Lienzo de July Balarezo*,Taller Mestres Villanova i La Geltru-Barcelona-Lima |
Jorge Zavaleta Balarezo
Y estaba allí, dos carpetas más adelante, dos gradas abajo, de espaldas a ti, a nosotros, claro; la ligera intelectual de siempre, con sus círculos de vidrio igual como cuando la conociste (tú a ella —se supone no ella a ti—), con los anteojos redondos y la piel morena a propósito, la espalda oculta por una casaca negra de cuero que alguno de sus padres, o los dos, le habían traído de un viaje no tan fugaz pero sí —como era su costumbre— (y esto también te gusta suponerlo) derrochador.
Giraba de vez en cuando a obsequiar cigarrillos a sus amigos, que no eran míseros pero querían parecerlo, y se esforzaban en ello, y que se sentaban un poco atrás, un poquito no más, según propio testimonio, para poder hacer más bulla en clase, gratuita contribución. Y ella, tan intelectual, contemplaba el salón helado, abarrotado y aburrido, y cada cigarrillo —caros filtros provenientes de algún ilusorio paraje inalcanzable— cruzando sus labios, le recordaba aquel inmenso placer erótico-sexual que nunca tenía por qué ser prohibido, y menos un problema, tampoco practicado con tanta frecuencia y entusiasmo, capaces de comprometerla, como en la realidad —la vida es así— pensaba hacerlo.
La clase recién comenzaba a las cuatro. Tenías tiempo para asomarte al balcón del segundo piso y divisar no tan inocentes extremidades metidas en elásticos pantalones, apresuradas, encontrándose con otras análogas; o rostros nerviosos, ansiando rendir exámenes orales o buscar libros en una biblioteca que cada día recibía un público ávido, solidario, que se aferraba a ella. La clase era de números, a las cuatro, números que odiabas y que se superponían y encabalgaban en el pizarrón verde (todavía estoy seguro del color) mientras tus bostezos, largos e insistentes, no lograban acortar un tiempo del cual costaba trabajo siquiera tomar prestado un pedazo, aunque, por fin te diste cuenta, si te animabas lo podías manejar a tu modo. Y te animaste.
Caminas cerca al estacionamiento y ves bajar de un auto (un incierto compañero de ruta lo había denominado colosal) a una muchacha de rulos y minifalda, una reducida —o habría que decir mutilada— falda de jean. Y pensaste en hablarle, confesarle los motivos de tus paseos universitarios —si decías académicos se podría distanciar mucho más rápido— que ocultaban, serías franco, tus verdaderas inquietudes. Y soñarías un punto a favor. Mas tus nervios y tu garganta anudada, bien anudada, impidieron tus primeros pasos, y ella ya ingresaba a la Facultad, luego subiría al segundo piso, a una clase humanística, y un par de horas después saldría radiante y acompañada. Para entonces, las dos cosas serían un recuerdo: ella y tus intentos. Bueno, no la conoces, a veces ella también podría tan sólo un objeto, ¿un juguete? No, no eras tan perverso. Y tus números ya estarían bien aprehendidos, tú fortalecido, y las ideas flotando, ansiosas de estallar.
En el bus viste el beso. Se estrecharon, primero. Parecía que con pasión. Ella le puso los brazos sobre los hombros y él, feliz. La suerte de algunos, decía tu amigo. Tú sólo imaginabas un retrato, para enmarcarlo. Antes, en el paradero, la gente colmaba los espacios y apenas podía avanzar. La chica de chompa roja, que no era la misma romántica del bus, parecía morirse de frío, a pesar de la prenda gruesa. A tu amigo lo verías luego y conversarías sobre ella, cotejarías. Y comentarías los hechos pero no, nunca así, deportivamente. La chica se recostaba contra el poste delgado de fierro que arriba llevaba un letrero: PARE (ya habían nacionalizado el STOP, para nostalgia de muchos adictos). Esperaría algún auto con chofer que la trasladaría lejos, quizá a una de esas apartadas congregaciones de todo lo que se conoce por ciudad. Su rostro, lo pensabas. Sus caderas se habían grabado en algún lugar de tu mente, tu mente que sólo se obnubilaba con ella, a la que le bastaron tres segundos, cuatro quizá, para tenerla presente. Y para olvidarla el mes que viene, o mantenerla un instante. La noche pasaba por su mejor momento: profunda, oscura e invernal, pese a las luces que pugnaban por aumentar; y la primavera era un nombre que mejor se postergaba cómoda, automáticamente. El beso en el bus, eso es lo que marcó el retorno a casa. Te hizo recordar lo que evitabas perder. Te despertó. Y evocaste cuando, en un giro de tu cabeza, ella, la de la chompa roja, ya había subido a un auto amarillo de cuatro puertas, ésos que tu padre llama de generales —no hay que ser groseros ahora— y a dónde iría realmente. Qué importa, nada importa; mañana, era seguro, la verías otra vez, no siempre desde el balcón, más probable por la tarde; sí, tendrías que quedarte, perder tu matiné, sacrificar tu cita con Marthita, disculparte. Todo para (por) verla, sentada en la banca de la Facultad, otra vez acariciando sus caderas como sólo ella, por ahora —y rogabas por la validez de tu hipótesis no matemática— lo hacía. Y pensar en el verano que venía en un par de bimestres y que ella era también fumadora, quizá empedernida, que lo hacía más por nervios que por pose; que parecía mayor de lo que era y en verdad sí tenía menos años que tú. Pensar en mañana, pero mejor —mientras fijas las miradas en curiosos rostros, viajando en el inhumano transporte público atestado— en esta noche, cuando los dediques a la chompa roja, al rostro excitable (y muy excitante) y, por supuesto, a las figuras multiplicadas, reproduciendo sus formas; y que mañana volverás por ellas —por esas formas que, deliciosas, no llegan a ser turgentes pero sí apacibles— a cualquier precio, incluso tras escribir unas líneas basadas en todo esto que te persigue —y tu duda secunda tus ojos y, claro, tu mente—, tratando de atribuirme en ellas (tú sabes que lo es) una indecente autoría.
Jorge Zavaleta Balarezo
Escritor, crítico de cine y periodista peruano (Trujillo, 1968). Es doctor (Ph.D.) en literatura latinoamericana por la Universidad de Pittsburgh (Estados Unidos). Además, tiene estudios de literatura, periodismo, cine, publicidad y análisis político en la Pontificia Universidad Católica de Lima (PUCP) y en el Instituto Idea, de Caracas (Venezuela). Su obra creativa incluye la novela Católicas (1998) y una colección aún inédita de cuentos. Ha publicado ensayos y reseñas en revistas académicas como Mester, Variaciones Borges, Revista Iberoamericana, Nomenclatura y Visions of Latin America. Su carrera periodística en Lima y América Latina incluye artículos en diarios, revistas y agencias de noticias como Argenpress (Argentina), Notimex (México) y DPA (Alemania). En 1998 participó en el volumen colectivo Literatura peruana hoy: crisis y creación, editado por la Universidad Católica de Eichstätt (Alemania), con el ensayo “El cine en el Perú: ¿la luz al final del túnel?”. Fundador de Papel de Arbol y Psicoanálisis Estival 68 https://letralia.com/firmas/zavaletabalarezojorge.htm
Papeldearbol@gmail.com jorgez.1944@yahoo.es
Asociado a Diario16, El Mercurio Digital (España), Revista Panoramical de Milán y Tandil news de Buenos Aires.
No hay comentarios:
Publicar un comentario