Jorge
Zavaleta Alegre
La
coexistencia del hambre, la desnutrición, las deficiencias de micronutrientes,
el sobrepeso, la obesidad se debe, entre otras causas, a la falta de acceso a
una alimentación saludable que provea la cantidad de nutrientes necesarios para
llevar una vida sana y activa.
Esta
conclusión, ratifica cuan poco ha logrado la región en materia social en estas tres últimas décadas. Las investigaciones
sobre el crecimiento económico defienden
los magros avances como grandes conquistas económicas del sur con respecto al
norte. La escasa integración y desarrollo de los países agrícolas y
preindustriales pretende ser disfrazada. Hoy en día la mejor producción de
alimentos agropecuarios se cotizan en el norte a un costo similar
relativo que en el sur.
Se afirma que
hay una disminución de preparaciones
culinarias tradicionales basadas en alimentos frescos, preparados y consumidos
en el hogar, y una presencia y consumo cada vez mayor de productos ultraprocesados
con baja densidad de nutrientes pero con alto contenido de azúcares, sodio y
grasas.
En realidad se oculta o disfraza el mensaje de la verdad.
La ausencia de programas sociales serios, con recursos necesarios no cumplen el
mensaje teórico. El alto costo que se atribuye
a un programa se debe a la ineficiencia de la burocracia, a la corrupción administrativa y a
los magros salarios que recibe la clase
trabajadora en el mercado urbano. Las zonas rurales cada día son más
solitarias. Las ciudades no ofrecen oportunidades para que los niños vivan
mejor. La persistencia de la malnutrición en todas sus formas y la disminución
de la calidad de vida de los niños se debe al crecimiento demográfico, las
demandas que impone la vida urbana, la escasa capacidad de compra de los hogares
y el papel de los medios de comunicación
que induce el consumo errático o la subalimentación.
El Desarrollo
Sostenible (ODS), tema que predican múltiples instituciones de la ONU, son discursos
sin soporte económico, pues las metas que plantean sobre la erradicación definitiva del hambre y la
malnutrición antes del año 2030, son simplemente teoremas de salón y
entretenimientos estadísticos. La Celac, por ejemplo se atreve a señalar que el
2025 América Latina y el Caribe, es la
meta para lograr la eliminación del Hambre.
Vamos a conocer el mensaje del BM: ¿Cuál es el
costo del retraso en el crecimiento infantil y cuál es el rendimiento de los
programas que lo combaten?
Esta es una
interrogante que se hace la banca multilateral, según revelan Emanuela Galasso
y Adam Wagstaff a través del Banco Mundial.
La niña #
115181 a la que estamos observando en la Encuesta de Demografía y Salud tiene
38 meses de edad. La llamaremos María. Su hermano mayor, el niño # 115201,
tiene 51 meses. Lo llamaremos Alejandro. Pese a tener 13 meses de diferencia de
edad, ambos miden 92 cm. María es más bien baja para su edad: está en el percentil
18 de la población de referencia de niños bien alimentados. Mediría 96 cm si
tuviese el valor promedio. Alejandro es extremadamente bajo: debería medir 10
cm más si hubiese alcanzado la estatura promedio para su edad. Es, en efecto,
tan bajo que ni siquiera se encuentra en el percentil 1. Técnicamente,
Alejandro sufre de “retraso en el crecimiento”: su “puntuación z de estatura
para la edad” es de ‑2,64, es decir menos de 2, lo que
significa que su estatura para la edad es inferior a 2 desviaciones estándar
por debajo de la media de la población de referencia.
Puesto que ya
han cumplido dos años, es probable que María haya escapado al retraso en su
crecimiento, pero no así Alejandro. Sus oportunidades de vida son mucho peores
que las de su hermana menor. La bajísima estatura de Alejandro se debe a una
combinación de exposición acumulativa a infecciones y a una severa desnutrición
en el útero y durante la infancia. Esta combinación habrá afectado el
desarrollo no solo de su cuerpo sino también de su cerebro. María lo alcanzará
en destrezas cognitivas y socioemocionales y lo superará.
Alejandro se
desempeñará mal en la escuela y la abandonará más temprano. Ganará menos en la
edad adulta, en parte debido a sus destrezas cognitivas menos desarrolladas,
pero también a su menor estatura. También correrá un mayor riesgo de contraer
enfermedades no transmisibles más tarde en la vida.
