EL CINE LATINOAMERICANO
Jorge Zavaleta Balarezo
Las frenéticas imágenes de
“Pizza, birra, faso”, aquella película del uruguayo Israel Adrián Caetano que
transcurre en una crítica, nocturna y desordenada Buenos Aires, reflejan, a
casi quince años de su realización, la ventaja que ha tomado el “Nuevo Cine
Argentino”: cómo a partir de diversos conceptos y propuestas -estéticos,
políticos, éticos, ideológicos, estilísticos-, este movimiento gana cada vez
más aceptación y demuestra que su materia prima -la realidad de la vida
cotidiana- se ha convertido en un tópico imitado no con menos éxito en otros
países de América Latina.
“Pizza…” es considerado el
punto de partida del “Nuevo Cine Argentino”, junto a la serie de cortos “Historias
breves” que incluyó uno de la por entonces novel cineasta Lucrecia Martel,
quien luego alcanzaría fama mundial y a la fecha ha rodado una trilogía que
tiene como escenario lugares y espacios de la provincia de Salta: las
películas, cómo no, son “La ciénaga”, “La niña santa” (para nosotros, su obra
más lograda), y “La mujer sin cabeza”, ante la cual se rindió un crítico de The
New York Times.
Estamos hablando de un proceso
artístico vinculado a temas financieros, de producción y de búsqueda de mercados.
Argentina, un país a donde el cinematógrafo llegó tan pronto como fue inventado
(lo patentaron los hermanos Lumière en 1895 y por la misma época Thomas Alva
Edison hizo lo propio con el kinetoscopio en Estados Unidos), supo desarrollar
desde muy temprano una tradición fílmica, muy solvente y vasta que, junto a las
de Brasil y México, estuvo en condiciones de competir con Hollywood ya desde
los años 20.
Algunos críticos del hoy muy en
boga “Nuevo Cine Argentino” se interrogan sobre la naturaleza de esta
definición. Llamarlo “nuevo” significaría dejar atrás lo que estuvieron
haciendo hasta los 90 directores como Fernando Solanas (uno de los autores de
la mítica “La hora de los hornos”), Eliseo Subiela, Alejandro Agresti y Adolfo
Aristarain. En opinión de la crítica Joanna Page, quien recientemente ha
publicado “Crisis and Capitalism in New Argentine Cinema”, para Duke
University, la onda de los 80 y principios de los 90 vivió una etapa de fuerte
crisis, agobiada por problemas de producción. Además debemos considerar las
reformas neoliberales del gobierno de Menem, que contradijeron un estado de
bienestar. Pese a ello, la promulgación de una nueva ley de cine, que amplió el
espectro de la producción y ha permitido el surgimiento de nuevos valores, es
un hecho importante. A la hora que escribimos esta nota, películas como
“Carancho”, de Pablo Trapero, quien esperó casi una década para estrenar su
primer filme, rodado muy artesanalmente, y “El secreto de sus ojos”, de Juan
José Campanella -efectivo drama judicial que no olvida los traumas de la
dictadura y que se llevó el Oscar en 2010- representan “consecuencias directas”
del movimiento que sigue llamando la atención a nivel global, y al cual se
adhieren nuevos y talentosos nombres. Por ejemplo, Daniel Burman, Lisandro
Alonso, Carlos Sorín, Gustavo Postiglione, Marcelo Piñeyro o el fallecido
Fabián Bielinsky, autor de sólo dos películas, “Nueve reinas” y “El aura”, esta
última un policial de exquisita factura, protagonizado por Ricardo Darín, el
actor “por excelencia” en estos años en el cine argentino.
En “Pizza, birra, faso”,
Caetano conecta desde su visión de la marginalidad y el desarraigo emocional,
con las películas de tono social y realista dirigidas por el colombiano Víctor
Gaviria, como “Rodrigo D” y “La vendedora de rosas”, esta última una oscura
pesadilla nocturna, un descenso a los infiernos en el Medellín de fines de los
90 donde aún pervive la memoria del “capo” Pablo Escobar. La niña protagonista,
como en las películas del neorrealismo italiano, no es una actriz profesional y
da vida a una jovencita atormentada por sus propias experiencias, que la cinta
quiere reconocer en “La vendedora de fósforos”, el célebre cuento de Hans
Christian Andersen, aunque este solo sirva de un referente colateral.
Igualmente, Caetano conecta con
el “realismo sucio” de “Ratas, ratones, rateros”, expectante visión “a lo
Tarantino” sobre el malvivir y los conflictos de raza y clase en Quito y
Guayaquil, ciudades neurálgicas de Ecuador a las que el cineasta Sebastián Cordero
se acerca también con una negra ironía.
Caetano obtuvo un premio para
“Pizza…” en el Festival de Mar del Plata de 1997, evento que se organizaba
después de 26 años. Su obra, como las de Gaviria o la de Cordero, ha servido
para reactualizar en el cine latinoamericano los temas de violencia y
marginalidad que son tratados, según unas miradas, utilizando una “estética de
la miseria, de lo feo, del desecho”. La noción del “desechable” estuvo presente
en la sociedad colombiana y fue un tema tratado con furia y a cuyo debate las
películas de Gaviria contribuyeron revolucionariamente. Una lectura útil de la
carrera y la estética de Gaviria puede hallarse en el libro del crítico Jorge
Rufinelli, “Los márgenes al centro”.
