Papel de Arbol

jueves, 18 de mayo de 2023

¿Latinoamérica sin Reyes? The NY TIMES ABRE EL DIALOGO

 

 


 ¿Latinoamérica sin Reyes?

Jorge Zavaleta Alegre

The New York Times, el 5 de mayo de 2021, ha publicado un artículo de Hannah Rose Woods, historiadora cultural y la autora de Rule, “Nostalgia: A Backwards History of Britain”. Y los latinoamericanos explican hoy  la no existencia de monarquías.

Mientras en Europa, la oligarquía había sido, diremos, ya desterrada, en nuestra América Latina empezaba a implantarse. Esto es consecuencia del vacío de poder que vivieron nuestros países luego de que se independizaran.

Por qué la mayoría de países americanos no tienen reyes. El principio de los estados americanos se ubica en 1776, con la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, los cuales habían estado gobernados por la Corona Británica. EEUU tras un gran guerra contra Reino Unido, consiguió independizarse de los reyes británicos, siendo considerado como el primer país en llevar a cabo una revolución liberal, y sirviendo como ejemplo para estados posteriores.

Años más tarde, a principios del siglo XIX, comenzó el proceso de independencia de los estados latinos. Estos se enfrentaron con los que habían sido hasta ese momento sus gobernantes, los reyes españoles.

En 1809 sucedió un levantamiento popular, conocida como la Revolución de Chuquisaca, con dio inicio a la Guerra de Independencia Hispanoamericana. Esta guerra fue una serie de conflictos armados que enfrentó al Imperio Español contra sus posesiones en América latina. Pues muchas de estas regiones se declararon como estados nacionales republicanos, rompiendo con el gobierno monárquico español.

En 1824 concluyó la guerra, y la mayoría de las colonias se independizaron de España, formándose 15 nuevas naciones. Las únicas colonias que España mantuvo fueron Cuba y República Dominicana, que se independizaron en 1898 y 1844 respectivamente. A lo largo de los siglos otros estados se han ido independizando de sus respectivas monarquías, y en la gran mayoría de los estados americanos en la actualidad  no tienen gran monarquía.

En la Edad Moderna surgió una ideología conocida como liberalismo, la cual se basaba en la defensa de la libertad individual, en un poder limitado del Estado y en la igualdad de todos ante la ley.

Del liberalismo surgieron las revoluciones liberales, que buscaba un cambio en la política de la Edad Moderna, siendo estas ideas las que influyeron en las revoluciones americanas.



El primer Estado americano en declararse como una república fueron los Estados Unidos. En su Declaración de Independencia hablaban del rechazo a la monarquía, y en la aprobación de una república. Esto se debía en gran parte al comportamiento que el rey inglés había tenido durante la guerra, tildándolo de tirano.

 Más tarde, la ideología liberal influyó en las independencias de los estados americanos que se separaron del Imperio Español, los cuales se formaron como republicanos rompiendo con todo tipo de monarquía. La única excepción fue México que, durante unos años, tomó como forma de gobierno la monarquía llamándose el Primer Imperio Mexicano, situación que duró solo dos años.

Aunque la mayoría de estados americanos no tienen monarquía, existen pocos países gobernados por reyes (monarquías constitucionales). Estos países son la excepción: Canadá. Antigua y Barbuda. Jamaica. Granada. Belice.

Leamos a Hannah Rose Woods.

La mañana del sábado, Carlos Felipe Arturo Jorge Mountbatten-Windsor saldrá del Palacio de Buckingham en un carruaje tirado por seis caballos, hará un recorrido extenso por el centro de Londres y llegará a la Abadía de Westminster un poco antes de las 11 a. m., para una ceremonia que en gran parte se ha celebrado de la misma manera desde hace un milenio.

Dentro de la abadía, se sentará en la silla de la coronación, que tiene más de 700 años de antigüedad y que albergará, de manera temporal, un bloque de piedra arenisca escocesa conocida como la piedra del destino. En algún punto, se pondrá una túnica de 200 años de antigüedad confeccionada con tejido de oro, bordada de rosas, cardos y tréboles y forrada con seda roja. Será presentado ante la congregación, cuyos integrantes gritarán: “¡Dios salve al rey Carlos!”.

Carlos será ungido con aceite santo de una cuchara del siglo XII y se le entregará un orbe, que simboliza la autoridad proveniente de Dios, y un cetro, que representa el poder. El arzobispo de Canterbury le colocará en la cabeza la corona de San Eduardo, que tiene más de 350 años, está elaborada de oro macizo y adornada con un conjunto de rubíes, amatistas, zafiros, granates, topacios y turmalinas.

Si esta mezcla de antiguo simbolismo religioso y político le parece impenetrable al espectador promedio, es parte de la idea: cuando se trata de coronaciones británicas, el anacronismo es una característica, no un error. La monarquía del Reino Unido y el pasado del país están vinculados de manera intrínseca y una coronación le da una oportunidad a la institución de hacer un guiño a la historia con la esperanza de que la historia le haga un guiño de vuelta. Una coronación exitosa le comunica al mundo —y refleja en tantos británicos como es posible— una versión de quiénes nos gustaría creer que somos. El problema es que esta coronación ocurre en un momento en el que no está muy claro lo que creemos ser.

El Reino Unido en 2023 es un país al borde de Europa que está luchando con su pasado imperial y afrontando un futuro incierto. Desde la campaña del brexit en 2016, invocar la “grandeza” de la historia del Reino Unido —al mencionar acontecimientos o nombres como la batalla de Agincourt o Winston Churchill— se ha vuelto usual para los políticos de derecha que quieren articular una visión del futuro del Reino Unido fuera de Europa. Y quizá precisamente porque el futuro del Reino Unido fuera de Europa parece depender tanto de su pasado, hay un tono cada vez más duro e insulso en las conversaciones sobre la historia británica: un patriotismo que no admite ninguna crítica. Los intentos de volver a analizar la historia imperial del Reino Unido han sido desestimados como “tratar de dañar al Reino Unido”, promover “una agenda progre” o “sentir una gran vergüenza sobre nuestra historia”.

