(De Quito a la Alameda
de los Descalzos en Lima).
David Flores Vásquez
Existe una hermosa tradición de nuestro eximio Ricardo Palma con este
mismo título en sus conocidas
Tradiciones Peruanas. Por eso, vale
aclarar desde el inicio que, lo que ahora escribo, no es una glosa a esa
Tradición, sino que se origina en un artículo anterior en que he mencionado a la
hermosa Alameda de los Descalzos en el Rímac, Lima.
Dicho sea de paso, esta
Alameda requiere un debido
mantenimiento. (No interesa quien tenga que hacerlo: La Municipalidad del Rímac, la de Lima
Metropolitana o el Gobierno Central.) Lo importante es que sus hermosas rejas de
hierro forjado, sus estatuas de mármol y sus jardines tienen que estar mejor
mantenidos).
Recuérdese, solamente, que antaño fue el lugar más elegante para el paseo de la “alta sociedad” limeña
cuyos carruajes lucieron a las lindas limeñas de entonces y que después,
Chabuca Granda, le canta en su mundialmente conocido vals, “La Flor de la canela”: “Del puente a la
alameda….”. El distrito del Rímac, o “Abajo el Puente”, siempre respira
historia. Por eso, al final de la crónica verán que el Título tiene que ver por
algo con la Alameda de los Descalzos.
La tradición de Ricardo Palma relata los avatares del famoso
pintor quiteño Miguel de Santiago, uno de los fundadores de la escuela quiteña, cuya obsesión fue
pintar, como su obra cumbre, el supremo momento de la agonía de Cristo en la
cruz. Al no lograrlo desechaba sus cuadros una y otra vez, pero no cejaba en su
empeño.
En lo que resultó su
último intento, tuvo de modelo a un apuesto mancebo al que ató en la cruz. A cada pregunta del maestro sobre si sufría, éste le contestaba que no, con una
serena sonrisa. Las respuestas encolerizaron tanto al pintor que, cegado de furia y con los evidentes síntomas
de la locura que ya lo dominaba, le asestó varias puñaladas. Dice que, mientras
su víctima se retorcía de dolor en los
estertores de la muerte, Miguel de Santiago volaba con los pinceles y pintó feliz el difícil trance de la agonía de
Jesús, plasmando su famoso cuadro cuyo título encabeza esta página. El crimen
obligó al pintor a refugiarse en los Claustros de San Agustín en Quito. Durante su larga estancia, pintó para dicha comunidad una serie de
bellísimos cuadros sobre el santo de Hipona.
Palma, al final de su tradición dice que el
cuadro fue llevado a España y que no se sabía de su paradero.
Pese a esto último, cuando visité Quito en una oportunidad,
me dediqué a indagar sobre este cuadro visitando los claustros de San Agustín,
museos, etc., sin resultado alguno. La
visita sirvió, no obstante, para constatar la belleza de algunas iglesias
quiteñas, entre ellas las de San
Francisco y la Compañía con sus bóvedas plenas de bellas pinturas.
Recuerdo en una
de ellas, en la parte baja del Altar
Mayor, la efigie de la Virgen María, conocida como La Virgen de Legarda, quizá una
de las más hermosas que existan. La que
está en la cumbre del “Panecillo”, vigilando Quito, con su inmenso rosario, dada sus grandes dimensiones, no transmite la
belleza de la escultura original.
Pues bien, ahora nos trasladamos a la Alameda de los
Descalzos en Lima, en donde me dediqué,
una vez más, a visitar el Museo del Convento de los Descalzos, o también Convento
de Santa María de los Angeles, admirando los numerosos lienzos que allí
existen. Conviene saber que la paz y tranquilidad que allí se respiran, el
silencio y los severos ambientes, nos trasladan a otros tiempos y lugares, como
en un sueño.