El retraso en
el crecimiento supone una penalización agregada en el ingreso. Si más allá de
María y Alejandro vamos a otros niños con y sin retraso en el crecimiento en su
país, podemos ver cómo países enteros pagan una penalización —en términos de un
ingreso per cápita más bajo— por no abordar ese retraso en la primera infancia.
Varios
estudios han intentado cuantificar esta penalización agregada analizando
directamente la asociación entre el retraso en el crecimiento y la estatura
adulta con el monto de los ingresos, o utilizando información que vincula el
retraso en el crecimiento en la primera infancia a los ingresos en la edad adulta,
presentada en un estudio de eficacia en
pequeña escala realizado en cuatro localidades pobres de la Guatemala rural.
En una nota
sobre investigaciones de política recientemente publicada, nosotros y nuestros
coautores reunimos una base de evidencia más amplia para reestimar la
penalización agregada del ingreso en que incurren los países debido al retraso
en el crecimiento infantil.
Calculamos
los efectos de ese retraso en los ingresos de por vida, analizándolos a través
de todas las vías posibles: escolarización reducida (-1,6 años en promedio),
estatura reducida en la edad adulta (-6 cm en promedio) y menores destrezas
cognitivas (-0,6 desviaciones estándar en una prueba típica). Para cada una de
estas vías tradujimos el déficit en los menores beneficios del mercado laboral
—y por ende en la pérdida de ingresos en la edad adulta— que percibe un niño
con retraso en el crecimiento cuando se integra a la fuerza de trabajo.
Estas cifras
nos permiten ponerle números al siguiente ejercicio mental: ¿cuán más alto
sería hoy el PIB per cápita de un país si ninguno de sus actuales trabajadores
hubiese sufrido de retraso en el crecimiento durante su infancia? Obviamente,
la respuesta depende en parte de la edad promedio de los trabajadores de hoy. En
el caso de Chile, la tasa de retraso en el crecimiento cuando el trabajador
de edad promedio era un niño, se ubicaba
en apenas el 8%. En Bangladesh era del 70%.
Adoptamos un
método utilizado en la literatura sobre el crecimiento denominado “contabilidad
del desarrollo” para combinar estas tasas de retraso en el crecimiento con las
penalizaciones del ingreso en términos de la escolarización, la cognición y la
estatura que sufrió un trabajador con retraso en el crecimiento durante su
infancia. Encontramos que el PIB per cápita promedio del país es un 7 % más
bajo de lo que habría sido si ninguno de sus trabajadores actuales hubiese
tenido retraso en el crecimiento durante su infancia. En África y en Asia
Meridional el promedio es incluso más alto (9-10%).
¿Pero cuáles
son los rendimientos de las intervenciones que reducen el retraso en el
crecimiento?
Los
beneficios económicos potenciales de las intervenciones para reducir el retraso
en el crecimiento son considerables, incluso si estas se implementan muchos
años después. Materializar estos beneficios requiere de intervenciones que
reduzcan el retraso en el crecimiento. Y mientras más efectivas y menos
costosas sean, mayores serán sus rendimientos económicos.
Hay un
conjunto de intervenciones para las cuales los investigadores han estimado
tanto los costos per cápita como los impactos generales en la prevalencia del
retraso en el crecimiento. Se trata de un paquete de 10 intervenciones clave
“específicas sobre nutrición” para mujeres embarazadas y niños en los primeros
1000 días de vida, a partir de la concepción, que incluyen suplementos de
micronutrientes, proteico-energéticos y de calcio durante el embarazo;
educación nutricional; alimentación complementaria; y promoción de la
lactancia. Los investigadores estiman que si estas intervenciones se ampliaran
a escala de los niveles actuales al 90% en 34 países con tasas altas de retraso
en el crecimiento, estas se reducirían en un 20%.
No se trata
de un impacto especialmente significativo pero, como vimos anteriormente,
incluso un cambio pequeño en el retraso en el crecimiento está asociado con
logros mejores en los ingresos. Además, estas intervenciones podrían tener
impactos en otros resultados clave para los niños que también forman parte de
los Objetivos de Desarrollo Sostenibles (ODS), como la supervivencia infantil,
y su costo combinado no es tan alto (menos de USD 5 per cápita).
Si juntamos
estas cifras relativamente bajas del costo de los programas con nuestras
estimaciones anteriores de las ganancias en el ingreso que resultan de la
reducción del retraso en el crecimiento a largo plazo, obtenemos una relación
de costo-beneficio y una tasa de rendimiento para este paquete nutricional.