Al mismo tiempo, la economía del Reino Unido es una de las de más lento crecimiento en el Grupo de los Siete. Hay una “crisis del costo de vida” (niveles altos en tasas de interés, inflación y precios de energéticos). Un número histórico de familias usan bancos de alimentos y uno de cada cinco británicos vive en la pobreza.

Este es el momento complejo y polarizado al que la ceremonia del sábado debe tratar de adaptarse. Camila, la reina consorte, no portará en su corona el diamante Koh-i-Noor, que fue robado de la India durante el dominio británico y es un símbolo para muchos de hurto colonial; el aceite sagrado será vegano (sin civeta, almizcle o ámbar gris), y la ceremonia en sí será más breve y menos fastuosa, con una lista de invitados reducida, que se supone es una señal de ahorro y conciencia ambiental.

No obstante, esta coronación reducida todavía les costará millones a los contribuyentes británicos; aunque la cantidad exacta no se hará pública sino hasta después del evento, se reporta que rondará los 125 millones de dólares. Para muchos, el simple hecho de que se realice la coronación es señal de un país en negación, aferrado a una grandeza del pasado. Para otros, cualquier concesión al presente es demasiado insoportable.

“Es en particular perturbador que no se le haya solicitado al conde de Derby que proporcionara halcones, como lo ha hecho su familia desde el siglo XVI”, escribió Petronella Wyatt, una columnista en The Daily Telegraph, con aparente seriedad. “Estos pequeños detalles privan a las personas de su propósito en la vida”.

Es un acto de equilibrio delicado: despilfarrar la cantidad correcta y estar a la altura de las circunstancias; recortar de más y perder cualquier poder que tenga la ceremonia. Sin embargo, las coronaciones, como las monarquías, han tenido que evolucionar durante mucho tiempo.

Para el siglo XVIII, el Reino Unido era una monarquía constitucional en la que el equilibrio de poder había cambiado de la Corona al Parlamento. En la convulsión de la primera Revolución industrial y a medida que las monarquías europeas —incluida la opulenta corte francesa en Versalles— eran derrocadas en olas de revolución política, ceremonias como las coronaciones se volvieron una parte integral de la imagen propia de un país que podía incorporar cambios sin ruptura, que había optado por la evolución en vez de la revolución.

La coronación de Jorge IV en 1821, tras la victoria del Reino Unido en las guerras napoleónicas, fue una de las más fastuosas en la historia británica, un intento, en parte, de eclipsar a Napoleón y celebrar la supremacía británica, pero también un síntoma del despilfarro escandaloso que lo hizo tan impopular. En 1831, su sucesor, Guillermo IV, tal vez al percibir los ánimos, quiso suspender la ceremonia de coronación por completo. Al final, cedió ante la presión de sus consejeros y accedió a celebrar un festejo más sencillo sin banquete y una procesión más pequeña. Aun así, fue demasiado para algunos.

La coronación de Victoria, la sobrina de Guillermo, en 1838, tras una crisis financiera transatlántica, se vio restringida hasta el punto de ser apodada despectivamente como la “coronación del centavo”. Sin embargo, fue grande en un aspecto importante: se estima que alrededor de 400.000 británicos presenciaron la procesión de Victoria; además, hubo una feria enorme en Hyde Park y pirotecnia.

Una ceremonia que siempre había estado reservada para la nobleza comenzó a hacerse más pública. Para el siglo XX, la lista de invitados incluía a miembros de las clases media y, después, trabajadora. Para la coronación de Eduardo VII, en 1902, a los trabajadores se les concedió un día feriado para celebrar el acontecimiento (todavía lo tienen, este año es el 8 de mayo).

La coronación de Isabel II, en 1953, tras años de racionamiento y austeridad en la posguerra y con el Imperio británico ya en decadencia, trató de proyectar la imagen de un país que todavía era una potencia mundial al invitar a representantes de las colonias y dominios británicos. Sin embargo, para el jubileo de platino el verano pasado, no fue festejada como la cabeza de una potencia global, sino como un símbolo de un sentimiento británico nostálgico y de posguerra que fue invocado con una flota de Mini Coopers retro y un juego de té de media tarde hecho por completo de fieltro. Fue un brillo alegre que, para algunos, solo subrayó la brecha entre la ficción imperial y la realidad que vive el Reino Unido moderno.

Si la coronación del sábado resulta exitosa, para el 9 por ciento de los británicos a los que, según una encuesta de YouGov, les importa “mucho”, será otro punto bien zurcido del hilo que une nuestro presente a nuestro pasado. Para el 64 por ciento al que, según la misma encuesta, no le importa mucho o nada, el 8 de mayo será, en el mejor de los casos, un día libre muy caro.

Para Carlos III, el sábado es la primera gran prueba para saber si puede llevar el timón de una monarquía moderna y más austera que sea relevante —o al menos no objetable— para la mayoría de los británicos. La corona de San Eduardo pesa poco más de 2 kilogramos. Eso es mucho peso para los hombros de un solo hombre.

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ASOCIADO A EL MERCURIO DIGITAL Y PANORAMICAL DE EUROPA.

Jorge E. Zavaleta Alegre Corresponsal en EEUU.

Fuentes de Informacion

The New York Times

DPA Agencia  de Alemania.