En esa visita, en
determinado momento me detuve ante un lindo y grande lienzo de Cristo moribundo
en la cruz. Mi guía, en su trabajo habitual y con la naturalidad que su trabajo
exigía, para mi estupefacción me dijo:
El Cristo de la Agonía de Miguel de Santiago. Fue una revelación inesperada. ¡No
lo podía creer!. ¡El cuadro que tanto me interesó y busqué estaba en Lima!. En verdad declaro que no he indagado cómo
llegó aquí y jamás he puesto en duda su autenticidad. Pero allí está. He aquí la razón de la relación de Quito con la Alameda de los
Descalzos en Lima que se enuncia al inicio del relato.
Conviene recordar que en esta bella y colonial Alameda
existen tres Iglesias: La primera, la de nuestra Señora del Patrocinio, al
ingresar desde la calle Chiclayo, (donde está la Iglesia de Nuestra Señora de
Copacabana) al lado derecho. Se remonta a la época en que fue fundado el
Beaterio del Patrocinio para beatas dominicas. Muy cerca está El Paseo de Aguas
que, en verdad, lamentablemente, solo mantiene su nombre.
Hacia la mitad, al lado izquierdo, está la Iglesia de
Santa Liberata que, dice, se construyó en la época de la colonia, porque allí, bajo
un árbol de naranjo, Fernando Hurtado de Chávez, de apellido noble pero de
malas costumbres, enterró las hostias que
robó con un Cáliz en la Iglesia del Sagrario
de Lima, enlutando y alarmando a toda la ciudad. Se consideró entonces que,
una forma de purgar el pecado por el sacrílego robo, era edificando una iglesia.
Al fondo, solemne y serena está la Iglesia de los Descalzos.
El centenario convento contiguo, además de su museo, tiene en su interior, prácticamente
al final, al fondo, entre otras bellezas, la Capilla El Cármen,
una verdadera joya plena de cuadros de
la escuela cuzqueña y muebles finísimos con incrustaciones de nácar. Este
convento es de los padres franciscanos que entre 1595 y 1596 lo edificaron al
pie del cerro. Obviamente para entonces, estaba en los extramuros de la ciudad.
Hoy es parte importante de ella.
Vale recordar que allí se sirve la famosa “porciúncula”, una
sopa franciscana, mezcla de verduras y
carnes, usualmente donadas, que se cocina en grandes pailas con el concurso de
sudorosos voluntarios. Los vecinos y devotos forman largas colas en actos de
devoción al iniciarse el mes de agosto.(*)
Vale pues, amigo lector, invitar a quienes buscan paz y
tranquilidad, pasear por la alameda, especialmente al caer la tarde ya que, en
verdad, se alimenta al espíritui y hace
olvidar, por lo menos por un momento, el bullicio y el alboroto de nuestra tres veces coronada Villa.
(*) En
Asís, Italia, existe la imponente Basílica de
Nuestra Señora de los Angeles que en su interior guarda la antiquísima y
pequeña Iglesia Benedictina de la Porciúncula que San Francisco restauró con sus
manos y en la que, dice, murió cantando
por la llegada de la hermana muerte. Es
el lugar también del perdón de Asís. Por eso quienes
la visitan confesados y contritos obtienen indulgencia plenaria lo que
también ocurre en los otros templos franciscanos. Hablando del admirable Santo de Asís, el del tosco sayal, conviene recordar, tal como reza en las catacumbas de San Francisco de Lima, que “Polvo eres y en polvo te convertirás”, advertencia que, parece, causa actualmente poco impacto.
´´David Flores, promotor de turismo. En su rica hoja de vida figura la funcion de defensor legal de la Fondo Naconal de Turismo del Perú. Musico y director de la Lira Huaylina.
también ocurre en los otros templos franciscanos. Hablando del admirable Santo de Asís, el del tosco sayal, conviene recordar, tal como reza en las catacumbas de San Francisco de Lima, que “Polvo eres y en polvo te convertirás”, advertencia que, parece, causa actualmente poco impacto.
´´David Flores, promotor de turismo. En su rica hoja de vida figura la funcion de defensor legal de la Fondo Naconal de Turismo del Perú. Musico y director de la Lira Huaylina.