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Cine: “Interestelar”, la película
Jorge Zavaleta Balarezo (Desde Lima, Perú. Especial para ARGENPRESS CULTURAL)
Hay una escena culminante en “Interstelar”, la nueva y sorprendente obra del inglés Christopher Nolan, que nos lleva a una imaginada tercera dimensión, a la que se llega tras un viaje sideral, a años luz de la tierra. En este escenario, el protagonista, Matthew McConaughey, puede visualizar instantes pasados de su vida y sobre todo a su hija cuando era pequeña y con quien él sostenía una intensa relación de amor filial y protección. Pero no se trata solo de sentimentalismo. Esas dimensiones que la acabada ficción de Nolan nos presenta están estructuradas a partir de columnas y más columnas de libros, como una biblioteca que contuviera todo el conocimiento del mundo. Es el cine registrando ese célebre cuento de Borges, “La biblioteca de Babel”.
Ya Nolan había bebido de las fuentes de Borges, planteando infinitos, laberintos, sueños, nuevamente dimensiones, o la alteración de realidades en “Inception”. Pareciera que Nolan se inspirara mucho en las lecturas del autor de “El Aleph” para construir películas como “Interestelar”, que no necesariamente parten de una anécdota casual sino de una realidad que puede volverse palpable en 50 años cuando el cambio climático, la escasez de alimentos y la huida masiva de la gente creen situaciones de emergencia mundial.
En ese sentido, el de la catástrofe que se avecina, “Interestelar”, puede ser comparada, por ejemplo, con “Children of Men”, del mexicano Alfonso Cuarón. Pero, claro, si nos trasladamos a la especificidad de la cinta, al viaje espacial sin aparente retorno, a ese recorrido por lo desconocido, que a veces roza los anillos de Saturno, a las calamidades que sufre la tripulación del “Endurance”, la nave que cruza todos los espacios, agujeros negros y trata de encontrar misiones que partieron mucho antes, entonces ingresamos a un terreno que, pese a los tecnicismos de la física cuántica que se verbalizan, puede convertirse, sin exagerar, en un recorrido con intenciones poéticas donde incluso se habla de la vida, la muerte, la posibilidad de crear colonias humanas en otros planetas, muy lejos de la Tierra.
El gran referente, sin duda, es “2001: Odisea del espacio”, del maestro Stanley Kubrick, cinta que siempre hemos considerado junto a “Solaris”, del no menos genial Andrei Tarkovski como los dos picos más altos del cine de ciencia ficción y ello que fueron realizadas sin contar con toda la tecnología que ahora se aprovecha para delinear y diseñar tantas maravillas en la pantalla.
La historia del personaje de McConaughey es una de carácter conflictivo. Su vida lo lleva a separarse de sus hijos y de su padre por la decisión de arriesgarse en una misión espacial de la que, él cree, algún día regresará. Pero como en otras películas que recorren la vía láctea, sabemos que las horas en un planeta lejano equivalen a años en la tierra. La emotividad de Matthew McConaughey llega a las lágrimas cuando ve los vídeomensajes de sus hijos, que se remontan a varios años atrás. Esta es una influencia de “2001” donde se veían conversaciones entre el jefe de la nave y su hija, una videoconferencia que se adelantó 30 años a lo que ahora podemos hacer fácilmente desde nuestra computadora.
La música de Hans Zimmer, variada, intensa, emocionante, acompaña los cambios de ánimo, las repentinas tristezas, las certezas del fin, las ocasionales bromas o los fugaces discursos sobre el amor. Hay escenas, como aquellas en que la nave entra en una especie de vía sin salida que también evocan la secuencia de “La puerta de las estrellas” en la cinta de Kubrick.
Ann Hathaway, quien reaparece después de su oscarizado rol en “Los miserables”, es cauta y serena y nos deja una sensación de astronauta equilibrada y muy sensible. Jessica Chastain, que hace de hija de McConaughey, manifiesta una profunda imaginación y conocimiento desde niña (encarnada entonces por Mackenzie Foy). El rol de Michael Caine no es muy convincente, pero, después de todo, él fue el creador del proyecto del “Endurance”.
“Interestelar” alcanza picos propiamente cinéticos, creando un realismo desde la propulsión de los motores, la muestra del espacio exterior y lo maravillados que se sienten los tripulantes de la nave al comprobar que están muy cerca de mundos de los que solo conocían teorías. Por eso la cinta de Nolan, en una decisión inteligente, humaniza una empresa espacial, no se olvida de los caracteres, los sufrimientos y recuerda a cada momento, como ocurre casi siempre en el cine americano, la fortaleza de la familia como un núcleo donde todo nace y donde se aprenden cuestiones fundamentales para afrontar la vida.
“Interestelar” es una película rodada en Canadá, Islandia y Estados Unidos, un nuevo logro en las cintas de ciencia ficción y un punto mayor de Christopher Nolan, que suma a su brillante filmografía esta obra que combina con sapiencia el espectáculo, las sensaciones de velocidad, los sentimientos, pero sobre todo plantea esa idea del individuo en busca de un futuro que, sí, tal vez pueda resultar incluso espeluznante y cuyo control no solo depende de nosotros.