Consideramos que los costos son actuales mientras que los beneficios —en
términos de ingresos mayores— no se percibirán sino cuando el niño se incorpore
a la fuerza de trabajo 15 o más años después. También tenemos en cuenta que por
cada dólar que se gasta, el programa logra USD 15 en beneficios, asumiendo una
tasa de descuento del 5%, y que su tasa de rendimiento es del 17%.
Es probable
que estas cifras subestimen los rendimientos sociales toda vez que ignoran los
posibles beneficios para la sociedad en su conjunto, por ejemplo que las madres
y los trabajadores tengan un mayor nivel educativo. Nuestras estimaciones
siguen siendo razonablemente altas incluso si hacemos supuestos más
conservadores. En el caso ultrapesimista de que duplicáramos los costos del
programa a casi USD 10 per cápita: redujéramos a la mitad el efecto del
programa en el retraso en el crecimiento, es decir al 10 %; y a la mitad el
supuesto impacto del retraso en el crecimiento en la educación, la estatura y
la cognición, obteniendo una tasa de rendimiento estimada de alrededor del 10%.
¿Qué hacer
más allá de las intervenciones directas en materia de nutrición?
Ampliar el
alcance del paquete nutricional al 90% —algo para nada insignificante— reduce
el retraso en el crecimiento en apenas 20%, muy por debajo del 40% reivindicado
en los ODS. E incluso nos quedamos cortos si además asumimos que persistiría la
reciente tendencia descendente del retraso en el crecimiento.
Afortunadamente
hay otras armas disponibles. Recientemente se han hecho intentos por sintetizar
la evidencia de los efectos de las así llamadas intervenciones “sensibles a la
nutrición” que abordan los determinantes subyacentes de la nutrición. Estas
intervenciones incluyen esquemas de transferencias monetarias condicionadas
(TMC) que mejoran la nutrición infantil proporcionando a los hogares recursos
adicionales para adquirir alimentos más nutritivos y alentando el seguimiento
del crecimiento y las consultas pre y posnatales.
Las
intervenciones relacionadas con agua y saneamiento, incluidas las inversiones
en infraestructura y las que promueven cambios de comportamiento como lavarse
las manos, también pueden ayudar pues reducen el entorno de enfermedades a las
que están expuestos los niños.
Los programas
que promueven una mejor crianza e intensifican la estimulación temprana y el
aprendizaje no solo reducen el costo a largo plazo del retraso en el
crecimiento, sino que además aumentan el desarrollo cognitivo y socioemocional
incluso más allá de los dos primeros años de vida.
Sabemos que
incluso ampliando la cobertura de las intervenciones nutricionales directas al
90% el retraso en el crecimiento se reduciría tan solo en un 20%, que los
costos son suficientemente pequeños y que los efectos en los ingresos son
bastante significativos como para que esta inversión reporte una tasa de
rendimiento considerable del orden del 17%.
Lo que aún no
sabemos es en qué magnitud se reduciría el retraso en el crecimiento si se
ampliara cada una de esas intervenciones y cuánto costaría hacerlo. Un análisis
de la tasa de rendimiento de cada una de estas intervenciones debería considerar
que cada una de ellas entraña beneficios para la sociedad que van bastante más
allá de sus impactos nutricionales: permiten que los niños ingresen a la
escuela y permanezcan en ella; que mejore la nutrición de los adultos; que se
reduzca el costo del acceso a agua potable; y que se fortalezca el desarrollo
cognitivo y socioemocional.
Además, es
probable que los beneficios de cada intervención dependan de la ampliación de
las demás. No se trata, pues, de un ejercicio sencillo sino de uno que ayudaría
a orientar a los formuladores de políticas para asegurar que más niños
comiencen su vida como María y menos lo hagan como Alejandro, y evitar las
grandes pérdidas de ingreso asociadas al retraso en el crecimiento durante la
infancia.
-Emanuela Galasso es
una economista sénior del Banco Mundial en la Unidad de Pobreza y Desigualdad
del Grupo de Investigaciones sobre el Desarrollo.
-Adam Wagstaff es el
Director de Investigaciones del equipo de Desarrollo Humano y Servicios
Públicos del Grupo de Investigaciones sobre el Desarrollo del Banco Mundial.