Pinturas: July
Balarezo Alayo - Lima, Una aldea en los Andes
Oswaldo Guayasamín,
Ternura, Museo en Quito
Mi infancia fue influenciada por la radio. Las emisoras
del Ecuador cubrían, con extraordinaria claridad, el firmamento. Las ciudades del Callejón de
Huaylas, al pie de una cadena de nevados, tenían como compañía, los pasillos y sanjuanitos, y pasajes literarios de Huasipungo. Eran
tiempos en los que la enemistad oficial,
alimentada por los gobiernos de Perú y Ecuador, era una fuente de corrupción, en una incontenible
carrera armamentista. Cuando, años
después, en 1965, viajamos con mis
compañeros de la Universidad de Trujillo, comprobamos que la
solidaridad ecuatoriana era amplia, generosa.
En las líneas siguientes, una pequeña
explicación. Un compañero de promoción, que nos daba lecciones de periodismo gráfico, Gustavo Álvarez, llevó una exposición de
fotografías del Gran Pajatén, ciudadela
de piedra y madera, construida antes de la
cultura Inca, en la Amazonía del departamento de La Libertad, en el Norte del Perú,
cruzando el caudaloso Marañón.
El nacionalismo alimentado en las
aulas peruanas nos traicionó. Visitamos al
entonces embajador peruano en
Quito para solicitarle un espacio que
permitiera la exposición gráfica. Y el
diplomático de Torre Tagle, prácticamente nos expulsó de su recinto. Nos dijo que sería una
provocación para alejar aún más las relaciones. Y con la puerta en la cara, nos
fuimos a la Casa de la
Cultura de Ecuador donde nunca nos imaginamos que la acogida iba ser tan
generosa. “Gracias por venir a esta
casa, que es de todos, regresen mañana para darles respuesta”, nos dijo su
Director.
Estuvimos en la cita, antes que se
abrieran las puertas de la institución.
Y coincidimos con el Director. “Pasen, pasen, este es el ambiente asignado”. Las cincuenta imágenes del Pajatén estaban
colgadas en marcos de madera y con una
pormenorizada explicación de lo que significaba el trabajo del periodista. Les agradezco por su contribución. Y luego invitó a GA a firmar un recibo
como pago por la contribución al conocimiento y la necesidad mantener la unidad de los pueblos vecinos.
El Ecuador ha sido y es tierra de artistas.
Esta tradición hunde sus raíces en el remoto pasado, que reaparece con
múltiples creaciones de cerámica y metalurgia, que ha rescatado la arqueología.
Hacia finales del siglo XIX,
varios artistas conformaron la avanzada
de un arte, la pintura, que ocupará un papel predominante en el panorama de la cultura
contemporánea del país. Obras importantes como Capilla del hombre, El tamaño sí
importa, del artista Roberto Jaramillo, obtuvo el premio Adquisición
Salón Mariano Aguilera, 2005. Otra muestra famosa es Perchero, de la artista
Mariana Fernández de Córdova, el mismo que está elaborado en metal, hierro
forjado y aserrín encolado.
Sin duda el pintor contemporáneo es Oswaldo Guayasamín, cuyo museo en Quito
es un lugar de imprescindible visita.
La literatura ecuatoriana se ha
caracterizado por ser esencialmente costumbrista y, en general, muy ligada a
los sucesos exclusivamente nacionales, con narraciones que permiten vislumbrar
cómo es y se desenvuelve la vida del ciudadano común y corriente.
De escritos antes de la llegada
de los españoles, no se tiene ningún registro. En la época colonial en cambio,
existen varios escritos de indígenas ecuatorianos en quechua. El más famoso de
ellos es la llamada Elegía a la muerte de Atahualpa, atribuida a Jacinto
Collahuazo, un cacique nacido en las cercanías de la ciudad de Ibarra. En poesía, el máximo representante en Ecuador
para esta época es el padre Juan Bautista Aguirre (1725-1786), nacido en Daule.
Otros artistas coloniales ecuatorianos
son Antonio Bastidas y Jacinto de Evia.
July Balarezo, (Trujillo-Lima 2013) Taller Mestres Barcelona-Lima |
Precisamente, la novela Cumandá
con las rebeliones indígenas de la época, es un libro de A. La Costa como correlato del afán
integrador alfarista, el realismo social, el relato urbano, las corrientes
narrativas a partir de los setenta o el joven relato actual con la migración
como fenómeno sociodemográfico de referencia.
Tal vez el argumento más
convincente a favor de la rebelión de Jorge Icaza es que la miseria del indio
es incesante; el sufrimiento del indígena en sus relatos aún persiste. Fue el
representante de la novela indigenista. En 1933 su obra teatral El dictador recibió duras
críticas de las autoridades, por lo que comenzó a escribir novelas y, aunque
abrió una librería, nunca abandonó su cargo gubernamental.
La publicación de su primera
novela, Huasipungo (1934), es la novela indigenista. La crítica despiadada de los abusos del
capitalismo y de la explotación de los indígenas, fue recibido con desagrado
por las clases más pudientes de la sociedad ecuatoriana y por la Iglesia, y
muchos lo criticaron afirmando que era un libro pobremente construido y
escasamente interesante, mientras que otros alabaron la fuerza y la belleza del
lenguaje, y su maestría a la hora de describir los ultrajes a los que eran sometidos
los pueblos indígenas.
Los tiempos no han cambiado
mucho. Solo una muestra: Chevron,
adeuda a las comunidades del Ecuador la suma de 19 mil millones de
dólares, según el fallo judicial, por la
muerte de centenas de pobladores durante la explotación de petróleo con tecnología
inadecuada y la contaminación de
las fuentes de agua. Esta seguirá siendo
una de las tareas más importantes del nuevo presidente del Ecuador, Lenín Moreno, como sucesor de Rafael Correa, según las explicaciones de los pueblos fronterizos
como la región de Tumbes, en Perú, donde
Lenin Moreno apoyó a través de la Misión Manuela Espejo, que brinda ayuda a la
gente discapacitada en todo el Ecuador, sentimiento que emerge en las filas
de Alfaro Vive, movimiento popular que
formó parte en su juventud, según nos explica el sociólogo Julio Rojas, en La Aldea de Oro, en coautoría del
sismólogo Julio Kuroiwa, libro que la Comunidad Andina presentó en su sede en Lima, a fines del 2013.