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Hay una escena culminante en “Interstelar”, la nueva y sorprendente obra del inglés Christopher Nolan, que nos lleva a una imaginada tercera dimensión, a la que se llega tras un viaje sideral, a años luz de la tierra. En este escenario, el protagonista, Matthew McConaughey, puede visualizar instantes pasados de su vida y sobre todo a su hija cuando era pequeña y con quien él sostenía una intensa relación de amor filial y protección. Pero no se trata solo de sentimentalismo. Esas dimensiones que la acabada ficción de Nolan nos presenta están estructuradas a partir de columnas y más columnas de libros, como una biblioteca que contuviera todo el conocimiento del mundo. Es el cine registrando ese célebre cuento de Borges, “La biblioteca de Babel”.
Ya Nolan había bebido de las fuentes de Borges, planteando infinitos, laberintos, sueños, nuevamente dimensiones, o la alteración de realidades en “Inception”. Pareciera que Nolan se inspirara mucho en las lecturas del autor de “El Aleph” para construir películas como “Interestelar”, que no necesariamente parten de una anécdota casual sino de una realidad que puede volverse palpable en 50 años cuando el cambio climático, la escasez de alimentos y la huida masiva de la gente creen situaciones de emergencia mundial.
En ese sentido, el de la catástrofe que se avecina, “Interestelar”, puede ser comparada, por ejemplo, con “Children of Men”, del mexicano Alfonso Cuarón. Pero, claro, si nos trasladamos a la especificidad de la cinta, al viaje espacial sin aparente retorno, a ese recorrido por lo desconocido, que a veces roza los anillos de Saturno, a las calamidades que sufre la tripulación del “Endurance”, la nave que cruza todos los espacios, agujeros negros y trata de encontrar misiones que partieron mucho antes, entonces ingresamos a un terreno que, pese a los tecnicismos de la física cuántica que se verbalizan, puede convertirse, sin exagerar, en un recorrido con intenciones poéticas donde incluso se habla de la vida, la muerte, la posibilidad de crear colonias humanas en otros planetas, muy lejos de la Tierra.
El gran referente, sin duda, es “2001: Odisea del espacio”, del maestro Stanley Kubrick, cinta que siempre hemos considerado junto a “Solaris”, del no menos genial Andrei Tarkovski como los dos picos más altos del cine de ciencia ficción y ello que fueron realizadas sin contar con toda la tecnología que ahora se aprovecha para delinear y diseñar tantas maravillas en la pantalla.
La historia del personaje de McConaughey es una de carácter conflictivo. Su vida lo lleva a separarse de sus hijos y de su padre por la decisión de arriesgarse en una misión espacial de la que, él cree, algún día regresará. Pero como en otras películas que recorren la vía láctea, sabemos que las horas en un planeta lejano equivalen a años en la tierra. La emotividad de Matthew McConaughey llega a las lágrimas cuando ve los vídeomensajes de sus hijos, que se remontan a varios años atrás. Esta es una influencia de “2001” donde se veían conversaciones entre el jefe de la nave y su hija, una videoconferencia que se adelantó 30 años a lo que ahora podemos hacer fácilmente desde nuestra computadora.
La música de Hans Zimmer, variada, intensa, emocionante, acompaña los cambios de ánimo, las repentinas tristezas, las certezas del fin, las ocasionales bromas o los fugaces discursos sobre el amor. Hay escenas, como aquellas en que la nave entra en una especie de vía sin salida que también evocan la secuencia de “La puerta de las estrellas” en la cinta de Kubrick.
Ann Hathaway, quien reaparece después de su oscarizado rol en “Los miserables”, es cauta y serena y nos deja una sensación de astronauta equilibrada y muy sensible. Jessica Chastain, que hace de hija de McConaughey, manifiesta una profunda imaginación y conocimiento desde niña (encarnada entonces por Mackenzie Foy). El rol de Michael Caine no es muy convincente, pero, después de todo, él fue el creador del proyecto del “Endurance”.
“Interestelar” alcanza picos propiamente cinéticos, creando un realismo desde la propulsión de los motores, la muestra del espacio exterior y lo maravillados que se sienten los tripulantes de la nave al comprobar que están muy cerca de mundos de los que solo conocían teorías. Por eso la cinta de Nolan, en una decisión inteligente, humaniza una empresa espacial, no se olvida de los caracteres, los sufrimientos y recuerda a cada momento, como ocurre casi siempre en el cine americano, la fortaleza de la familia como un núcleo donde todo nace y donde se aprenden cuestiones fundamentales para afrontar la vida.
“Interestelar” es una película rodada en Canadá, Islandia y Estados Unidos, un nuevo logro en las cintas de ciencia ficción y un punto mayor de Christopher Nolan, que suma a su brillante filmografía esta obra que combina con sapiencia el espectáculo, las sensaciones de velocidad, los sentimientos, pero sobre todo plantea esa idea del individuo en busca de un futuro que, sí, tal vez pueda resultar incluso espeluznante y cuyo control no solo depende de nosotros.
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