Papel de Arbol

martes, 14 de agosto de 2018

MORIR CON DIGNIDAD, DESEO DE TODOS, por Francisco Carranza Romero



Francisco Carranza Romero*
Cumpliendo mi romería de cada año volví a Seúl en julio de 2018 para cumplir los compromisos académicos y para celebrar los reencuentros familiares y amicales. Pero, cada reencuentro tuvo sabores diferentes.

A pesar del clima caluroso y con bochorno que, algunos días superó los 40°C, hice visitas a dos hospitales yoyangwon donde cuidan a los pacientes que ingresan aún conscientes (muy pocas veces) o ya inconscientes. Ahora narro mis experiencias en esos centros.

1. Acompañado de mi esposa y de mi cuñada entro a un hospital, subo al segundo piso y entro, al fin, en un reducido cuarto donde yacen 6 pacientes. Presuroso y con mucho cuidado me acerco a la cama de mi concuñado quien está tendido sobre una cama, recibe el oxígeno por un tubo que penetra por su boca, en un brazo recibe el suero intravenoso las 24 horas, no siente mi llegada y supongo que tampoco me oye ni me ve. Acercándome a su oído le digo: ¡Hermano mayor, aquí estoy! Sus ojos, aunque abiertos, no se fijan en un determinado punto. Está en esta condición por dos meses. Dicen que otros pacientes semimuertos están así por años. El comentario me conmueve más porque a mí no me gustaría estar así por tantos días, meses... “Prefiero la muerte que esta vida”, es mi amarga conclusión. ¿Fue un error que a un señor de más de 80 años le hicieran la reanimación cardiopulmonar los de 911?


Mi cuñada, acompañada de sus hijos, fue a hablar al médico jefe. El resultado del diálogo: Legalmente no se puede sacar al paciente. Tampoco se puede aplicar la eutanasia. El paciente es, realmente, un cliente y seguro aportante del hospital.

En la tercera visita estrecho la mano semimuerta de mi concuñado en señal de despedida. En mi condición de andino oro a los apus andinos y coreanos para que lo ayuden a cruzar pronto el río que divide las existencias.

Y el 11 de agosto, a las 5.30 pm, hora de Toronto, recibimos la llamada de la familia de Corea avisándonos la muerte del familiar. Aunque el llanto es mi primera reacción; después, me tranquilizo pensando que la calma ha llegado: Ahora mi concuñado coreano descansa.

Desde Canadá acompaño mental y espiritualmente a la familia coreana en los ritos fúnebres: dos días de velatorio, incineración, y el rito de despedida al tercer día después del entierro. Este último rito de despedida es como el pitsqay o pichqay (pistqa: cinco), rito al quinto día post mortem.

2. Enterado de que el profesor coreano Chang Sunion está en un hospital yoyangwon, voy para verlo y despedirme porque mi visita a Corea es sólo una vez al año y por un mes. Haciendo varios cambios del tren subterráneo llego al hospital acompañado de un exembajador coreano con quien mantengo la amistad por décadas. Y él, al entrar a un cuarto con 6 camas, es quien me señala a un paciente de cabeza rapada. Mi recuerdo era: un hombre calvo, pero con abundante cabellera en los parietales y en el occipital. Ahora, para mí está desconocido. Me acerco a su lecho porque él está tendido.

-¡Profesor Chang, aquí estoy!
-¡Omona! ¡Omona! (¡Madre mía!¡Madre mía!) ¿Carranza? -Estira sus brazos y trata de levantar su cabeza-.
-Sí, profesor Chang, hermano mayor. Vengo desde Perú para verlo.
-Mis lentes, por favor. ¿Estoy soñando o estoy despierto? -Se pone los gruesos lentes con torpeza.

Me toma una mano, la estrecha y no la suelta. Sonríe, pide a un auxiliar que le alce la cama donde reposa su cabeza. Él está lúcido, no ha olvidado el español. Yo recuerdo que él mismo me contó en 1980, mi primera visita a Corea, que había traducido y publicado “El Quijote” en lengua coreana. Ahora me cuenta que sus dos hijas se han casado: una con un francés, la segunda con un español de Valencia -enfatiza la pronunciación ceceante en la última sílaba-; por eso viven en el extranjero. 


Hablamos recordando muchos acontecimientos. Bromeamos como en los tiempos cuando éramos colegas del Departamento de Español en la Universidad Hankuk de Estudios Extranjeros donde laboré por 26 años. Hasta que, recordando a los colegas menores (sus exalumnos) del Departamento, se enfurece y exclama: ¡Esos malditos! Es que ellos, olvidándose la enseñanza de Confucio: respeto al maestro, lo maltrataron en los dos últimos años antes de su jubilación. Como manda la ley, él se retiró de la labor docente a los 65 años. Pero se retiró resentido y desilusionado.

