no es lo mismo aceptar pasivamente el multiculturalismo sino fomentar el intercultural ismo.
Educador por excelencia, nacido en la localidad piurana de Querocotillo, a la margen izquierda del río Chira, fue reconocido como Doctor honoris causa de la UNI, se graduó en la Escuela de Ingenieros para seguir estudiando en la Universidad de Cornell – EEUU y retornar como profesor, ampliar el trabajo de la Agrupación Espacio, ejercer la rectoría de su aula mater, dirigir el Consejo Nacional de la Universidad Peruana y su propio gremio.
Su obra física más visibles puede ser resumida en los proyectos de la Ciudad Universitaria de la Universidad Católica, los pabellones de la Facultad de Medicina de la Universidad de San Marcos, ganados en concurso público. Estuvo en la Corporación Nacional de la Vivienda para diseñar agrupamientos residenciales como Mirones, Matute, Rímac, Risso, Angamos, el Centro Recreacional de Huampaní, la Ciudad Satélite de Ventanilla. Después del terremoto de 1970, fue director técnico de la reconstrucción y rehabilitación de la zona afectada.
El mayor valor de su hoja de vida no está precisamente en la obra edificatoria, sino en la creación de movimientos cívicos para proteger la cultura nacional, sin chauvinismo. En las bibliotecas de famosas universidades del mundo se encuentra la obra de Santiago Agurto Calvo, para servir de consulta sobre los Restos Inca de la Ciudad del Cusco. “La Traza urbana de la ciudad imperial”, es el título de uno de sus libros dedicados a la arquitectura y la planificación prehispánica.
Después de sacar a Pizarro de la Plaza Mayor de Lima y remplazarlo con una piedra que habla de las montañas eternas, Agurto, peruano de origen vasco, previa y profusa investigación, estaba esperando que este Congreso defina formalmente los cambios al Himno Nacional. En julio último, por primera vez, fue cantada en el Congreso la sexta estrofa. Y el Tribunal Constitución también se ha pronunciado a favor de esta versión.
Agurto consideraba que esa VI estrofa tampoco goza de consenso, por ese verso “del dios de Jacob”, en un Estado laico y con diversidad de credos religiosos, y porque la iglesia católica también es responsable de la destrucción del Tahuantinsuyo. El prefería la letra del poeta José Santos Chocano, cuyas estrofas llegaron a cantarse en las escuelas y se publicaron en los cancioneros populares. La primera de las seis estrofas del poeta limeño dice: Si Bolívar salvó los abismos/ San Martín coronó la altitud;/y en la historia de América se unen/como se unen arrojo y virtud/Por su emblema sagrado la Patria/ tendrá siempre, en altares de luz/ cual si fuesen dos rayos de gloria,/dos espadas formando una cruz.
La vida se le esfuma, cuando iniciaba un trabajo para rescatar la nave española La Covadonga, que operó en la Guerra del Pacífico, hundida en las playas de Chancay, en las costas de Lima. El propósito de Agurto era evitar que los militares sigan promoviendo el chauvinismo, con la añoranza de ver el Huáscar en los mares del Perú. Don Santiago Agurto será recordado por haber integrado esa vanguardia del social progresismo, tan visible en los cincuenta y primeros años del sesenta, cuando América Latina atravesaba por la hora de los hornos y de la renovación desde el universo campesino.
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