Caetano continuó retratando la
marginalidad y la sobrevivencia a través de películas que han sido relecturas o
reactualizaciones del neorrealismo, como “Un oso rojo”, historia de un hombre
que va a prisión, sale de ella y vuelve a delinquir para saldar cuentas, en
tanto le preocupa la vida de su menor hija y de su ex esposa. La crítica Joanna
Page interpreta “Un oso rojo” como un western urbano y posmoderno, pero
nosotros hallamos, además, claras referencias al scorsesiano “Taxi Driver” y a
la película clásica de Jean Pierre Melville con Alain Delon, “El samurái”. Con
tan preclaros antecedentes, el largometraje de Caetano, protagonizado por Julio
Chávez, otra figura muy visible en el “Nuevo Cine Argentino”, se convierte en
un relato que humaniza a sus personajes y no plantea el simplista enfrentamiento
entre héroes o villanos, así como tampoco acude a atribuirle la razón a un
grupo y dársela a otro supuestamente intocado. En “Bolivia”, Caetano utiliza la
técnica neorrealista al filmar en blanco y negro para seguir los patéticos días
de un migrante del altiplano que se emplea como cocinero en un restaurante de
Buenos Aires y quien encuentra la salida menos esperada para sus afanes de
convertir su migración en un evento productivo para la familia a la que ha
tenido que abandonar, producto de las diásporas trasnacionales de los 90,
provocadas por las etapas más radicales del neoliberalismo en la región.
Caetano filma con fuerza,
nervio, ímpetu, calcula las escenas y los conflictos, alegoriza sobre la falta
de libertad diseñando, en el restaurante, un espacio claustrofóbico en el cual
el migrante urgido siempre va a ser el “otro”, mirado con desconfianza y odio.
Sin embargo, visiones como las de Caetano o Gaviria encontraron objeciones
entre sus propios colegas. Luis Puenzo, el director de la célebre “La historia
oficial”, cuestionó -como lo recoge el libro del estudioso ecuatoriano
Christián León- el que las películas que acudían a la marginalidad para
encontrar su materia prima, practicaran una suerte de “pornomiseria”. En
opinión de Puenzo, América Latina posee otros rostros, situaciones y escenarios
tan o más competentes que los del norte industrializado y aquellos también
debieran mostrarse en vez de acudir a historias miserabilistas. Por cierto,
cabe anotar que esta tradición en el cine latinoamericano -de la cual forman
parte igualmente “La hora de los hornos”, de Solanas y Gettino, “Tire Dié”, de
Fernando Birri o los cortos y largometrajes del Grupo Chaski en Perú durante
los años 80- bien pudo ser inaugurada por “Los olvidados”, cinta que Luis Buñuel
filma en México en los 50 y que sirve de constante intertexto para esta poética
del discurso audiovisual comprometido con los más débiles y necesitados, con
los que recorren calles y avenidas, se detienen en esquinas y atraviesan la
ciudad del centro a las periferias, reproduciendo ese nomadismo típico de la
decadente esquizofrenia poscapitalista conceptualizada por los filósofos
Deleuze y Guatari.
El “Nuevo Cine Argentino”, las
honestas y veraces muestras del cine de otros países latinoamericanos, los debates
en pro de un cine social de avanzada, o puramente estético, o la búsqueda de un
“cuarto cine”, guiado por la independencia y las nuevas tecnologías, como lo
sugiere el director rosarino Gustavo Postiglione, autor de una cinta
absolutamente peculiar, “El asadito”, rodada en un día, en blanco y negro y
ambientada el último día del siglo 20: sí, todas estas son caras, muestras y
facetas de un arte que se reinventa permanentemente y que no elude ningún tema.
En futuras series nos tocará hablar más a fondo del cine del mexicano Carlos
Reygadas o de películas filmadas en Colombia por directores extranjeros como
“La virgen de los sicarios” o “María llena eres de gracia”, o de ese
trascendental universo audiovisual que muestra Brasil, por ejemplo, en “Bus 174”
o “Tropa de elite”. Volveremos sobre la expectante y sugerente obra de Lucrecia
Martel. Y nos animaremos a revisar el cine que se está haciendo, ahora mismo,
en nuestro país, Perú, ya avalado por la consagración internacional de “La teta
asustada”, de Claudia Llosa, a la que han seguido otras películas igualmente
premiadas en festivales y muestras internacionales: “Paraíso”,
“Contracorriente”, “Octubre”. La función, pues, debe continuar.
Jorge Zavaleta Alegre
PhD por la Universidad de
Pittsburgh
Estudios de Literatura
Iberoamericana y Cine
Blog: Psicoanalisis Estivval
Codirector y fundador de Papeldearbol@gmail.com
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