Como todo reencuentro en el hospital, éste también se hace breve. Nos abrazamos, nos despedimos emotivos porque pensamos en muchas cosas: Quizás ésta podría ser la última oportunidad para los que vivimos en lugares muy distantes: Perú y Corea. La vida está llena de sorpresas. Nadie puede comprar la vida. Nuestra vida es frágil. Nuestras lágrimas premonitorias rompen las barreras de nacionalismos y etnocentrismos. Los humanos tenemos los mismos sentimientos.

Recuerdo la enseñanza del maestro Sidarta Gautama para quien la vida es un proceso de sufrimientos: nacimiento, enfermedad, vejez y muerte.

*Profesor de la Universidad de Seúl

Carta al papa




InternacionalesOpinión

Carta al Papa

Nicolás Fuster nació un martes en Buenos Aires. Se buscó en Argentina, el Reino Unido, Bélgica y Luxemburgo. Estudió música y trabajó en una librería. Tiene una relación extramatrimonial con la Literatura y es un lector desordenado. Actualmente estudia Relaciones Internacionales en Sapienza (Roma).

Por Nicolás Fuster
04/08/2018
Querido Jorge,
¿Cómo está? Le escribo porque yo, al igual que usted, soy un argentino que vive en Roma y sigue lo que sucede en el terruño con una atención acaso mayor, especial, diferente a cuando vivía en Buenos Aires.
Como sabe, la semana que viene el Senado votará el proyecto de ley de interrupción voluntaria del embarazo. Usted representa a la Iglesia, y yo no voy a pretender que haga campaña con nosotros: la Iglesia no tiene una tradición de apoyo a los derechos civiles, pero es que aquí el problema es otro. Estamos de acuerdo usted, representante de Dios en la Tierra, y yo, joven estudiante laico, en que el aborto es una tragedia. Conozco mujeres que abortaron, y estoy seguro de que usted, que trabajó largos años en zonas pobrísimas, también.
Jorge, el aborto sucede. No es esa la discusión, sino si queremos un aborto legal y seguro, o si queremos un aborto ilegal, practicado de manera clandestina, muchas veces comprometiendo seriamente la salud o directamente la vida de las mujeres.
¿Podremos coincidir en que los derechos civiles no están tan mal? En la Unión Europea y en Argentina, los homosexuales se pueden casar. Hace no tantos años, ante la votación del proyecto de ley en nuestro Congreso, usted decía que el proyecto era la envidia del Demonio que pretende destruir la imagen de Dios (La Nación, 8 de julio de 2010). Pero hace solo unos meses, usted afirmó que a los homosexuales Dios los hizo así y que Jesús los aceptaría (Republica, 21 de mayo de 2018). Yo celebro vigorosamente esta reflexión, como celebro que abran las puertas a los divorciados, como celebro que no publiquen índices de libros prohibidos ni que condenen a los que sostienen que la Tierra gira alrededor del Sol.
En la Unión Europea, que es el sector del mundo en el que los derechos civiles están más ampliamente reconocidos, el aborto no es ilegal y clandestino, como en Somalia y por ahora en Argentina, sino que es legal y seguro.
Jorge, usted es una referencia fundamental para millones de personas, y tiene una oportunidad de oro para abandonar la tradición de la Iglesia de llegar siempre 300 años tarde. Estoy seguro de que, aún siendo Papa, puede comprender la delicadeza de la cuestión y revisar algunas posiciones, como hiciera con los homosexuales.
Agradeciéndole por la atención, aprovecho para enviarle mis más cordiales y afectuosos saludos.
Diario16, presidente Manuel Domínguez Moreno
Jorge Zavaleta Alegre, corresponsal en América Latina, desde Washignto DC. Editor en
Asociado con Diario16 y El Mercurio, Madrid, Panorámica de Milán y Tandilnews de Argentina
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Jorge Zavaleta

Es Periodista, Licenciado en Ciencias Sociales y Filosofía. Co-fundador de Gestión, primer diario de economía y negocios del Perú. Oficial de prensa del BID, autor de cinco libros sobre America Latina y ahora, Corresponsal del Diario16 de Madrid, desde Washington.

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Los compositores latinoamericanos de la “música culta”, fuera del canon germánico, atraviesa por una difícil elección entre la tradición europea y la de sus propios países.
Este es un conflicto existencial  de los estados o entes rectores que aún no  han entendido  la creciente demanda popular por su música  regional  y la nostalgia de los grupos tradicionales que  conservan vertientes musicales de la vieja Europa.
Acaso Theodor Adorno no sea la primera referencia a la que habría que recurrir para hablar de un objeto tan elusivo como la música latinoamericana, comenta el Clarín de Buenos AirePero el autor de Filosofía de la nueva música, haciendo referencia a la obra de autores “marginales” dentro del canon como Janácek, Kodály o Bartók, avanzó una hipótesis que bien puede servir para una música que, en cierto modo, se encuentra en el margen del margen.
Dice Adorno“la música realmente regional, cuyo material en sí fácil y corriente está organizado de manera muy diferente de la occidental, posee una forma de extrañamiento que la aproxima a la vanguardia y no a la reacción nacionalista.”
No importa aquí si Adorno tenía razón (lo de “material en sí fácil y corriente” no logra ocultar del todo el matiz despectivo), sino el hecho de que la utilización de materiales regionales por parte de un compositor no necesariamente tiene como correlato una posición conservadora en el plano estético o político.
Un breve repaso por la música latinoamericana del siglo pasado (y lo que va de éste) ofrece un panorama en el que la tensión entre reacción y vanguardias es particularmente urticante.
Porque, ¿en qué consistiría la música latinoamericana? ¿Basta con referirse a compositores nacidos en el territorio que se extiende desde el norte de México hasta la Patagonia? ¿O, independientemente de ese marco, existe algún tipo de criterio estético que permite individualizar algún tipo de corriente musical homogénea a la que sería posible unirle el adjetivo “latinoamericana”? 
¿Es necesario, finalmente, que un compositor recurra a esa música “realmente regional” (como la llamaba Adorno), para ser considerado, en primer lugar, un compositor nacional y, en una segunda instancia, latinoamericano?
En principio, la referencia a Latinoamérica como un todo es imposible sin un previo análisis de cada una de sus partes, sin una consideración de los complejos entramados musicales (y culturales, en un sentido amplio) de las naciones que la integran.
En cada una de ellas, la tensión entre la afirmación de una cultura nacional y la influencia de las tradiciones internacionales de las que esa cultura se nutre y eventualmente discute, será abordada de diversas maneras.
Así, el panteón de los “genios de la música universal” condena a los músicos de la periferia a convertirse en “la expresión musical de su tierra”. En cualquier caso, la música latinoamericana, sea ella lo que fuere, no implica necesariamente que los compositores deban recurrir a la estilización de materiales del folclore de su tierra.
Un reciente registro de Gustavo Dudamel y la Orquesta Juvenil Simón Bolívar para la Deutsche Grammophon, en cambio, parece darle la razón a la visión más “localista”.
El compositor argentino Marcelo Delgado escribió un Cancionero regional inspirado en poemas americanos, que cubren desde la América del Norte hasta la Tierra del Fuego. Allí, el cruce entre la tradición local y la música occidental de tradición escrita encuentra otro posible modo de manifestarse: “Creo que los géneros son bien diferentes entre sí”,dice Delgado.
“La música popular, por ejemplo, tiene una frescura y cierta rebeldía contra lo estructurado que muchas veces es muy fértil, aunque a veces le falta el rigor formal que en el otro campo, el de la música escrita, es una de las preocupaciones fundamentales”.
Una nueva generación de orquestas sinfónicas está marcando un antes y un después en la música clásica en América Latina. Las orquestas latinoamericanas que históricamente se habían detenido en el tiempo, después del declive de la URSS, numerosos instrumentistas emigraron en busca de trabajo.
Algunos fueron a Brasil, otros a Argentina y a varios países de la región. La sinfónica de San Pablo actualmente es una de las primeras  orquestas Juveniles de América Latina, siguiendo la experiencia  de Venezuela de décadas pasadas.
Otro proyecto interesante es el  grupo de 100 jóvenes de Brasil, Perú  y Colombia que se unen para ensamblar la Orquesta que, por primera vez, se presentó en septiembre de 2017.
Sin embargo, “ha sido un reto muy interesante el poder crear la primera Orquesta juvenil de América Latina”. El repertorio será latinoamericano, la Orquesta interpretará obras de compositores argentinos, brasileros, colombianos y peruanos, así como arreglos sinfónicos sobre aires tradicionales de los diferentes países y obras del repertorio universal, con el objetivo de difundir la música sinfónica del continente bajo una misma identidad latina y un mismo lenguaje musical.
La tecnología al parecer no  es suficiente para romper las islas de incomunicación. El lenguaje musical, con sus múltiples partituras, se extiende por el mundo para buscar la paz, la amistad, la oportunidad de vivir mejor para todos.